¿Y quién me puede exorcizar s...

By Soystevent

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Aún falta acomodar la historia por capítulos, espero te guste. More

I

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By Soystevent



Pensar en mi destino cada día siempre ha sido uno de los acertijos casi que difícil de resolver, avatares, aventuras, frustraciones, sueños e ideales que probablemente no logre concretar, puede ser posible, pero ¡no!, he deseado por fin saber quién soy y por lo menos conocerme que soy, o quién soy desde mi interior.

Sé que ahora yo no soy más que un paquete compactado de todas esas vivencias que me mostrarán todos mis deseos. Quisiera saber cuál de todos en realidad soy. Empecé cómo niño ingenuo y perdido en el maremágnum de la realidad. Seguí convirtiéndome en un joven que sentía desagrado por la vida, sin saber por qué estaba aquí, o cual era mi propósito y ahora la gravedad y soledad de mis días me convirtieron en un hombre viejo, decrépito y sin sentido. ¿Cuál de ellos seré cuando culminen mis días en este infierno terrenal?

Hoy con mi viejo bastón salgo a recorrer las aceras de mi ciudad, aquellas que un día se postraron ante mí y fueron indicándome lo que sería el camino a mi longevidad. ¿A dónde me llevarán ahora? ¿Seguirán ahí cuando fallezca? Tal vez todo se pierda, tal vez todo se borre, los recuerdos y tiempos vividos, y se puedan escribir en un nuevo olvido. Sólo quiero ser uno y no miles dentro de uno.

Ha llegado la hora de saber quién debe ausentarse, quién debe expirar; si el niño ingenuo, si el joven inconforme o yo, el viejo infortunado y solitario. No es justo que mueran todos a la vez. Hay que hacerles saber lo que un día se propusieron resolver.

El niño, el pequeñuelo Toño, dejará de ser ingenuo y tendrá que seguir siendo niño, será un solo ser con una única identidad, no podrá convertirse en joven porque entonces sería otro a la vez. El pequeño Toño encontrará el mundo que buscaba y rechazará el que lo llenaría de sorpresas, será él el dueño de su mundo. Jugará por siempre como niño deshabilitado por la ingenuidad y nadará seguro por el gran pozo de la realidad. Toñito alcanzará los sueños que de joven no pudo alcanzar. Hoy quiero que Toño no muera, que continúe buscando sus anhelos, quiero que siga siendo el niño que soñaba ser artista y no el joven inseguro, desacertado y pusilánime que fue. ¿Por qué sueñan los niños si sus sueños nunca se cumplen? ¿Nunca serán realidad? No es justo dejar morir al niño que habita dentro de nosotros. Hay que dejarlo ser niño.

El joven Antonio se desatará y se sublevará ante su destino y podrá darse cuenta que ser un pelafustán fue su mayor error, un camino en donde sus deseos no quisieron tomar una forma que se conformara en parte de su existencia en su manual de vida o en el arquetipo o estereotipo social al cual a todos nos han acostumbrado. Antonio sabrá que la realidad es un discurrir en el que no tenemos la oportunidad de participar. Lograr que ese joven sea un joven, será una oportunidad para que mi vida longeva pueda ser otra. Antonio será feliz al saber para qué vive y no tendrá que seguir las líneas establecidas de un futuro indeseado e incierto que muchas veces nos quieren imponer los mayores o también las estructuras sociales que crea leyes, decretos, códigos y normas, sin consultarnos que al final no sirven para nada. Si se deja de ser joven para siempre a Antonio, él nunca terminaría como un parricida, como lo fui yo, un anciano homicida que asesinó a sus padres sin piedad y sin lágrimas en los ojos con el arma que hoy tiene entre sus manos la cual también conocemos como la ingratitud y el olvido. Aquel joven los mató, pues estaba seguro que sus padres lo despreciaban, lo aborrecían y lo maldecían.

Tal vez si se dejara vivir por siempre a este viejo, se cumpla con lo indicado, con lo que hasta hoy no he querido ser. Pero no sé quién morirá, si todos o uno solo.

Agarro mi bastón, el cual me ha acompañado en mis largos años de vida, y cuidándome de no caer, recorro los caminos asfaltados de las calles desoladas y con muchas historias que contar, también miro los árboles como testigos de mil rostros compadeciendo ante kilómetros insospechados de vías. Entre mis caídos pantalones llevo el arma con las que asesiné sin pudor a mis padres, siendo yo mismo, recuerdo que cuando nací ''mis demonios no nacieron conmigo'', comenzaron a invadirme cuando yo no estaba dejándome llevar por el frío solsticio, por las habladurías de la gente, por sus chismes y su envidia. Sé que debería estar muerto tanto por miedo, como por vejez. Pero al observar a las personas que a mi alrededor deambulan, aprendí que la vida sigue, que el que muere no soy yo sino mis víctimas.

