Siempre he sido consciente de mis defectos,
de aquellas imperfecciones que podrían molestar a los demás,
como si mi cuerpo tuviera que ser analizado por sus escudriñadores ojos.
Camine cubriendo mi cuerpo con ropa que odiaba,
para evitar comentarios como;
"No debería ponerse eso",
"Esa ropa es para otra clase de personas ",
"Eso no le queda bien a cualquiera ",
"Esa ropa no es para ti".
Y en el fondo,
hundido debajo de esas frases que había escuchado,
que resonaban en mi cabeza cada vez que me sentía bien conmigo misma,
muy hundido,
bajo polvo,
estaba algo llamado amor propio.
Me conformé con imaginaciones vagas y pobres de como seria sentirme deseada sin importar todo lo malo que hay en mi cuerpo,
de una forma mediocre sólo me bastaba con soñar como seria sentirme una diosa sobre la cama.
Todo lo que recuerdo es ardor,
una taza llena de agua hirviendo cayendo sobre mi pecho derecho
dejando una cicatriz que no se borrará.
Y todas mis fantasías dejaron de existir.
El espejo enalteció todo lo que no era agradable ante mis ojos y ante los ojos del mundo.
Debería amarme,
sin necesidad que alguien me recuerde las razones para hacerlo.
Pero es jodidamente difícil,
deje de soñar que podía ser erótica,
que mi piel podía volverse caliente bajo ciertas miradas,
deje de imaginar lo que sería jadear sobre tu regazo una tarde de invierno mientras la lluvia cae,
y tu despertaste lo que se encontraba dormido con miradas tiernas,
caricias suaves,
y un poco de fuego en tus ojos.
Tal vez no era lo correcto,
debía amarme por mi misma,
pero me hiciste sentir jodidamente bien,
y si algo me hace sentir bien,
no puede ser tan malo después de todo.
Tu solo encendiste la chispa,
y la lujuria recorrió cada milímetro de mi ser,
todo se volvió real,
fui deseada sobre una cama,
sobre un colchón blanco,
envuelta en sábanas verdes,
fui malditamente deseada,
y mi cuerpo fue adorado por tus labios,
hasta que me fui.