Lo que alberga la oscuridad

De Kalitres

152 9 0

Oscuridad. Infinita, eterna, inabarcable. ¿Qué esconde? ¿Qué pasará si intentamos romper las tinieblas con la... Mais

Lo que alberga la oscuridad
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5

Capítulo 2

26 2 0
De Kalitres

Lo siento, pero no. Yo me voy de aquí, y perdón por el vocabulario soez, cagando leches. No voy pasarme otra noche más con el ajo en una mano y el crucifijo en la otra, con todas las santas luces de la casa encendidas. Sí, a lo película de terror, con la única diferencia de que yo me atrinchero y que venga quien quiera si tiene lo que hay que tener. Agarré las camisas, las doblé y las metí en la maleta. ¿Qué soy un nenazas? Diga usted lo que le venga en gana, pero le tengo demasiado aprecio a mi vida como para no saber que ese chaval era, cuanto menos, el hijo de Belcebú. Ya sé que soy un detective de buena fama y un hombre hecho y derecho, pero estas cosas me pueden.

He visto muchos casos por el estilo en Londres. Todo empieza diciendo que son cosas de la edad o el sueño, y acaban en suicidio. Por dios, no pensaba buscar una razón lógica a la presencia del zagal. Admito, que junto con el miedo, sentía curiosidad. Es decir, ¿Dosgarville era un lugar tan peculiar como aparenta? ¿Me estaba dejando llevar por el pánico? Podría ser algún niño perdido o algo así. Llevaba toda la noche en vela, dándole vueltas al tema. Al final, opté por la opción de esperar un poco, saciar las ansias por saber qué ocurría en el pueblo, y si veía que algo iba mal, salir pitando. De todas maneras, creía que debería traerme a alguien de Londres para aquí. No sé si me lo pedía mi cuerpo o mi mente, pero la soledad algunas veces me abruma. ¿Quién querría dejar la apacible vida londinense para venir a Estados Unidos a emprender una investigación alocadamente alocada? Bah, ya lo pensaría más adelante. Lo que sí quería tener preparado era la maleta por si debía salir por patas. Hay que ser precavido, ¿no?

Entre el revuelo que causé, sonó el timbre. Me erguí con rapidez y corrí hacia la puerta, tropezando con muebles y todo tipo de cosas que recogí y apilé por si acaso. Me miré en el espejo. Vaya aspecto tan lamentable. Mis negros cabellos estaban todos alborotados, la camisa abierta, con los botones mal puestos y sin zapatos. Era una invitación a pensar: Hola, vengo del reparto de Perdidos, ¿podría ayudarme? Intenté mostrar un aspecto más “caballeroso”. No tuve éxito.

Sin hacer esperar más al invitado, abrí la puerta.

Ante mí apareció un fornido hombre que me sacaba varias cabezas. Juré que era Goliat, os lo prometo. Con unos hombros monstruosos, un cabello cortado a lo militar y una barba cuidada, se presentó como Jacob. Así que este pedazo King Kong era el maleducado paisano que me había contratado. No sé para qué, si él podría aplastar a quien se le pusiera delante con el menor esfuerzo e implicación. Que conste, no estaba acobardado. ¿Yo, Alan Moore, intimidado ante su presencia? Ja. Ni en broma.

-Buenos días, señor Moore.- Tenía una voz potente y grave, dura y lejana.-

-Buenos días, buenos días. Está todo algo desordenado, pero adelante. La mudanza, ya sabe. Me vuelve loco. Supongo que querrá hablar de…-Jacob se quedó en la puerta, mirándome fijamente.-

-No hay tiempo, señor. Vengo para acompañarlo junto con mi primo. Para que observe a la pobre Betty.

-¿Betty?

-La cabra que nos hemos encontrado.

-¿El suceso extraño…es ese?

-No. Esas son otras cuestiones que trataremos más adelante.

Es decir, desde mi punto de vista, me habían traído para que vea a una maldita… ¿cabra? ¿Tenía pintas de veterinario? No, no, me cruzo medio mundo, vengo a un pueblo detestable y profundamente hostil… ¿Para ver a una cabra que se llama Betty? Claro, muy lógico, podré realizarle unas cuantas preguntas de máxima importancia. Solo esperaba, realmente, que el otro tema a tratar sí merezca la pena.

-¿Le importa si me arreglo un poco? No ofrezco un aspecto demasiado bueno.

Sin esperar respuesta, cerré la puerta y correteé por la casa.

Me peiné, me cambié completamente y en menos de diez minutos ya íbamos de camino. Hacía una fresca mañana. El aire revitalizante acariciaba nuestros rostros. Algunas personas, por el camino, me miraban extraño. Llamaba yo más la atención que mi imponente amigo. Eso sí, entre nosotros, no parecía demasiado avispado.

Dosgarville tenía su encanto. Ya a estas horas la gente se encontraba trabajando en sus tierras. Podían pecar de incultos y maleducados, pero no de vagos. Todo hay que admitirlo.

