Die Together

De YouMyHeaven

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Una historia de amor y mafia. Mais

Sinoptis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Caoitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Epilogo

Capitulo 16

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De YouMyHeaven

Unos nubarrones negros e hinchados presagiaban un aguacero en el campo.

 Eleanor se detuvo en el arcén de la carretera para verificar el mapa que había sacado de Internet. Era la tercera vez que se equivocaba de dirección en mitad de aquel laberinto de caminos que ni siquiera estaban señalizados.

 Kyle vivía a las afueras. Tan lejos que Eleanor  no había calculado bien la gasolina y la Vespa llevaba un rato peligrosamente en la reserva. Soltó un bufido, tratando de orientarse y mirando a su alrededor con cara de perplejidad. No había más que sembrados y olivares en el horizonte, como de costumbre. Ninguna casa, ninguna verja, y pasaban tan pocos coches que daba la impresión de que era una zona realmente desierta. No era nada alentador encontrarse allí sola.

 Estudió el mapa y se decidió a dar marcha atrás hasta la última rotonda. Seguramente se habría equivocado allí. Después de casi veinte minutos de vueltas inútiles, desembocó por fin en una vereda, al final de la cual se entreveía una casa. Eleanor frenó junto a una verja oxidada y descolgada. Había un portero automático pero los cables que recorrían el muro estaban arrancados.

La vivienda, que estaba una decena de metros más allá de la verja, parecía más bien una casa de labranza, con las paredes grises y desconchadas, el tejado descolorido por el sol y los marcos de las ventanas de aluminio dorado. El patio estaba plagado de chatarra y había un tractor listo para ser desguazado en una esquina, con las ruedas desinfladas ocultas entre las malas hierbas.

Eleanor titubeó. No podía ser la casa de Kyle. A juzgar por la moto y el coche que conducía, debería vivir en un sitio distinto. Pero cabía la posibilidad de que los propietarios supieran algo de una familia que se había mudado hacía poco, ya que por estos lares los vecinos parecían siempre bien informados.

Abrió la verja y entró. Cuando llegó a la puerta, notó que no había timbre, por eso llamó suavemente con la mano y esperó, sabía que era posible que no hubiera nadie. En efecto, el lugar parecía deshabitado y las persianas estaban echadas.

 —¿Quién es? —preguntó una voz cautelosa desde el interior. Una voz de mujer que la tranquilizó.

 —Buenas tardes, señora. Necesitaría que me indicase algo —respondió, intentando aparentar desenvoltura.

La puerta se abrió lo suficiente para revelar una figura femenina baja y bien vestida. La mano que sujetaba el pomo estaba completamente cubierta de anillos. La mujer tenía un rostro hermoso, aparentaba unos cincuenta años y tenía la expresión menos amigable que Eleanor había visto en su vida.

 —¿A quién buscas? —preguntó con brusquedad.

 Eleanor se aclaró la voz y sonrió:

 —Creo que me he perdido. Estoy buscando la casa de una familia que se apellida Harries. Tendrían que vivir por esta zona, o al menos eso es lo que señala mi mapa.

 —¿Qué quieres de los Harries? ¿Quién te ha enviado? —la interrumpió la mujer, cada vez más agresiva. La miró de arriba abajo con aire desconfiado y Eleanor dio un paso atrás instintivamente.

 —En realidad estoy buscando a un chico —trató de explicarle, a pesar de que resultaba inútil, ya que la mujer no parecía que pudiera ni siquiera ayudarla—. Se llama Kyle, vamos a la misma clase.

La cara de la mujer se relajó visiblemente. Abrió la puerta de par en par y dio un paso al frente, con el pecho erguido y la barbilla bien alta.

 —¿Y qué quieres de él?

 —¿Usted lo conoce? —preguntó Eleanor, sonriendo de puro alivio.

—Soy su madre.

