Donde el sol se esconde

Door AmaliaReed

701 140 398

A veces no sabemos cuáles son nuestros sueños, hasta que se aparecen frente a nosotros. Esto es lo que le ocu... Meer

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1. Colapso en Copenhague
Capítulo 2: Desde otro punto de vista
Capítulo 3. Confesiones en Malmö
Capítulo 4 - Déjalo atrás
Capítulo 5. Reflexiones en Hamburgo
Capítulo 6. Error de cálculo
Capítulo 7. Impulsos en Ámsterdam
Capítulo 8. Historia vacía
Capítulo 9. Tormenta en París
Capítulo 10. Correr hacia el mar
Capítulo 11. Encuentros en Siena
Capítulo 12. Otra vida
Capítulo 14. Empezar de cero
Epílogo

Capítulo 13. Despedida en Madrid

17 6 8
Door AmaliaReed

Las lágrimas y angustias quedaron empacadas junto a nuestras cosas, en la habitación de hotel que compartíamos. Salimos ligeros, no solo de pertenencias, también de emociones, dudas y cuestionamientos.

Recorrimos Siena, visitando el sinfín de catedrales y otros edificios históricos, que nos transportaban a una época medieval, mientras caminábamos por sus estrechas calles empedradas.

Iker se lució con las historias de la ciudad, hablando de todo lo que conocía mientras recorríamos cada rincón, disfrutando de la gastronomía italiana.

Por la noche, nos fuimos de fiesta. Bailamos y nos olvidamos de quienes éramos. Solo un par de desconocidos que comparten un beso apasionado mientras la música los envuelve. Corrimos de regreso al hotel, en medio de risas, como un par de quinceañeros haciendo travesuras.

Al día siguiente, tomamos nuestras mochilas, nos subimos al auto y partimos a Roma. No sin antes, detenernos en una última parada.

—¿Falta mucho? —pregunté jadeando,

—No tanto —respondió Iker, que sostenía mi mano entrelazada con la suya, mientras me jalaba animándome a subir.

Luego de un par de horas de caminar, llegamos hasta las Cascadas del Monte Gelato. Era una verdadera obra de arte natural.

—Es hermoso —susurré, caminando más cerca del río para observar la caída del agua—. Impresionante.

—Lo es. Siempre quise venir a este sitio. —Se adelantó, parándose sobre una roca mientras tomaba fotografías.

Yo también hice una, guardando un recuerdo de aquel muchacho que recorría el mundo, buscando atesorar memorias de las vistas que se empeñaba en recordar.

—Ven, colibrí. Ven conmigo.

Tomé su mano, disfrutando de un momento relajado donde nos tomamos algunas selfies y grabamos videos, intentando acercarnos a las cascadas sin mojarnos, fallando estrepitosamente.

Nos quitamos la ropa y nos sumergimos en el río, a vista de todos los turistas que poco les importaba si estábamos en bañador o solo en ropa interior.

Éramos unos desconocidos. No solo para ellos, sino también entre nosotros.

—¡Vamos! —Me animó Iker, nadando hasta estar debajo de la cascada.

Lo seguí, chillando de emoción cuando el agua dio en mi cabeza con tal fuerza que sentí como todo se despojaba, fluyendo con el resto del río. Todos los males y preocupaciones se marchaban con la corriente, rio abajo.

—¡Es mucho ruido! —grité, cuando nos ocultamos detrás del manto de agua, en una pequeña cueva que se formaba debajo de las rocas—. ¡No te oigo!

Sea lo que sea que dijo, se perdió en el sonido de la cascada, antes que sus labios chocaran con los míos, abrumándome en un beso apasionado que me robó el aliento.

Sus ojos verde-oliva me observaron un momento largo, mientras sus manos rozaban mis mejillas, en una mirada que no necesitó palabras.

Porque cuando dos corazones están en sintonía, las almas tienen su propio idioma.

Al llegar a Roma, aún nos quedaban un par de horas antes de tener que subirnos al avión que nos llevaría a Madrid. Iker insistió en volar conmigo hasta España, donde mi vuelo haría escala antes de regresar a Chile. Ahora que tenía decidida su vida, quería hablar con su padre para comentar su decisión y así continuar su aventura más tranquila.

Aprovechamos el auto rentado para visitar algunos sitios turísticos que no podía perder. «Nadie puede estar en roma sin ver el coliseo» se burló Iker, por mi obsesión de hacer planes para no perder ningún lugar.

Pero aunque tenía razón, esta vez dejé que él guiara la excursión, no solo porque sabía bien a donde ir, si no, porque en estas últimas horas, no había monumento más impresionante en el que quisiera estar, que en este auto con él.