Jacob me guió a lo largo de una senda que nunca antes había visto. Nos adentramos en un espeso bosque, de altos y majestuosos árboles. La naturaleza en estado puro. De fondo, se escuchaba el transcurrir de un río. Sereno y divino sonido. ¿Nunca habéis dormido escuchando el acariciar de las olas a la suave arena? Celestial.

Después de caminar un rato más, llegamos a una coqueta cabaña de madera, con un granero el doble de grande que ésta, pintado de blanco y rojo. En un lado apartado de la vivienda, se veían dos puertas bastante oxidadas y cerradas a cal y a canto. A mi parecer, desentonaban con el aspecto tan silvestre que ofrecía el lugar. En la entrada del granero se encontraba otro hombre. La antítesis de Jacob. Bajo, con una panza comparable a la de Papá Noel (solo le faltaba la barba y las canas) y bastante sonriente. Mi gigantesco acompañante se acercó a él.

-Alan Moore, este es mi primo Anthony.

El pequeño y regordete Anthony me estrechó la mano.

-Hemos oído hablar de usted, señor Moore.-Me miró fijamente por encima de sus anteojos circulares. Resultaba gracioso. Parecía, eso sí, un hombre afable, y si soy sincero, caminaba como un pingüino.

-Es un placer estar aquí.-Le contesté y sonreí gentilmente. Por placer quería decir desesperación, que es el sentimiento que más predominaba en mi interior desde que estaba allí.

-Esperemos que siga opinando lo mismo cuando vea lo que tengo que mostrarle.

Tanto Anthony como Jacob empujaron la puerta del granero y pasaron, casi con miedo. Cuando entré, un aire fétido y putrefacto me llegó a las fosas nasales. Rápidamente, rebusqué en la gabardina y saqué un pañuelo de tela. Me lo llevé a la nariz.

-Dios santo, ¿Por qué huele tan mal aquí? Seguí el dedo de Anthony. Allí, colgada de la pared, debido a que un hacha de carnicero estaba en su cabeza, se encontraba Betty. La cabra presentaba por todo su cuerpo una especie de mordidas. Faltaban bastantes trozos de carne. Su pata izquierda había desaparecido.

La putrefacción invadía su cuerpo y el granero entero.

-¿Cuánto tiempo lleva ahí?

-Varios días.-Me contestó Jacob-

-Podías haberme avisado antes.

-Estábamos con otras cuestiones…personales.-Respondió Anthony, casi dudando de cómo definir esas cuestiones.-

Había algo que me sonaba. Paseé mi mirada otra vez por Betty. ¿Por qué le faltaba una pata? Y lo más extraño eran los innumerables mordiscos que presentaba su cuerpecillo.

-Queríamos saber si usted, señor Moore, podría averiguar quién hizo esto.

Asentí. Había ciertas cosas que no encajaban en todo esto. Es decir, los mordiscos parecían de algún animal local, quizás lobos. La pata arrancada… ¿Por qué solo la izquierda? ¿Por qué dejar la demás carne ya mordisqueada? Y la última cuestión era el emplazamiento del cuerpo. En lo alto de la pared, bien visible y perfecto para llamar la atención. Un animal, no. Una persona… ¿Un ser? No. Inverosímil. Quizás alguien tenía cosas pendientes con la familia Smith.

-Si esto no es lo más extraño… ¿Qué es lo otro?

Anthony buscó con la mirada a Jacob, y éste asintió. Los dos familiares caminaron hacia afuera, lentamente. Sus pasos rompían el silencio que se había formado en el ambiente. Mi más solitario y molesto compañero. Llegamos al principio (o final, depende) del bosque. Cada árbol parecía querer contar una historia. Cuántos suspiros apagados mediante besos y cuántas lágrimas probablemente bañaron la tierra en su momento. Anthony apuntó con su dedo hacia el interior.

-Por las noches, desde mi ventana veo una luz que se mueve sin parar. Nunca se aleja hasta que el sol sale. Traza siempre el mismo recorrido.-Mientras habla, acompaña su explicación con gestos cada vez más efusivos- Una y otra, y otra vez, sin descanso. No me atreví a ver qué hace. No sé, tampoco, quién o qué es.

Guardé silencio. ¿Podría tener relación la cabra con eso? Una especie de nerviosismo me recorrió. ¿Tiene que ver el niño? Creo que en este caso la lógica no servirá para mucho. No me preguntéis por qué, pero lo sé. Después de todo, podrían ser simples alucinaciones. Pero lo de Betty…Eso era real. Y bastante. Miré a los dos hombres.

-Quizás ambos sucesos podrían estar relacionados.

-No lo sabemos. Por eso le contratamos, señor Moore.

Asentí y observé de nuevo el granero.

-Me harías un gran favor si bajáis a la pobre de ahí. Quiero mirarla más a fondo. Volveré mañana, no os preocupéis.

Y tan campante, con miles ideas por la cabeza, regreso a casa.

El bosque ya no se me antojaba tan bonito. Cada vez pensaba que Dosgarville tenía algo más que los otros pueblos no. Y lo que acababa de ver afianzaba aún más esta teoría. No quería empezar a preguntar por ese niño. Me tacharían de loco y yonki. Me daba cuenta de que necesitaba desesperadamente un apoyo más seguro que el de mi propia mente.