Aquel día en que pensé asesinar a mis interiores ''yo'', al niño Toñito y al joven Antonio, mi corazón volvió a latir una vida emergía sobre mi piel arrugada y la precocidad de mi miembro y estos (demonios) vinieron a ocupar el lugar de mi corazón con la primera traición del amor; mi mente con la primer decepción por mis amigos y todos estos demonios se fueron quedando porque mis sentimientos también comenzaron a estancarse, no en un pasado sino en un presente que me cuesta abandonar; presente que me mata silenciosamente pero que no me estorba, por el contrario se ha convertido en mi mayor compañía, mi único confidente pero al final como cualquier droga me destruirá.

Sigo sin ellos demonios amigos, pero luego los vuelvo a necesitar y lograr apartar de mí, aquello que no se si quise; quiero dormir pensando en ellos y despertar de este sueño, pero al final me doy cuenta que somos uno solo, soy yo, mis demonios, difíciles de exorcizar, pero al final seré yo quien sea capaz de seguir sin ellos, pero no los quiero dejar.

Llegué al parque y sobre el columpio se balanceaba el niño Toño, ingenuo, pensando que a medida que aceleraba, alcanzaría a ver más allá del horizonte, que observaría la cara del mundo. Saqué mi arma y la descargué en dos ocasiones. Toñito cayó muerto, sin poder ver más allá del poniente, sin alcanzar a conocer el lado oculto a donde lo llevaría su columpio. Sólo quedaba un solo ser dentro de mí, el joven Antonio.

Caminé un par de cuadras más arriba y ahí bajo un árbol estaba el joven que se debatía entre mundos etéreos e ilusiones forzadas por la marihuana. Me acerqué y nuevamente descargué mi arma, pero en seis ocasiones, cuatro más que la anterior, pues así impedía que el agonizante joven pudiera descargar la suya. El joven cayó acostado, con una ''pata'' del cigarro de marihuana entre sus labios juveniles. Ahora sólo vivía yo. Me jactaron esos sueños angelicales del niño Toño, esas pataletas del joven Antonio y su actitud interrogadora. Ahora soy el que soñaba ser. Uno solo, único en la existencia de mi ser.

Muchas veces creí que estaba loco, pero no, simplemente no dejé que mis demonios me controlaran, que convirtieran una maraña en mi interior de una manera psicodélica o esquizofrénica, cada uno de estos demonios tenía que estar en el lugar y el tiempo correcto, no fuera que al confundirme terminara con quien soy ahora.

Guardé mi arma entre mis pantalones y continué mi recorrido a un mundo al que en mi mente creía mejor, a ser yo mismo. Dentro de mi cuerpo todo era una primaveral sensación de libertad, pero afuera, aún continuaba el olor viche de la marihuana del joven Antonio y el chirrido estridente del columpio en su vaivén sin sentido de Toñito.

Estaba nervioso pues yo mismo me había asegurado de acabar con ellos, con sus ilusiones perdidas que asediaban mi interior desajustado. En muy poco me había convertido en mí mismo héroe, en un ser casi que invencible como un ''dios'' de su propia imaginación, de la mente distorsionada por tantas porquerías que sólo el consumismo frívolo y sensacionalista podrían brindarme en los medios de comunicación, la radio y la prensa que pocas veces me interesaba tener en mis manos y cercanos a mis oídos quería ser un héroe real, bombero que había apagado ese infierno que lo consumía en su interior.

Continué muy precavido en la huida, pues no quería terminar muerto en el antro asqueroso de una cárcel, pero mi cabeza daba y daba vueltas, a mi alrededor me asediaban el niño Toñito y el joven Antonio, aún después de haber acabado con ellos. Así que sin piedad y con fuerzas internas de nuevo volví a asesinarlos, uno tras otro, en mi mente, en mis pensamientos y en todos mis recuerdos cada vez que llegaban a mí, cómo si la realidad fuera un espejo y reflejara mis demonios internos y en cada esquina me encontraba con uno de ellos, como si una maldición perpetua estuviera siempre presente en mi vida un pasado imperdonable difícil de dejar, un futuro incierto pero real porque en el estoy viviendo. Es ahora o nunca cuando debo de tomar la razón en mis manos y saber que debo de hacer, una vejez que nunca quise tener, o tal vez sí pero nunca creí que lograría llegar a ella y caminar tomándola de la mano como algo ceñido, apegado a mi piel como mis arrugas.

