Y así fue. Cada día una flor, o quizá dos, o tres o quién sabe cuántas y Harry vivía rechazándolas. Quiso darle más dinero a Louis pero él no quiso. El rizado, de una vez por todas, quería que dejase de gastar dinero en algo tan horrible como las flores.
Iba a decirle que no le gustaban las flores. Y que no le regalase más, si es que se animaba claro.
Se dirigía hacia su casa, lentamente porque por dentro esperaba a Louis. Esperaba escuchar esa voz que tanto le gustaba.
—Hola, Harry —dijo Louis y Harry volteó pero lo observó más que nada.
Lo observó bien. Se notaba por el suéter que llevaba. Se notaba lo delgado que estaba. Estaba más que seguro que era por su situación económica, el castaño no estaba comiendo bien y Harry no podía sentirse tan basura.
—Eh... Tengo unas flores, como siempre, pero son verdes. Son especiales. Son verdes igual que tus ojos —dice con la voz un poco áspera. Carraspeó y añadió:—. Dime que te gustarán.
"No", pensó Harry. No iba a gustarle. No le gustaban las flores, las odiaba, y le asustaban.
Quería decirle que sí pero no quería mentirle.
Así que negó.
—Prefiero... Prefiero que te las quedes tú —dice Harry mirando hacia el suelo.
—Pero... son para ti.
No quería mirarlo. Le dolía el corazón de verlo tan delgado.
—No... Lo siento. No las quiero. Debo... Debo irme.
Volteó para irse pero paró cuando lo escuchó hablar.
—Espero que te des cuenta que no voy a rendirme, Harry. Espero que lo sepas.
Harry siguió caminando.
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