El Laggo

Por markiebrownYT

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5 siglos después de la creación de Agn, país de países, ésta es destrozada por los actos de la bestia creada... Mais

Prólogo: Polvo bajo la colina
Capítulo 2: En el agua
Capítulo 3: Desterrado

Capítulo 1: Valiente sin saberlo

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Por markiebrownYT

Siglo 3 después de la creación de Agn. (DCA)

En Agn había una sociedad muy avanzada pero a la vez muy arraigada folclóricamente a los ritos de la creación de ésta, a causa de sus recursos naturales con efectos plausibles. Agn era el nombre de un país en el hemisferio norte del planeta. La población usaba cristales extraídos del interior de la tierra para controlar el equilibrio y mejorar su salud (por eso la larga vida que tenían los Agnienses), también para la fertilidad de la tierra y un sinfín de secretos guardados por los mentores que muy pocas veces contaban; los mentores eran aquellos que guiaban al pueblo con su sabiduría y sus poderes natos; algunos de estos sabios retornaban la vida a los muertos a cambio de su propia vitalidad, otros discernían entre las almas limpias y las impuras... En algún punto alejado de la cordillera norte de Agn convivían algunos mentores más experimentados y de más alta edad (o menos vida disponible, según el don que tenían), ellos definían el concepto de civilización, mediaban en las guerras, dominaban artes secretas para reparar destrozos masivos, levantar ejércitos como hijos de la tierra, hechos de material orgánico que daban su vida por mantener la paz en el planeta si era el caso, pero todo tenía sus limitaciones obviamente.

Cuando un extranjero visitaba las costas de Agn para comerciar, podía encontrar muchos pueblos pesqueros, con extrañas vestimentas con joyas incrustadas, sin armas aparentes, y sobretodo, un folclore muy visible. Algún pueblo tenía una cúpula formada de gas nebular, comulgada y controlada por los mentores. Por ejemplo, el pueblo Emer tenía una; aunque este no tenia un efecto nocivo con ningún visitante con actitud pacífica. Si profundizaba en los pueblos, podía ver que su alimentación se basaba en el pescado. Que las fachadas de madera y piedra de las casas, creaban pequeñas callejuelas, formando mosaicos que desde el cielo se podían ver nítidamente. Altas eran las escaleras para subir a las viviendas, adornadas con barandillas de madera con finos balaustres, algunos de ellos con formas personalizadas; brillantes y suaves pasamanos que finalizaban con una pequeña figura iluminada, que representaba la familia que vivía en el interior y además daba la iluminación hacia la calle; normalmente, las figuras estaban relacionadas con el apellido o una figura / animal que representaba la actitud o los actos de la familia.

Las plazas mayores representaban la unión entre los ciudadanos, ya que allí celebraban la mayoría de ritos, celebraciones y ferias. Algunas plazas, como la de la ciudad Emer, en la costa sur-este de Agn, daban camino a entrar al templo, que contenía las columnas de antiguos mentores. Columnas que a primera vista, uno podría pensar que son esculturas hechas en una simple pieza de piedra alargada, pero esa obra era realmente la manera en que se <<enterraba>> a esos "guías del pueblo" al finalizar su larga vida. En el caso de Emer, habían 12 columnas. Cada una de ellas con una placa plateada con el nombre del mentor allí presente. Muchos pueblerinos ofrecían flores cada 20 anocheceres, otros más tradicionales hacían rituales con animales, untando su sangre en la basa, la parte inferior, donde tenía incrustada una piedra luminosa que la protegía.

Así entonces, siempre tenían un tono rojo oscuro en su base que siempre era representado como una señal de conservación de las raíces de Agn y sus ritos. La mayoría de pueblos costeros no eran ni la mitad de grandes y productivas que Emer, este pueblo poseía un sitio clave en las rutas comerciales y un folclore muy activo. A pesar de tantas cosas buenas, también existían los problemas: asesinatos, robos y estafas. Como en todo Agn, existían agrupaciones que se dedicaban a causar estragos a las aldeas alejadas de la capital, pero también actuaban en pueblos mas grandes como Emer, aunque allí se encontraban con la cúpula protectora; pero había quién tenia poderes a su disposición capaces de darle la aptitud de cruzar la barrera con ánimo hostil. El resto de Agn, excepto la Capital, eran aldeas entonces. Se mantenían gracias al conreo y el comercio con el resto de comunidades o aldeas cercanas. 

