Exclusiva de Amor

By SendraBlack

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El pasado nunca desaparece, por mucho que nos guste engañarnos y pensar que sí. El pasado se supera, aunque p... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo II - Andersen & Co.
ME SIENTO INDIGNADA - LEED ESTO
Capítulo III - La familia Andersen
Capítulo IV - Rojo sangre
Capítulo V - Remordimientos
Capítulo V - Remordimientos (segunda parte)
Capítulo VI - Empatía
Capítulo VII - Evanescencia
Motivo de la tardanza
Capítulo VIII - Miradas
Capítulo IX - Invitación (primera parte)
Capítulo IX - Invitación (segunda parte)
Capítulo X - Los Ángeles
Capítulo XI - ¿Arrepentimiento?
Capítulo XII - Día en familia
Noticias :)
Capítulo XIII - La firma
Capítulo XIV - Oportunidades
Capítulo XV - Resfriados
Capítulo XVI - La mecenas
Capítulo XVII - Distancia
Capítulo XVIII - Sídney
Capítulo XIV - Resurrección y conspiración
Capítulo XV - El gran día
Capítulo XVI - Búsqueda
Capítulo XVII - Razones para seguir adelante
Capítulo XVIII - Traiciones (primera parte)
Capítulo XVIII - Traiciones (Segunda parte)
COMUNICADO
Capítulo XIX - Miedos
Capítulo XX - Sangre
Capítulo XXI - La ira de Summer Blackwell
Capítulo XXI - La ira de Summer Blackwell (parte 2)
Capítulo XXII - Presente
Capítulo XXIII - Siete meses después
Capítulo XXIV - Prioridades
Capítulo XXV - Corazón de hielo
Capítulo XXVI - El lado oculto de la Luna
Capítulo XVII - La jefa
Capítulo XVIII - Bárbara Bush
Capítulo XIX - Reunión Familiar
Capítulo XX - Otra decepción
Capítulo XXI - Un vestido y una pajarita
ANUNCIO

Capítulo I - Nueva York

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By SendraBlack

Capítulo I – Nueva York


Había pasado tanto tiempo metido en hospitales que ya, por desgracia, los consideraba una segunda casa.

Al principio había sido el accidente de mi padre y ahora a mi madre le habían detectado cáncer de tiroides, algo que era inoperable. La vida no me había sido fácil, pero siempre me gustaba mirar hacia adelante y con esperanza, a pesar de los apuros económicos que pasaba siempre. Todos los tratamientos a los que mis padres se habían visto sometidos habían ido mermando los ahorros de toda una vida, hasta el punto en el que me vi obligado a dejar de estudiar fotografía, mi gran pasión. Sin embargo, no me arrepentía.

—William —escuché que decía la voz de Blake Andersen, el doctor que trataba a mi madre—, deberías ir a casa y descansar.

—Doctor, no quiero dejar sola a mi madre.

—Sabes que si pasara algo te avisaríamos en seguida —dijo por enésima vez.

Lo que él no sabía es que no tenía a donde ir, pues casi no podía subsistir con mis ahorros: lo poco que gané como repartidor, hacía un par de meses, lo usaba para comprar algo de comer. No es que estuviera en la calle, pero se podría decir así si no fuera por la ayuda de Carlo, un amigo que había llegado a Nueva York en busca de aventuras.

—Anda, te invito a un café en la cafetería —me sacó de mi ensoñación.

Caminamos por los largos pasillos del hospital en silencio hasta llegar a una enorme cafetería y, una vez en la zona de bar, me indicó que me sentara junto a una ventana. Poco después aparecía con dos cafés y un plato con algo de bollería.

—Tu madre está respondiendo bien al nuevo tratamiento, por eso te digo que deberías ir a casa a descansar —insistió.

—Doctor Andersen...

—Llámame Blake —corrigió.

—Blake, necesito estar con ella —intenté explicar, sin ser directo, mi situación—. Ella es todo lo que me queda.

—Comprendo que...

De pronto su móvil comenzó a sonar y su tono de voz se volvió más cariñosa, muestra de lo que sentía por su interlocutora. Intentaba pasar desapercibido, fingiendo que no escuchaba la conversación, aunque pude saber que alguien había vuelto a la ciudad y lo estaba esperando.

—Perdona, mi hermana acaba de llegar de Los Ángeles y quiere comer conmigo —explicó con una agradable sonrisa en los labios.

—Se os ve muy unidos —le devolví la sonrisa.

—Sí, ella, junto a mi madre y mis hermanas gemelas, son de lo mejor que hay en mi vida —se levantó de la mesa—. Pero no creas que es fácil verlas... Siempre están de un lado para otro mientras yo estoy aquí.