Nuevamente desenfundaba mi arma e iban cayendo como muñecos de trapo envolviendo entrañas, gritando entre dolores internos y miradas estremecedoras que se esfumaban en milésimas de segundos. Ya me estaba cansando de matar uno por uno a esos demonios.

Detrás de mí, una turba enloquecedora me perseguía y me llamaba; a pocas cuadras de mi casa, el niño Toño apareció frente a mí, entre sus manos sostenía unos libros y vestía el uniforme de alguno de tantos colegios de aquel lugar. Lo miré a sus ojos cafés y ante mí se postraron esos mundos demoníacos que me asediaban hasta enloquecer. Su mirada me había cautivado. De repente volví en mí y me acordé que era uno más de mis demonios del pasado e inmediatamente saqué mi arma e intenté disparar.

Ahora mi arma sagrada se había unido al enemigo y me traicionaba. Nuevamente la guardé y cuerpo a cuerpo lo asesiné, con mi viejo bastón y afanándole la respiración, Toñito quedó sobre la calle melancólico e inconsciente. Logré entrar a mi casa, seguí y me aseguré que la turba, esa gran bestia no tuviera alguna manera de ingresar a ella.

Al cruzar la sala de mi casa sobre la pared, brillaron ante mis ojos los retratos de aquella niñez y adolescencia, las épocas que hoy me hacen falta y que nunca quise compartir. Eran ellos, esos demonios que salían cuando menos me lo esperaba. Las palpitaciones de mi corazón y la deslumbrante luz de mis retratos me decían que había entrado en mi propia tumba y que de pronto estaba listo para morir, sabía que ese era el final, el fin de todo pero no quería darle esa oportunidad, me sorprendían cada día más aquellos recuerdos que lograban embargar mi mente y que agobiaban lo más profundo de mi corazón, no quería enfrentar la realidad intentando primero descifrar si era un sueño, una pesadilla o todo esto que estaba ocurriendo fuera de mí era verdad. Nunca pude cerciorarme frente a un almanaque pues no quería recordar si era navidad o mi aniversario, cosa que nunca me importó, sólo me interesaba lograr salir de este profundo pozo que más bien parecía un hoyo lleno de estiércol donde nadaba mi alma. Pensé, reaccionar y desperté, no sé si estaba dormido, pero lo logré.

A medida que avanzaba hacia mi habitación, sentía que sobre los pasillos alguien había entrado y me estaba esperando como si de una cita se tratara. El olor viche de la marihuana se tornaba fuerte y empezaba a entrar a otro mundo, uno colmado de luces y centellas. Me acerqué a la puerta de mi habitación y la luz estaba encendida. Sobre el pasillo la sombra de un niño se mecía en un columpio, me advertía acerca de algo. Di media vuelta para escapar, pero estaba encerrado como en la cúpula de una ciudad y no se divisaba umbral alguno por donde emprender la huida de mí mismo.

Solté mi bastón, tomé mi arma de entre mi miembro y la arrojé al piso, había llegado la hora de enfrentarme a mí mismo y de conocer el motivo de persecución enloquecedora. Nuevamente di media vuelta y entré en mi habitación, ahí sujetados del techo mediante una horca, estaban el niño Toño y el joven Antonio, ambos se habían suicidado indicándome que el viejo decrépito seguiría viviendo, parecía que había ganado la gran batalla con mis demonios internos.

Mi cuerpo no respondía, paralizado por un instante y aterrorizado frente a esta escena, no sabía si dar crédito a lo que mis ojos lograban ver, pero daría cualquier cosa del mundo, hasta mi propia vida para confirmar que esto era cierto, me volví como una estatua. Tantos años de mi vida tratando de culminar algo que hoy parece terminar, se acaba entonces también parte de mi vida como si desechara un regalo que algún convidado quiso tener como presente para mí. No lo podía creer, parecía que había terminado con esos sombríos entes, pero fui un desdichado al no tener claro lo que había frente a mí, la razón sin razón me llevó probablemente a esta equivocación; no pude comprender tampoco entender a qué me enfrentaba, si a atender al mundo exterior o escuchar mi mundo interior, en fin, culminé en la cárcel.

