Die Together

By YouMyHeaven

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Una historia de amor y mafia. More

Sinoptis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Caoitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Epilogo

Capitulo 14

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By YouMyHeaven

—No te tocaré.

—No me importa. Me basta con que no huyas.

 Se habían encontrado en el patio, durante el recreo, sentados tras un muro que protegía un tramo de las escaleras, delante de una puerta que nunca se abría.

 —De todas formas —añadió Eleanor—, Siempre puedo tocarte yo.

—No te lo permitiré. 

Eleanor  sonrió, estaba mintiendo. Alargó una mano hacia él y le acarició la oreja derecha. Luego bajó por el cuello y le cogió el mentón, alzándolo un poco.

—Podría besarte —le dijo.

 Kyle  la cogió por la muñeca, pero no la apretó. La cogió entre los dedos como quien sostiene algo frágil y precioso.

—No estoy bromeando, destrozo todo lo que toco.

Eleanor  le soltó la barbilla y, con la mano, le apartó algunos rizos oscuros que le caían sobre la frente. El pelo le crecía formando ondas en torno a la cara y espeso en la nuca, como una pequeña tormenta negra.

—Por cómo me miras nadie lo diría —comentó ella con un suspiro—. ¿Es eso lo que te ha pasado en la mejilla?

—Soy una especie de planta carnívora —dijo Kyle sin responderle—. Hermosa por fuera, pero mortal si te acercas.

 Eleanor se puso de pie de un salto y lo miró desde lo alto. Él levantó la cabeza, en un gesto que lo mostró vulnerable por un instante.

 —Siempre me repites lo mismo, pero no quieres explicarme qué significa.

 —No puedo. No quiero.

—Está bien, entonces no me lo cuentes —exclamó Eleanor—. Pero creo que te has hecho una idea equivocada de mí.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Tú quieres protegerme de no sé qué —dijo ella con fervor—. Lo que no sabes es que no hay nada que proteger. Por dentro me siento... me siento destrozada. Puedes decirme lo que quieras, puedes ser como quieras, yo no saldré huyendo. No tengo ningún motivo para hacerlo.

Kyle le dirigió una sonrisa escéptica:

—¿Sabes lo que veo delante de mí?

—A Eleanor Becket —dijo ella con ironía, estirando los brazos.

Al escuchar el apellido de Eleanor, el rostro de Kyle se ensombreció un segundo. De repente se acordó de que aquello no era un juego, que cada gesto que él hacía, cada palabra que pronunciaba, le conducía en una dirección precisa: la dirección equivocada.

—Veo una chica melancólica —continuó—, que no desea estar con el resto de la gente y que guarda en su interior un dolor secreto. Lo sé, lo presiento. Pero no quiero saber qué es. Lo que más me interesa es que no vaya peor. Que pueda volver a sonreír, a vivir a la luz del sol.

—¡La luz! —exclamó Eleanor con una risa triste—. ¿Qué te has creído? ¿Qué hay de bonito en la luz? No es más que un engaño. En las sombras sabes que no puede sucederte nada peor, que has tocado fondo y sólo es cuestión de tiempo que todo el mundo acabe allí. Porque nos toca a todos, tarde o temprano.

Kyle apretó los labios. Habría querido decirle que no era cierto, pero no tenía ni idea, hacía tanto tiempo que vivía en las sombras que nunca se había dado cuenta de lo tranquilizador que podía llegar a ser. Se pasó una mano por la cara y se puso en pie para enfrentarse a Eleanor.

—Tú que sabes lo que significa vivir a la luz del sol, ¿por qué no deseas volver? —le preguntó—. A mí, que nunca he conocido otra cosa en la vida, me cegaría. Poder ser cualquiera, hacer lo que quisiera. Imposible. ¿Pero tú? Tú sí que tienes esa posibilidad.

Eleanor negó con la cabeza.

—No lo sé. Puede que tenga miedo a sentirme decepcionada de nuevo. No podría soportarlo, por eso estoy bien así.

Kyle la abrazó en un impulso y ella dejó que sus brazos la envolvieran. Por un segundo se sintió segura, después la inquietud de él le atravesó la piel y le alcanzó el corazón. Lo estrechó más fuerte.