La mayoría de hijos de familia se iban a la capital para tener otro tipo de vida no basada en el huerto y eso hacía que en las aldeas quedara solo gente de avanzada edad, aunque no era el caso de la familia Siles, que a parte de tener una media edad, tenía un hijo con menos de diez años. Lo más sorprendente es que el hecho de que la familia no se fuera a la capital, hizo que el hijo pasara a la historia. Y ese era Sean, era un niño tímido de 8 años, incapaz de pedirle a nadie un favor. Esa clase de personas que antes morirían de sed que pedirle un vaso de agua a su anfitrión. Siempre esperaba a que le ofrecieran las cosas, suponía que la gente sabía que era lo era ser un buen compañero o anfitrión. — ¡Bobo!- le decían algunos amigos en el centro de estudio. Nunca se metía en líos, intentaba evitar hacerse daño con cualquier cosa, no asistía a actividades que sabía que podía tener un porcentaje alto de tener un accidente o sufrir algún golpe. — ¡Miedica!- le decían otros. A pesar de esos pequeños abucheos, Sean tenía una vida feliz, con su padre, que se quedó viudo en el momento que la madre de Sean dio a luz. Amuno, el padre de Sean, siempre dedicaba muchas horas al día a charlar con su él, a compartir experiencias y consejos, pero también hablar de su madre. Salían a menudo por los parques de Emer, coloridos y llenos de vida por el día y silenciosos, oscuros y tranquilos por la noche. El niño, estaba a punto de acabar el ciclo de estudio en el centro y llegaba la fiesta de despedida, que coincidía con la feria de artesanía.

Cuando pasaron unos días, Emer estaba completamente decorado para la feria; el pueblo se convertía durante 1 semana en un aparador lleno de telas recortadas de colores colgadas en los balcones y ventanas, casetas de madera con objetos antiguos, joyas con diferentes efectos, elixires hechas por alquimistas, pequeños vendedores ambulantes provenientes de las ciudades de todo el continente...
También podíamos contemplar obras de teatro en la calle, cuentos con títeres para los niños, cantos acapella de la coral de Emer en la plaza mayor...

Quedaban 24 horas para que empezara la feria en el pueblo y Sean fuera a la fiesta de despedida del curso de educación. Estarían todos los compañeros del centro, y eso le emocionaba mucho, porque había compartido bastantes años con ellos y había llegado el momento de separarse para ir a otro centro pero esta vez de nivel superior, y donde cada niño podía elegir el tipo y lo que estudiaba.

— Sean, vístete y ven a comer algo antes de ir a estudiar — dijo Amuno. El niño, diligente, cogió su ropa y se fue a almorzar. Esa mañana tocaba cereales hechos su vecino Banch, un simpático granjero con rosadas mejillas que hacía prácticamente todo tipo de comida vegetariana y la repartía a sus vecinos en gratitud por tener tan buen trato con él, sin duda era una persona muy agradable; pero a Sean no le gustaban. — ¡Papá, estos cereales apestan a caballo! — se quejó. Amuno, le pasó un vaso y zumo de frutas para que el niño pudiera combinar y no se aburriera comiendo los cereales que tan poco le gustaban.

Mientras los Siles desayunaban, alguien había entrado a través de la barrera sin hacer ruido. Era un traficante de la droga Abdeus (una mezcla de polvos alucinógenos extraídos de la flor Hüuriber, en la ciudad Über); tenía una máquina con una joya verde que anulaba la protección que ofrecía la barrera y un arma con una serie de amuletos incrustados que potenciaban el rayo dañino. 

Pasaban a través de las barreras con esa técnica por todas las poblaciones que lo tenían como medida de defensa; si no hacían ruido y no eran vistos, podían traficar sin problemas con los habitantes que consumían y así, ganar una suma descomunal de dinero. Sean y Amuno salieron de su casa; andaban cerca del limite de la barrera dirección al centro de estudios que estaba a tres calles de allí, cuando de golpe, encontraron al traficante intentando no ser visto, pasando a través de los arbustos. El sujeto, alarmado por ser descubierto, se puso de pie y arma en mano, apuntó a Amuno. Sean, preso del pánico, saltó para proteger a su padre, que estaba en shock. El tipo, que se asustó por la reacción del infante, apretó el gatillo sin querer y un rayo sórdido salió disparado hacia delante. Por arte de magia, una onda de pulso, hizo rebotar el rayo hacia el sujeto que les había disparado. El traficante murió por el choque y Sean se desmayó.

Sean despertó a la tarde siguiente arropado por su padre entre llantos de tristeza y dolor. Se habían perdido la fiesta de despedida del centro de educación. Amuno llevaba muchas sin dormir por estar cuidando de Sean. Último miembro de la familia, pues había perdido ya a su mujer hace años. El niño despertó, seguido de un gran bostezo. Su padre, quitándose las lágrimas de la cara, le abrazó. Sean preguntó por lo sucedido, pero él se calló y siguió abrazándole. Amuno, había pasado toda la noche hablando con el cuerpo de protección de Gro, que le tuvo sentado horas haciéndole un interrogatorio después de llevarse el cadáver del traficante. ¿Cómo podía ser que un rayo, disparado desde un arma, rebotara de un niño indefenso y matara a una persona? No se lo creían.