—Bueno, tú salvas vidas —medio bromeé.

—Y es muy gratificante —admitió—. Mira ahí está.

Dirigí la mirada hacia donde Blake señalaba con el dedo, y vi una hermosa mujer morena con pelo largo, de ojos de un azul intenso, esbelta figura, y una frialdad imponente. No sé qué tenía esa mujer, pero su sola presencia hizo callar a casi toda la cafetería.

—Kelly, iba a bajar a por ti.

—Pero como eres un tardón vengo yo. —Sonrió, rompiendo un poco de su rígida coraza—. ¿Tienes tiempo para salir o le digo a mi chófer que se vaya?

—Puedo salir —aseguró. Después se giró y sus ojos volvieron a caer sobre mí—. ¡Oh! William, te presento a mi hermana Keyla. Hermanita, este es William Knox.

—Un placer —dijimos al unísono.

—Espero no verte para cuando vuelva —amenazó—. Para cualquier cosa te dejo mi número, ¿de acuerdo?

Tras una breve despedida de ambos, aunque algo fría por parte de esa mujer, decidí que lo mejor sería ir a casa de Carlo y descansar. Volvería por la noche y haría compañía a mi madre entonces.

Cogí la bolsa que había dejado en la silla contigua, la cual contenía una cámara de fotos profesional, y me encaminé a la entrada.

Caminé hasta el metro con lentitud, apreciando el hermoso paisaje, los colores de la ciudad, su movimiento y, por algún motivo, no dejaba de pensar en la mirada azul de la hermana de Blake. Había algo en esa mujer que me había causado una fuerte impresión, pero no tenía tiempo para pensar en mujeres.

Llegué a la boca del metro en hora punta, con la gente entrando y saliendo sin importar con quien chocara. Rápidamente el olor penetrante que desprendían los trenes entró por mi nariz, provocando una ligera sensación de ahogo.

Me escabullí entre la gente, intentando confundirme entre grandes grupos con la intención de pasar las barreras de seguridad sin pagar.

«Si algún día tengo dinero prometo hacer un donativo al metro» pensaba cada vez que me colaba en algún transporte público.

Visualicé un grupo de personas que iba con prisa y me escurrí detrás del último de la fila, con la fortuna de pasar detrás de él sin que se diera cuenta. Una vez tuve la seguridad de no haber sido visto, corrí hasta el metro que ya avisaba el cierre de sus puertas. Entré por los pelos en uno de los vagones y me senté junto a un hombre gordo que sudaba por todas partes, y leía el New York Times.

Al otro lado del vagón había una mujer con un bebé en brazos, mirando a la criatura con auténtico deleite. No pude evitar sacar mi cámara de fotos y tomar un par de fotografías que, más tarde, añadiría a mi colección.

—Disculpa —se hizo notar una mujer en frente de mí—, ¿eres fotógrafo?

—Sí, señora —respondí extrañado a la pregunta.

La mujer se levantó y se acercó a mí con una enorme sonrisa. Iba vestida de forma elegante pero informal, por lo que me dio a entender que iba o venía de trabajar.

—Soy Karen Font —se presentó—, y trabajo para el Journal All Love.

*** *** ***

Había reservado mesa en un restaurante próximo a Central Park, relativamente cerca del edificio en el que se encontraba mi bufete de abogados.

—¿Quién era ese con el que estabas? —quise saber una vez las bebidas estuvieron servidas.

—Ya te lo he dicho —respondió, dándole un sorbo a su agua con gas—. Su nombre es William Knox y su madre lleva tanto tiempo ingresada en el hospital que...

—¿Está grave? —pregunté.

—Sí, mis colegas y yo sólo esperamos el trágico desenlace.

Algo en mí se estremeció al oír esas palabras.

Desde la muerte de mi padre había creado una coraza a mi alrededor, excepto con mis seres queridos, que me había permitido llegar a lo más alto de mi carrera con apenas veintiséis años. Sin embargo, no podía evitar sentir que mi escudo se desquebrajaba cada vez que mi hermano me contaba algún caso como el de ese hombre.

La comida transcurrió con normalidad, hablando de cosas banales, como nuestros trabajos, o de nuestras familias.

—¿Cómo está mamá? —Preguntó Blake.

—Como siempre, ya sabes... —Suspiré—. Centrada en la revista, pero parece feliz.

—Eso está bien. —Sonrió como sólo él sabía—. ¿Y tú, hermanita?

—Yo, ¿qué? —me hice la loca, bebiendo un poco de vino.

—Aún no hay nadie que...

—Blake... —Advertí.