 Tendría que haberlo visto venir. A pesar de la estatura y de la tonalidad del pelo y de la piel —ella lo tenía teñido de rubio oscuro y la tez más clara— se parecían en la mirada y en los gestos.

 —Me llamo Eleanor Becket —se presentó ella, tendiéndole la mano derecha.

 La mujer no se la estrechó, sino que continuó mirándola fijamente.

 —Todavía no me has respondido. ¿Qué quieres de mi hijo?

 Pronunció la palabra «mi» con tanto énfasis que parecía que se estuviera refiriendo a una propiedad privada y no a una persona.

 —Verá, estamos haciendo juntos un trabajo y hoy no ha venido al instituto, por eso quería saber cuándo podríamos quedar para terminarlo... —respondió Eleanor, cada vez más insegura de que aventurarse hasta allí hubiera sido buena idea. Si Kyle hubiera estado en casa, su coche estaría aparcado en el patio, él habría escuchado su voz y habría salido para encontrarse con ella. Pero no, estaba claro que su madre estaba sola.

 —Mi hijo no dice a nadie dónde vivimos —replicó la mujer. Cada uno de sus gestos expresaba una hostilidad abierta, como si Eleanor fuese alguna clase de insecto desagradable que se pudiera eliminar con un par de manotazos—¿Cómo has conseguido esta dirección?

 Eleanor titubeó. No quería meter al secretario del instituto en problemas.

 —Me la ha dado él, de verdad.

 —¿Te ha dado la dirección de casa y no el número del móvil? —le espetó la otra con tono escéptico—. ¿No habría sido más fácil llamarlo que venir hasta aquí? Niña, tú tienes que contarme qué es lo que quieres de mi hijo.

 —No quiero nada, tan sólo hablar con él.

 Eleanor sentía que no se merecía ni un interrogatorio así ni ese tono, pero no quería ser maleducada con la madre de Kyle.

 —Tienes que dejarlo en paz —dijo ella—. No es asusto tuyo. Mantente alejada de él y no vuelvas más por aquí. ¿Te enteras?

—Señora, ahora está exagerando —dijo Eleanor, herida—. Usted ni siquiera me conoce, yo sólo quiero preguntarle acerca del trabajo...

 La madre de Kyle sonrió por primera vez. Era una sonrisa sin alegría, ensombrecida por la sospecha y el hastío, seguida por un gesto de rabia. Eleanor se sintió escrutada por aquellos ojos, que habían dejado de recorrerla de arriba abajo para mirarla directamente a los suyos.

 —Yo también soy una mujer, qué te has creído —dijo, como si eso lo explicara todo.

 Eleanor parpadeó, esperando algún comentario que aclarase aquella afirmación, tan obvia como extraña en ese contexto.

 —No me entiendes, ¿eh? —continuó la madre de Kyle—. Entonces te lo explicaré, pero tienes que prestar atención, porque no quiero verme obligada a repetirlo todo.

 Eleanor bajó la mirada, confundida. ¿Eran imaginaciones suyas, o en aquella frase había una amenazada velada?

 —A ti te gusta Kyle.

 —Eso no es... —intentó protestar Eleanor, pero la mujer la interrumpió con un gesto seco.

 —¡Cállate! —exclamó—. Eres una niña ingenua si crees que él querría algo con alguien como tú. Y de todas formas ya tiene novia, se casará el año que viene.

 Eleanor contuvo la respiración. Estaba mintiendo. Aquella mujer horrible estaba intentando alejarla de su hijo por todos los medios.

 —No es cierto.

 —Si no te lo ha contado, será que después de todo no sois tan amigos como tú te creías —rebatió la mujer. Era como si se estuviese divirtiendo. Como si supiera lo poco que faltaba para que Eleanor saliera corriendo de allí, lo más lejos posible, jurándose a sí misma que nunca querría tener nada que ver con Kyle—. Márchate y no vuelvas, él no es asunto tuyo. ¿Me has escuchado? 