La humedad y el frío perverso abrazaban mi existencia, mascaban mis huesos hasta convertirlos en una brisa de atardecer. No debo estar aquí en esta catapulta que me lanzará al infinito, esta cárcel duele y mata.

La turba me agarró y me entregó a la justicia. Estoy preso por cometer la peor masacre en mi pueblo. Asesiné a no sé cuántos niños y jóvenes. Cuando viene mi abogado y me interroga le digo la verdad, pero me indica que aceptar lo cometido amortiguará la suma de años metido en este claustro deprimente.

Ahora lo entiendo todo. Me engañé a mí mismo, el niño y el joven hicieron lo indicado, se aseguraron de hacerme sufrir para condenarme a una muerte mucho más segura, en cambio ellos se suicidaron, no fui yo quien acabé con sus vidas, todo fue una jugada de muy mal gusto.

Las noches transcurren con el sol a sus espaldas como guardián de las estrellas cuidando su brillar y su titileo. ¿Vida... qué he hecho contigo...? ¿Antonio... qué ha hecho la vida por ti?

Quiero morir para salir de este tugurio interior que me avasalla entre mis sentidos. La espero y la espero, pero no llega, está muy lejos, la muerte no me conoce, pero yo sí a ella, la busco y ella no me encuentra, como burlándose de mí para alargar mi sufrimiento y ella tranquilamente que si mira el almanaque tomará por mí esa decisión.

Un día lluvioso y más frío que lo normal, mi abogado entró a mi celda y con torrentes chorros de lluvia escurriendo por todo su cuerpo me dijo; ''No puedo más Antonio, este caso lo dejo aquí. No soporto más tus enclaustradoras declaraciones. Si quieres salir de aquí debes aceptar que cometiste un error. Tú lo hiciste, hay pruebas, testigos de todo'', ¿de qué testigos me hablará? este hombre, ¿serán aquellos dos que estaban ahorcados en mi habitación?, puedo estar tranquilo pues ya sus mundos como su vida ahora moran en silencio, probablemente en un valle de sombras o no sé dónde o en algún lugar que estoy seguro no pueden atestiguar.

Él estaba parado con un maletín plano que sujetaba con su brazo, me puse de pie y lo miré a sus ojos muy profundamente. Se tornó nervioso e intentó pedir ayuda. Pensó que lo iba a asesinar, pero tras una hora conversando le hice sentir lo que en aquella ocasión se apoderó de mí, aquel abogado permanecía perplejo y tiritando. No pronunciaba ninguna palabra y tampoco realizaba ningún movimiento.

Ahora el que sentía miedo era yo. Había entrado en una confusión, pues no sabía si estaba bromeando o si en verdad le había impactado mi confesión. Lo sujeté con mis manos y lo sacudí fuertemente para que volviera en sí, pero me respondió con un golpe seco sobre el tórax que me envió de una sobre la pared, sentí que tenía varias costillas rotas. El abogado se retiró con una mirada bravucona mientras repetía mi nombre sin cesar. Cuando se disponía a desaparecer tras una gran puerta metálica me miró desde lo lejos y me dijo: "Gracias Antonio ahora por fin seré libre.''

Desde aquella ocasión no he vuelto a saber nada de él y mientras me paso la vida entre el hospital y la cárcel me pregunto qué será de aquel abogado, aún me duelen esas cuatro costillas que me fracturó.

No sé qué me tenga el destino para el final de ahora en adelante, mientras el tiempo pasa velozmente a mi derecha y a mi izquierda, espero aún la visita de la muerte... ¡esperen ahí viene mi abogado...!

Cuatro agentes lo llevaban a una celda. Él se detiene y me muestra su mirada, me enseña esa vida interior hecha pedazos, tras sus ojos. Quien creí que fuera mi defensor fue otro que se engañó así mismo, otro que obró de mal manera. Otro más que se creyó un héroe y, que creyó poder resolver también y controlar los demonios por sí mismo; otro desajustado en su interior...

Probablemente esto no me cause alguna alegría, pero sí me logra convencer que este purgatorio terrenal logra hacer entrar en razón a cualquier cegado y creer que sus demonios logran hacerle feliz y entender que también lo pueden llevar a ser un infeliz, un completo lastre que con buenos sentimientos los vea desde otro punto de vista, creyendo en su propia verdad, ¡pobre de mí! ¡Pobre de Toñito y de Antonio que no lograron finalizar felizmente su vida, pero también me alegro por ellos, hubiera sido yo un egoísta permitiéndoles llegar hasta aquí!   

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