—Podríamos intentar ser normales —le propuso. Kyle permaneció en silencio, con la cara escondida entre su pelo. —Podríamos hacer lo que hace el resto de los chicos —continuó Eleanor, aunque ni ella se lo creía—. Ven conmigo al campo mañana. Nos divertiremos, una barbacoa entre amigos, todos contentos, al sol. Puede que funcione.

Él se apartó para mirarla.

—Puede que sí, ¿dónde? —En casa de Gordon, ese chico que conociste en el campeonato —respondió Eleanor esperanzada. Kyle enarcó una ceja: —Te he dicho que no me gusta ese chico. Yo sé calar a la gente.

Ella se rió.

—Pues esta vez te equivocas —replicó—. Te aseguro que Gordon Leone es el chico más honesto, amable y previsible que existe sobre la faz de la tierra.

—¿Leone? ¿Se llama así? —preguntó él con expresión desconfiada.

—Sí, es el hijo de un comisario —respondió Eleanor—. Imagínate lo peligroso que puede llegar a ser. Tiene una casa en el campo y me ha invitado, no creo que le importe que lleve a un amigo.

Kyle pensaba a la velocidad de la luz. Uniendo las piezas, intuyó que Gordon era el hijo precisamente de ese comisario, el que trabajaba con el padre de Eleanor para acabar con los negocios de los De Giacomo. Sacudió la cabeza.

—¿No te gustan las barbacoas? —le preguntó Eleanor.

—Mañana no puedo ir —respondió él—. Tengo un compromiso familiar. Ya sabes, comida con los padres.

Ella parecía decepcionada. —Quizá podríamos vernos cuando hayas acabado.

Lo miró y comprendió todo.

—No tienes ninguna comida con tus padres. Está bien. ¿Qué nos queda? ¿El instituto y nada más?

—Déjame que lo piense —respondió Kyle, con gesto severo—. Podríamos encontrar algún modo de ser amigos. Nada más que amigos.

—Nada más que amigos —repitió ella, sabiendo que ni siquiera él se creía algo así. Había bajado las defensas, quizá bastaba con insistir para que se rindiese definitivamente.

—No me tomes el pelo —replicó él, turbado—. Cuando tomo una decisión, nunca me echo atrás. No te besaré, no te tocaré. Tienes que mantenerte alejada.

—¿Como cuando me has abrazado hace un momento? —preguntó -Eleanor, sin rastro de malicia en la voz.

Él se apoyó contra el muro y levantó el rostro hacia el cielo.

—Te lo suplico, Eleanor —le dijo—. Tienes que ayudarme. Si sigues así, conseguirás que me vuelva loco.

Eleanor se asustó de su tono de voz. Parecía desesperado. Y solo. Le tocó el brazo sin acercarse.

—De acuerdo —le tranquilizó—. Lo haremos a tu manera. Pero no desaparezcas esta vez. ¿Me lo prometes?

—Prometido.

                                                                   ***

El domingo por la mañana estuvo a punto de dar plantón a Gordon y a sus amigos.

 Pero después se levantó de la cama, encontró el salón completamente inundado por los documentos de su padre y comprendió que quedarse en casa todo el día habría sido la elección equivocada.

El recuerdo de Kyle, que los días anteriores estaba enmarcado por nubes negras, ese día brillaba con fuerza y hacía palidecer al tímido sol de octubre. Por eso, con un buen humor inusitado, se puso unos vaqueros viejos y una sudadera negra lisa, y metió en la mochila todo lo necesario para pasar el día fuera.

 —¿Te vas? —le preguntó su padre, levantando la mirada del cartapacio que estaba estudiando. Tenía cercos rojos en los ojos, quién sabe cuánto llevaba allí, ni si había dormido algo.

 —Sí, voy a la casa que Gordon tiene en el campo. 

 La expresión del juez se relajó visiblemente.

—Bien. Es un buen chico, seguro que con él no te metes en líos.

Eleanor torció el gesto y entró en la cocina para desayunar. Sabía que tendría que haber llamado a su madre, como todos los domingos, pero hizo como si se le hubiese olvidado y salió de casa antes de que padre tuviera tiempo de darse cuenta.