 Eleanor se giró sin mediar palabra y llegó hasta la verja a paso ligero.

La madre de Kyle se quedó mirándola como si quisiera asegurarse de que se alejaba de verdad. Entró en la casa sin quitar el gesto desdeñoso con que le había hablado, hasta asegurarse de que se hubo marchado. La Vespa se detuvo unos cientos de metros más allá, ni siquiera los suficientes para alcanzar la carretera principal. La gasolina se había acabado y Eleanor trató de empujarla sobre la grava, que frenaba las ruedas.

 Estaba roja a causa del esfuerzo, la rabia y el dolor. Empujaba, lloraba y avanzaba sin ver siquiera dónde ponía los pies, con los ojos anegados en lágrimas. Entonces la Vespa se le escurrió de las manos y cayó al suelo con estrépito. La abolladura que Jack le hizo años atrás a la carrocería cambió de forma. Eleanor la miró y estalló en sollozos desesperados. Abandonó la moto en el suelo y se sentó en el arcén del camino, sobre la hierba blanqueada por el polvo, y continuó llorando con la cabeza entre las rodillas y el corazón hecho trizas.

Mientras ella buscaba una forma de aceptar el hecho de que Kyle fuese un criminal, él le ocultaba un detalle que lo cambiaba todo: había otra, quién sabe dónde, quién sabe en cuál de sus vidas paralelas.

 Eleanor sacó los auriculares de la mochila y se los puso.

 “Y huyes y huyes para alcanzar el sol, pero el sol se está poniendo.”  Era «Time», su favorita.

 No le sirvió para calmarse, sino para llorar más todavía, olvidándose del lugar donde se encontraba, de la noche que se avecinaba, del depósito vacío y del móvil que nunca llevaba encima por miedo a que su madre la llamase en cualquier momento.

 A lo lejos, entre los olivos, brillaba ahora una lucecita. La madre de Kyle debía de haberla encendido, puede que estuviera preparándole la cena a su hijo, feliz de haberle quitado un peso de encima, una niña estúpida que creía que él podría sentir algo por ella. Algo igual a lo que ella sentía y ni siquiera sabía en qué momento exactamente comenzó.

 Eleanor no sabía cuánto tiempo llevaba allí, cuando la sobresaltaron los faros de un coche que se aproximaba. Los haces de luz surcaron la oscuridad opresiva que se cernía sobre ella, convirtiendo el campo en un inmenso agujero negro, y la obligaron a entrecerrar los ojos.

 El coche tuvo que frenar a causa de la Vespa, que todavía estaba tirada en medio de la carretera. La portezuela del lado del conductor se abrió y alguien bajó, pero era imposible distinguirlo porque estaba a contraluz.

 —¡Eleanor! —exclamó una voz que ella no fue capaz de escuchar a causa de la música—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

 Vio pasar una sombra ante los faros y reconoció la forma, pero continuó inmóvil. En ese momento lo odiaba con todas sus fuerzas. No quería que la ayudase, ni que la tocase, ni mucho menos que le hablase.

Además, ¿qué iba a decirle? Su madre ya había hablado por todos.

 —¿Eleanor? ¿Me oyes? —preguntó Kyle con preocupación. Entonces se dio cuenta de que tenía puestos los auriculares y se los quitó con un gesto brusco—. ¿Qué estás haciendo en mitad de la carretera? ¿Qué ha pasado?

 Ella se levantó lentamente y recogió sus auriculares.

 —No quiero hablar contigo. Vete, por favor.

 Lo dijo en una voz tan baja que incluso en el silencio de la noche a él le resultó difícil entender sus palabras. La tomó por los hombros y la obligó a mirarlo. Notó que tenía los ojos hinchados y rojos del llanto.

 —Tienes que explicarme lo que ha pasado. ¿Has estado en mi casa? Dímelo, Eleanor.