— Es raro que se fíen de mi— pensaba Amuno. Pues en el pueblo ya habían pasado sucesos peores y más cuestionables que ese. Al final de la noche, los agentes del cuerpo, dejaron que Amuno se fuera a casa. Más tarde, alguien llamó a la puerta de los Siles (como se les llamaba a la familia de Sean y Amuno). Era el director del centro de Sean, preocupado por la ausencia del niño en la fiesta la noche anterior.

— Buenas tardes, señor Siles, nos preguntábamos si había pasado algo con Sean, ya que ayer no asistió a la fiesta y es raro, pues siempre asiste a todos los actos del centro y además, esta era el último, el de despedida — Dijo el director, cuando Amuno le abrió la puerta.

El padre de Sean invitó a pasar al hombre, sin contestar a la pregunta.

— Señor... — susurró Amuno. '

— Llámeme Elio, sr. Siles — dijo el director, esbozando una sonrisa.

— Tuvimos un encuentro con un maleante — aclaró Amuno.

Entonces, Elio, abrió los ojos y borró su sonrisa. Dirigió su mirada al fondo, donde detrás de la puerta del salón apareció Sean. — Hola, pequeño, ¿cómo estás? — le dijo al niño. Sean corrió hacia Elio y le abrazó.

— Tuve miedo, director — dijo Sean con tristeza.

Amuno pidió a Sean ir a su habitación, quería hablar a solas con el director del centro; el niño accedió y se fue a su cuarto. Elio miró al padre y éste le invitó a sentarse.

— ¡Qué pasó con ese maleante, sr. Siles? — preguntó el director.

— El niño... El niño emitió un escudo que hizo rebotar el proyectil hacía el agresor — contestó Amuno. — Pero el cuerpo de protección de Emer no se lo creyó — aclaró.

Después de escuchar eso, Elio, sorprendido, le preguntó si tenía pensado hacer un comunicado a los mentores, explicando el suceso.

— A lo mejor la respuesta a esto la tienen los guías, podríamos ir a preguntarles, sr Siles — dijo el director. — Deberíamos asegurarnos que esto no sea preocupante, Sean es un niño muy bueno — manifestó Elio.

Siguieron hablando y acordaron llevar a los mentores la información sobre lo que pasó, por si era algún tipo de señal. Elio se despidió de Amuno: — Ya es tarde, sr. Siles —. Y se fue hacia su casa, andando intentando que la fuerza del viento que había perpetrado la tranquilidad del pueblo, no lo arrastrara.

Todo el mundo estaba en su casa intentando entrar en calor, pues esa noche era gélida. El tiempo en la parte sur de Agn cambiaba radicalmente de una hora a otra. En diciembre, Emer se convertía en un pueblo donde los árboles quedaban yertos, los animales se resguardaban en sus cuevas, los patios se llenaban de hogueras, la música de los laúdes y los tambores sonaba dentro de las pequeñas tabernas: llenas de gente drogada con Abdeus, borracha de Licor de Yuk, saltando en su salón decorado como un camarote de un barco antiguo. La mayoría de padres de familia eran marineros o trabajaban para la organización de cobradores de aranceles del puerto de Emer. Tenían un comercio muy potente con los pueblos circundantes; su puerto era un sitio estratégico para las rutas comerciales, podían cobrar aranceles altos para permitir que los barcos surcaran su territorio, ya que esa ruta era una ruta de paso frecuente. 

A la noche siguiente, la lluvia salpicaba en los tejados de las casas de Emer, el viento silbaba a través de las rendijas de las pequeñas ventanas. Sean estaba cenando con su padre, cuando le preguntó si le podía contar la historia de la bestia.

 — ¿Porqué? — le preguntó su padre.
Sean había soñado con ese cuento mientras dormía la noche del suceso con el traficante de Abdeus;  — Vete a dormir, Sean, será lo mejor — Dijo Amuno. 

El niño se fue a su habitación pero no logró echar ojo. De golpe, un ruido perpetró su semi-inconsciencia. Las ventanas se abrieron de par a par, Sean despertó, saltó de la cama y chilló. Amuno intentó abrir la puerta, pero ésta parecía cerrada por algún motivo; siguió tirando. Intentó tirar la puerta al suelo empujándola con su hombro; Amuno arremetía contra la puerta con todas sus fuerzas. Sean seguía chillando allí dentro y él no sabía qué estaba pasando. Tras un silbido muy fuerte haciendo que las ventanas cercanas estallaron y seguidamente todo se desvaneció con un destello blanco que rodeaba toda la casa. Amuno puso una de sus manos en los ojos y siguió golpeando la puerta para tirarla abajo; esta vez lo consiguió.

Amuno chillaba el nombre de su hijo, pero nadie contestaba. Por suerte, la ceguera cesó, pero por desgracia parecía que Sean no se encontraba en esa habitación. Había desaparecido o alguien se lo había llevado. De rodillas, Amuno gritó desde lo más profundo de su alma; agarró su pecho con su mano fuertemente  y lloró por su hijo, perdido en una gran confusión.

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