Atravesó la ciudad todavía somnolienta en su Vespa, las tiendas estaban aún cerradas y las persianas bajadas. Aceleró a todo gas, feliz de tener un de transporte que la llevase donde ella quisiera, guió las indicaciones que Gordon le había dado por teléfono, en dirección al extrarradio, para dejar ahí, el área metropolitana. Por aquella zona el campo, elegante y soleado. Tierra oscura y fértil de la que asomaban hileras e hileras de olivos centenarios formas extravagantes y retorcidas. Los campos estaban demarcados por muros de piedra bajos, de la misma altura. Incluso las carreteras, llanas y asfaltadas, parecían hechas a propósito para deambular sin rumbo.

 Giró en un camino de tierra, con cuidado para no derrapar, y continuó adentrándose en lo que parecía la entrada de una finca. Al parecer, la casa de Gordon lo estaba bien protegida. La vivienda, de dos pisos, se erguía en mitad de un grupo de pinos altísimos frondosos, rodeada de verde y marcada por los años y el aire salobre.

Aparcó la Vespa delante de la verja, junto a las demás motos y algunos coches, y se encaminó sobre una alfombra de agujas de pino en dirección a la casa. Cuando se acercó, le dio la impresión de que no había nadie. Llamó y esperó en vano a que alguien respondiera o acudiera a abrirle. Y, sin embargo, escuchaba voces a lo lejos, por eso se decidió a dar la vuelta a la casa y acercarse al jardín trasero.

—¡Eh, Eleanor! —la voz de Gordon resonó por encima de la algarabía y de las voces alegres de los demás invitados, un grupo de chicos y chicas que se afanaban en la preparación de lo que parecía un banquete nupcial.

 Gordon le salió al encuentro con un delantal puesto y las manos manchadas con masa de pan.

—Disculpa —dijo—, estamos intentando hacer empanadillas, pero en lugar de eso nos ha salido una gran plasta.

Eleanor le sonrió tímidamente. Como le tocara cocinar, quedaría marcada para siempre como la chica más desastre de la historia.

—Escucha, una de mis compañeras del instituto ha insistido en venir, y yo…

—Cherly —se le adelantó Gordon—. Ya está aquí, es muy simpática, has hecho bien en invitarla.

 Señaló el grupo que había reunido alrededor de una especie de horno de leña construido al aire libre y dotado de un gran banco de trabajo de mármol. Cherly ya estaba integrada con el resto y, al parecer, era toda una experta en empanadillas, porque daba órdenes a diestro y siniestro como un general de la armada.

 —Si te interesa —comentó Eleanor—, te autorizo a derrocarla.

 Gordon se rió con ganas y la arrastró junto a sus amigos.

 —Chicos, ésta es Eleanor. Parece peligrosa, pero no muerde.

 Algunos la saludaron, un par de chicas la miraron de arriba abajo con desconfianza. Eleanor se limitó a hacer un gesto de saludo con la mano, y luego se dio la vuelta para ver lo que se fraguaba. Notó que la cocina daba directamente al jardín trasero y que estaba invadida por chicos en delantal. Eran todo un ejército y parecían dispuestos a cocinar cualquier cosa comestible. Un chico corpulento estaba agitando un periódico delante de una barbacoa que sólo hacía humo. A ese paso, probablemente se saltarían el almuerzo, así que Eleanor pensó que podría ser de gran utilidad.

 —¿Te echo una mano? —le preguntó al grandulón que sudaba a chorros.

 —No entiendo por qué no se prende —se lamentó él mientras abanicaba la barbacoa, con la espera, que con ese gesto fuese suficiente.

 Eleanor le echó un vistazo.

 —Has puesto demasiado papel, la ceniza está sofocando el carbón-diagnosticó—. Espera.

 Con una paleta metálica retiró el papel quemado de la barbacoa. Luego colocó algunos pedacitos de material inflamable entre el carbón y le prendió fuego.

—Así no lo conseguirás —comentó el chico, escéptico—. Es demasiado débil.

 —Es una llama, dale tiempo de crecer —replicó ­­­Eleanor.