 —¿Y a ti qué te importa lo que yo haga? —replicó ella—. Soy libre de hacer lo que quiera, al contrario que tú.

 —¿A qué te refieres?

 —Tu madre me ha dicho que vas a casarte.

 Kyle emitió un gemido e hizo un gesto de rabia, la hubiera emprendido a golpes con el campo que les rodeaba.

 —No deberías haber venido.

 —Eso es todo lo que tienes que decir. De acuerdo —dijo ella. Tenía la voz cansada. Recogió la Vespa del suelo, como si fuese un animal herido y sólo entonces se hubiese percatado de su presencia, y continuó empujándola en dirección a la carretera principal.

—¿Adónde crees que vas? —le gritó él, enfadado—. Es de noche, por si no te habías dado cuenta.

—¿Y qué más te da? —respondió ella—. Vete a casa, Kyle, tu vida está allí.

 Rodeó el coche intentando no rayarlo con la Vespa y siguió andando sin darse la vuelta. Le daban náuseas sólo de mirarlo, ahora la única cosa sensata que podía hacer era marcharse y encontrar un medio de volver a casa. O un teléfono.

 Kyle la alcanzó de un salto y la obligó a detenerse.

 —Deberíamos calmarnos.

 —Yo estoy calmadísima.

 —Quiero explicártelo todo. Sube al coche —exclamó él con tono autoritario. Eleanor le sonrió con desprecio.

 —A mi no me des órdenes —dijo—. Yo no pertenezco a tu clan.

 Al escuchar esas palabras, Kyle palideció.

 —¿Qué quieres decir?

 —Ya lo sabes —dijo Eleanor con frialdad—. He sido una estúpida por no pensarlo antes, pero en realidad es fácil saber la verdad sobre la gente, sobre todo si aparece en Internet.

 Kyle se pasó una mano nerviosa por el pelo, como si estuviese reflexionando a toda prisa.

 —Sube al coche, por favor. Te puedo explicar muchas cosas que no has encontrado en Internet.

 —¿Y qué te hace pensar que me interesan? —le preguntó ella—. Durante semanas he ido tras de ti para saber la verdad, pero nunca has querido abrirte a mí. Ahora ya no tiene ninguna importancia.

 —Para mí sí que la tiene —imploró él—. Tú no conoces a mi madre, haría cualquier cosa para protegerme.

 Eleanor se rió con ironía.

 —¿Protegerte? Y a los demás, ¿quién los protege de ustedes?

El semblante de Kyle se ensombreció y regresó al coche de una zancada, sin añadir una sola palabra.

 Eleanor  escuchó la portezuela cerrarse y encenderse el motor. El corazón le pesaba pero se sintió aliviada; continuó empujando la Vespa y se alejó lo más aprisa que pudo.

 El coche recorrió tan sólo una decena de metros, hasta encontrar una zona más amplia del arcén que le permitiera maniobrar. Kyle dio la vuelta al coche y alcanzó a Eleanor, abrió la ventanilla y le dijo:

 —Sube, te lo ruego. Déjame ofrecerte una explicación y después podrás hacer lo que consideres justo —dijo—. Sé que he sido un estúpido y que no he sabido manejar la situación, pero también ha sido por tu culpa.

 —¿Mi culpa? —exclamó ella, girándose para mirarlo—. ¿Cómo te atreves a decir una cosa así?

 —Me has obligado a enfrentarme a sentimientos que ni siquiera sabía que podía experimentar —explicó Kyle con la voz grave y apenada—. Tienes razón, no soy libre. Ni siquiera soy libre de amar a quien quiero.

 Eleanor asimiló esas palabras despacio, sintiendo una punzada de dolor en el pecho tan intensa, que por un momento creyó que se moría. Llevó la Vespa a la cuneta y la izó sobre la patilla. La aseguró con una cadena gruesa en la rueda posterior y se subió al coche sin añadir una palabra.

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