***

Cogí el teléfono. Intenté recordar esos números que tantas veces marqué para pedir perdón, clemencia y caricias. Efímeras, suaves y provocadoras caricias. Aún rememoro su ardiente piel sobre la mía, y su forma tan juguetona de besarme. Se escuchó su cálida voz.

-Hola, ¿Dígame?

-¿Clarissa? Soy yo, Alan.

Silencio.

-Alan. Tú otra vez. ¿Nunca me vas dejar en paz?

-Oye, oye, noto cierto rencor en tus palabras.

-Tengo motivos suficientes.

-¿Vas estar toda la vida echándomelo en cara?

-No, solo hasta que te largues y no vuelvas.

-Yo qué te he hecho…Clarissa, tú antes me querías.

Soltó un suspiro.

-Alan, querido, eso ya no funciona. ¿Qué quieres?

Hice todo lo posible para que mi voz se notase doblemente excitada y entusiasmada.

-Tengo el caso del siglo. ¡Saldremos en los periódicos! El increíble Alan desenmascara una auténtica red de tráfico infantil, o algo así. Solo tienes que venir a Estados Unidos.

-¿A dónde? Tú estás loco.

-No es tan lejos. Te necesito más que nunca.

Vale, quizás me excedía. Naturalmente, precisaba una persona a mi lado, y solo tenía a Clary (si escucha que aún la llamo así me mata). Ella siempre me dijo la verdad, pura y dura, sin importar mis sentimientos. Y eso me ayudó en sobremanera. Es la única mujer que logró y logra bajarme de la nube de prepotencia que algunas veces me atrapa (no soy perfecto, aunque algunas creáis lo contrario).

-Alan, sabes que ya no me dedico a eso.

-Cierto, ahora prefieres que un cincuentón baboso te mire el culo constantemente.

-No te excedas. –Pausa- Mira, me lo pensaré. ¿De acuerdo?

-¡Genial! Ven lo antes posible. ¡Besos!

-No he dicho que…

-¡Adiós!

Y colgué, sonriente. Una felicidad insospechada me recorrió de arriba abajo. Como un niño pequeño ansiando ver los regalos. Deseaba encontrarme con Clary otra vez. Y no sé si eso estaba bien… o mal.

Quizás admitir que la echaba de menos sería un paso atrás en mi vida. No te debes anclar en el pasado. Aprende del y ten el suficiente valor como para seguir adelante. Nuestra existencia es una constante pelea contra nosotros mismos. Escapamos, naturalmente, del dolor que nos puede causar el afrontar ciertas realidades y sucesos que ocurren en nuestra vida cotidiana. No quiero ligarme, de nuevo, a ella, porque soy consciente que todo lo que pasamos juntos no son más que cenizas.

Una antigua camioneta paró delante de mi ventana. La inspeccioné a través de las cortinas, y Emma, con un precioso vestido negro, sencillo, humilde, pero que le quedaba perfecto, salió de ella. De repente, todos los pensamientos que tenía sobre Clarissa desaparecieron. Me avergüenzo de lo maleable que puedo ser. No soy un mujeriego, que conste. La señorita se arregló y tocó en la puerta. Casi como un rayo salí a recibirla.

-Oh, señorita Emma, que sorpresa.

Ella se encogió de hombros.

-Vengo a…disculparme. Por mis modales la última vez.

-No pasa nada. Yo también me comporté como un idiota. ¿Le gustaría pasar?

Negó con la cabeza.

-Tengo que ir a por unos paquetes.-Señaló la camioneta.-

Silencio.

-Gracias por avisar a Jacob, Emma.

-No es nada. ¿Sabe? Se echaba de menos una persona…culta en el pueblo.

Sonreí. Era la primera vez que un halago salido de una boca femenina me agradaba tanto. Hice una cómica reverencia.

-Si le soy sincero, no le quito la razón.-Observé el vehículo.- Emma… ¿Podría acompañarme mañana a por ciertas cosas?

La dama se quedó mirándome. Creo que sabía de qué hablaba, o por lo menos algo se olía. Después de un rato, asintió.

-No hay problema. Mañana por la mañana estaré aquí.

-Gracias, de verdad.

Emma se arregló el vestido, me dio la espalda y comenzó a dirigirse a la camioneta.

-Adiós, señor Moore. Tenga una buena noche.

Y se fue. Solo quedamos él y yo. Mi amigo que tanto conocéis. La decisión de que Emma viese a Betty no me agradaba. No tenía otra opción.

Pasaban las horas y no me daba cuenta. Los pensamientos no paraban de asaltarme. Caía la pesada lluvia sobre Dosgarville. Todo tenía un color distinto. Todo era más gris. La tierra pedía a gritos ser limpiada, pues había sangre desde hacía mucho, mucho tiempo.

Las sombras se alargaban y hacían figuras que, creo, no existían. Solo podía imaginar y jugar con mi mente.

Las sonrisas que siempre tuve en mis hogares no estaban. Las perdí y no las encontraba. Estaba completamente solo. Clary, Emma, alguien. La noche era aterradora. Las pesadillas también. Maldito niño. Maldito pueblo. Maldito todo.

Continue lendo