 Desde que era un bebé, antes del incidente, todos los veranos iba de camping con su familia. Tiendas de campaña, botas de senderismo, paseos por las montañas y montones de barbacoas a las que había asistido. Sabía que uno debía ser paciente con el fuego y que las llamaradas violentas se consumían aprisa y no prendían ni el carbón ni la madera. De hecho, tras unos minutos, algunos cubitos de carbón se iluminaron de un rojo y en n un momento el interior de la barbacoa estaba en llamas.

—Guau, gracias —exclamó el muchachote con alegría.

 —Acuérdate de mí cuando repartas los mejores trozos de carne —bromeó ella, mientras se alejaba con la sensación de que ya había hecho bastante por socializar.

 Llegó donde estaba Cherly, que la saludó con un chillido de entusiasmo.

 —¡Eh, Eleanor! Esto es genial, ¿a que sí? Ahora mismo te preparo una empanadilla especial.

 Eleanor se sentó en una tumbona a la sombra y su amiga se le acercó de inmediato.

 —Oye, gracias —murmuró—. ¿Sabes una cosa? Tu amigo es súper guapo.

 Las dos miraron en dirección a Gordon. Empuñaba un tenedor enorme para los espaguetis y, bajo el delantal, llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta negra que resaltaba su pelo rubio. Sonreía y parecía la persona más feliz del mundo, igual que Cherly.

 —Harías buena pareja —comentó Eleanor.

 —Es una lástima que no haya hecho más que preguntar por ti —replicó Cherly, con una mueca de desilusión—. Pero claro, yo no le he dicho ni pío de tu lío secreto con Harries.

Eleanor la miró exasperada:

 —¿Por qué siempre tienes que decir algo fuera de lugar? '

 —De hecho no está fuera de lugar —exclamó Cherly ofendida—. Todos lo saben. Ni que fuera por mi culpa que te gusten los tipos turbios.

Eleanor decidió no decir nada más. No le gustaba para nada que Cherly definiese a Kyle como un «tipo turbio», por eso creyó que no era útil seguir dándole vueltas al tema.

—De todas formas, si a ti no te interesa Gordon, a mí me gustaría intentarlo —concluyó Cherly con una sonrisa.

  —Todo tuyo —respondió Eleanor.

 Sin embargo, durante el resto de la mañana y también durante la comida, Gordon no pareció darse por enterado de los esfuerzos que hacia Cherly para atraer su atención. Era como si gravitara en tomo a Eleanor, incluso cuando estaba ocupado haciendo otra cosa, como si lo hiciese de tal modo que estuviese siempre cerca de ella.

 Después de comer, Eleanor se alejó para darle una posibilidad a Cherly, y también para tomarse un respiro. Aquella pandilla empezaba a ponerla de los nervios, por eso se retiró al fondo del jardín, a un banco de piedra escondido entre los cactus, y sacó el cuaderno de dibujo de la mochila.

 Mientras dibujaba, con una sonrisa en los labios, no se percató de que Gordon iba a su encuentro y, cuando se sentó a su lado, fue demasiado tarde para esconder el dibujo. Eleanor cerró el cuaderno, la interrupción la fastidiaba.

—¿Te lo estás pasando bien? —le preguntó Gordon. Estaba demasiado cerca. Eleanor sentía cómo sus brazos se rozaban. Retirar el suyo le parecía de mala educación aunque eso era lo que le habría gustado.

  —Sí, se está bien aquí —respondió cortésmente.

 Gordon echó un vistazo al cuaderno:

 —¿Son tus dibujos?

 —No son más que bocetos. Los hago simplemente para entretenerme.

—¿Puedo verlos?

 Estuvo tentado de negarse, pero en el fondo no tenía nada de malo. Le pasó el cuaderno y él hojeó las primeras páginas, en las que había manos dibujadas de distintas posturas.

 —Eres realmente buena —comentó. Pasó la página y vio un retrato muy minucioso—. Es el chico de los campeonatos. Tu compañero de clase.

 —Sí —respondió Eleanor cohibida. Se parecían como dos gotas de agua.

 Gordon se aclaró la garganta y cerró el cuaderno.

 —Kyle, ¿no es así?

 —Sí, Kyle Harries. Está en mi clase, él también es nuevo.