Nunca quería hablar de ese tema, y menos con mi hermano. Quizá algún día superaría ese tema, pero por el momento sólo quería disfrutar de la compañía esporádica de hombres descerebrados y no atarme a nadie.

Terminamos de comer y le pedí al chófer que acercara a Blake al hospital, mientras yo tomaba un café en el Starbucks de allí cerca. Sin embargo, no fue una buena idea. Como ya comenzaba a ser costumbre, por desgracia, algunos periodistas se habían concentrado en la acera de enfrente, esperando alguna declaración mía sobre mi madre o algún caso que estaba llevando en el bufete.

Hice un gesto a un hombre vestido de negro que estaba en la puerta y éste, muy presto, se acercó a mí.

—¿Serán un problema? —exigí saber, haciendo un gesto hacia la jauría de perros con cámaras que se veían desde la entrada.

—No, señora.

Efectivamente no hubo altercados. Mis dos guardaespaldas me sacaron del local y me montaron en el coche que mi chófer condujo, de nuevo, a mi oficina.

*** *** ***

La charla en el metro con esa tal Karen Font me había dejado algo descolocado: me había ofrecido trabajo como paparazzi. No era algo que me gustara mucho, es más, iba contra mis principios. Yo fotografiaba la belleza de la vida, como paisajes o imágenes cotidianas, no acosaba a alguien para sacar una exclusiva jugosa. Sin embargo, en tiempos de necesidad... Aunque no había aceptado la oferta, aún.

Entré en el apartamento de mi amigo dándole vueltas a la propuesta de Karen Font, pero algo no terminaba de convencerme.

—¿Qué pasa tío? —Saludó mi amigo desde la barra americana de la cocina—. ¿Tu madre está bien?

—Sigue igual, pero está respondiendo al nuevo tratamiento —contesté saliendo de mi ensimismamiento.

Vi como asentía ante mi respuesta y comenzaba a recoger lo que había usado para hacer la comida. Caí en la cuenta de que iba vestido con traje y corbata, como si tuviera que ir a la oficina a alguna reunión, pues él nunca trabajaba fuera de casa.

—Siento no poder estar contigo esta tarde, Will, pero me ha llamado el jefe —confirmó mis sospechas— para que vaya a verle.

—¿Algo malo? —me preocupé.

—No creo —respondió desde la puerta—. Te veo luego.

Me quedé solo en el pequeño apartamento de una habitación, un baño y una cocina integrada en el salón, el cual yo usaba de noche como habitación.

Fui hasta el frigorífico y saqué un poco de comida para hacer un bocadillo, aunque no tenía mucha hambre. Una vez lista la comida me fui hasta el cuarto de mi amigo y cogí el ordenador portátil, una de mis posesiones más preciadas, pues con él conseguía editar mis fotos y darles toques dramáticos que hacían la imagen única. Y así pasé la tarde, retocando fotos nuevas y apreciando las antiguas.

«Algún día tendrás la oportunidad de enseñar estas fotos, Will» decía una voz en mi cabeza, dándome esperanzas.

No sé cuánto tiempo pasé viendo las fotos, puede que demasiado, pero me quedé dormido en el sofá y fui despertado por un portazo: Carlo había llegado.

—Maldito hijo de puta —blasfemó sin piedad mientras cogía una lata de cerveza.

—¿Qué ha ocurrido?

—¡Ese cabrón me ha tirado a la calle! —Dio un trago a su birra—. La empresa no va bien y están reduciendo personal... Dios, no sé qué vamos a hacer ahora...

Esa noticia cayó sobre mí como una losa, pues ambos estábamos sin trabajo en esos momentos. Necesitábamos dinero y con mi situación yo no podía aportar nada.

«¡Karen!» se encendió la bombilla en mi cabeza.

Rebusqué en los bolsillos de mis pantalones la tarjeta de visita que la mujer me había dado en el metro, y tomé el teléfono inalámbrico de la mesa de al lado de la televisión. Me apresuré a marcar el número que estaba impreso en el papel y esperé.

—Despacho de Karen Font —informó una voz femenina al segundo tono.

—Soy William Knox, ¿podría hablar con la señora Font? —pregunté con impaciencia.

—Un momento.

Una suave música de espera comenzó a sonar, poniéndome más nervioso si cabía. Carlo me observaba sin comprender nada, pero le hice un gesto para que se mantuviera en silencio unos minutos más.

—William —me llamó la voz de Karen a modo de saludo.

—¿Su oferta sigue en pie?

—Por supuesto —parecía seria y sincera.

—Está bien, le conseguiré la exclusiva de Keyla Andersen.

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