 Sabía que se había puesto colorada pero intentaba mantener la compostura lo mejor que podía.

 Gordon guardó silencio unos instantes. Estaba sobre ascuas. Luego uno de sus amigos lo llamó y se vio obligado a marcharse. Eleanor emitió un suspiro de alivio y se apresuró a acercarse al grupo, no quería quedarse de nuevo a solas con él, tenía la impresión de que quería decirle algo que ella no quería oír.

 Se quedaron en el jardín jugando a las cartas y a la pelota mientras hubo luz natural. Cherly revoloteaba alrededor de Gordon incluso consiguió hacerle sonreír en un par de ocasiones. Era un chico muy querido, se notaba en la forma que tenían los amigos de referirse a él cada dos por tres y en cómo chicas lo habían mirado durante todo el día.

 Llegado el momento de rechazarlo, sobreviviría. Porque Eleanor tenía la sensación de que, antes o después, tendría que pararle los pies de un modo tajante. Gordon no era de los que se rendían fácilmente. Eso le había quedado claro.

Pero su plan de no quedarse a solas con él falló justo cuando la excursión tocaba a su fin y todos se preparaban para volver a la ciudad. Eleanor entró en la casa para recuperar su chaqueta y, mientras rebuscaba en el montón de cazadoras del sofá, Gordon se le acercó y le puso una mano en el hombro, propinándole un buen susto.

 —Hey —le dijo, apartándose un poco.

 —He caído en la cuenta de algo —replicó él con cara de preocupación—. El apellido de tu compañero me suena.

 —No es de por aquí, ni siquiera aparece en la guía —explicó Eleanor con la esperanza de que la cosa acabara ahí.

 —En realidad oí a mi padre mencionarlo. Tiene algo que ver con la investigación sobre los residuos, ¿te acuerdas? —respondió Gordon—. Ésa en la que nuestros padres estaban trabajando juntos.

 Eleanor parpadeó. No esperaba aquello.

—Lo que quiero decir —continuó Gordon con cautela— es que deberías tener cuidado. Infórmate sobre él. Quizá deberías hablar con tu padre de...

  —¡No! —exclamó Eleanor—. No le digas nada, no quiero que se meta en mi vida privada, ¿de acuerdo?

Gordon parecía indeciso.

 —Te estoy diciendo que el tal Kyle Harries podría ser peligro. No estoy seguro al cien por cien de que se trate de él, pero como tú has dicho, no es un apellido corriente por esta zona.

—Kyle es un chico como nosotros —protestó ella. ¿Cómo era posible que nadie más fuera capaz de verlo?—. ¡Es una insinuación absurda! ¿Quién se supone que es?

 —Dímelo tú, ya que sois tan amigos.

 Eleanor encajó el golpe y su rostro se ensombreció.

—Tan sólo tiene diecinueve años —murmuró.

—Supongo que si lo defiendes tanto es porque te gusta —concluyó Gordon, abatido—. Pero te lo digo como amigo. Infórmate, descubre quién es. No querría que te vieras en peligro por su culpa. El tráfico de residuos es un negocio millonario, hay en juego demasiados intereses y tú podrías verte involucrada.

Eleanor  no quería seguir escuchando.

—¿Por qué todos la tenéis tomada con él? ¿Por qué no me dejáis en paz? —gritó, y atravesó la habitación y el jardín a la carrera.

 Llegó junto a la Vespa cuando el sol se estaba poniendo y arrancó deprisa, deseando alejarse de las palabras de Gordon, de su rostro limpio y sincero, de esa jornada tan «normal».

 Pero a medida que entraba en la cuidad, los pensamientos la asediaban y no conseguía ponerlos en orden ni domarlos. ¿Cómo podía asociar a Kyle, el chico que la había salvado, que estudiaba escenografía, que amaba el arte, con la basura? ¿Con esa gente despreciable que, para enriquecerse, saturaban la tierra de venenos, poniendo en riesgo la vida de las personas?

No podía ser, Gordon se equivocaba. El secreto de Kyle tenía que ser otro. Una situación familiar compleja. Una enfermedad mortal en la que no quería implicarla. Algo que no fuera tan infame como una vida criminal. 

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