Subimos hasta la parte alta de la Terrazza del Pincio, donde varios turistas esperaban la puesta de sol que regalaba la vista. Por primera vez, Iker abusó de su apellido para conseguir entrar por una puerta no apta para todo público, que nos permitió estar a solas y tranquilos, mientras mirábamos caer el atardecer.

Sus brazos estaban alrededor de mi cintura, con su mentón apoyado en mi hombro mientras besaba mi cuello o mi mejilla cada cierto rato. Disfrutábamos de un momento tranquilo y sin conversaciones que rellenaran el silencio, pero como el tiempo se acababa, no quería irme sin algunas respuestas.

—Entonces... seguirás viajando —afirmé, girando mi rostro para mirarlo—. ¿Por cuánto tiempo?

—No lo sé. Supongo que el tiempo me lo dirá.

—Y seguirás yendo sin rumbo por la vida. O aprendiste que hay que hacer planes para algunas cosas.

Sonrió, y me dio un pequeño mordisco juguetón en la mejilla antes de besarme.

—Un poco de ambas. Tendré un plan, pero espero que mi instinto me diga hacia donde ir.

—«Donde te lleve el viento» —repetí, la frase que usaba todo el tiempo para referirse a su aventura sin rumbo—. ¿Y hacia dónde quieres ir, Iker? ¿Dónde esperas llegar?

Pegó su mejilla a la mía, obligándome a mirar el atardecer, que teñía de naranjo el cielo de Roma.

—Hacia allá.

—¿Dónde?

—Allá —susurró en mi oído, apuntando hacia el atardecer—. Justo ahí.

Sonreí y disfruté de este momento cálido, con los brazos de Iker a mi alrededor, y su corazón abrazando mi espalda.

Ahora, cada vez que veo un atardecer, lo recuerdo a él, viajando a la deriva por el mundo, tratando de llegar hacia ese lugar soñado donde pretendía viajar con el soplo del viento.

Ese lugar, donde el sol se esconde.

El vuelo a Madrid aterrizó demasiado rápido. La tensión se sentía pesada mientras nos levantábamos de nuestros asientos y caminábamos hacia la salida, donde la despedida que seguía era inminente.

—¿A qué hora es tu siguiente vuelo? —preguntó Iker, tomando mi mano mientras caminábamos por el aeropuerto. Su agarre parecía hacerse más fuerte con cada paso que dábamos.

—Es... en dos horas más o menos. En un rato más tendré que embarcar.

Asintió, y tragó saliva sin emitir palabra.

Paseamos por el aeropuerto, donde compré algunas cosas para llevar a Chile y tener de recuerdo, aunque de todos los países en los que estuve, fue el único que no conocí de verdad.

El tiempo... no es amigo de los amores imposibles.

Las dos horas que me quedaban junto a Iker, se transformaron en segundos cuando estuve fuera de las puertas del avión, esperando la última llamada para tomar mi vuelo. Hasta el último minuto posible valdría la pena.

—No quiero verte llorar —susurró, cuando me puse frente a él, para afrontar la despedida—. No quiero recordar eso.

Sabía lo importante que era para él, así que me armé de valor y me tragué las lágrimas que me exigían a gritos escapar.

Sonreí, tomando lo positivo de todo este encuentro. De lo mucho que había aprendido sobre mí, solo por olvidar comprar un ticket de tren.

—Sam —comenzó Iker, con la voz cargada de emociones contenidas—. Quiero que sepas que...

Su voz se quebró, en un titubeo en el que buscaba las palabras adecuadas, y luchaba por poder decirlas.

—Lo sé —respondí suavemente, sin necesidad de que terminara la frase.

Nos abrazamos en un gesto de despedida que duró una eternidad. Un abrazo que representaba no el tiempo compartido, si no, las experiencias vividas a lo largo de todas estas semanas.

—Te deseo lo mejor, colibrí —murmuró Iker, su voz, apenas un susurro que se escapaba en el tumulto del aeropuerto.

—Y yo a ti.

Sonreí, aunque me temblaba el mentón por la angustia reprimida.

Tomó mi rostro y acercó sus labios, intentando calmarlos con un beso dulce, cargado de emociones.

Los últimos pasajeros subían al avión, y si no entraba ya, empezarían a llamarme por altavoz, hasta que decidieran dejarme abajo.

Una idea que se cruzó por mi mente un momento, pero que deseché de inmediato, porque ya había tomado una decisión y tenía que ser fiel a mis convicciones.

—Que tengas un buen viaje —musitó Iker, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, pero sabía que lo decía de corazón.

Retrocedí, soltando su mano hasta que nuestros dedos dejaron de tocarse, y cerrando los ojos y el corazón, caminé sin mirar atrás hasta las puertas del embarque.

No quería mirar sobre mi hombro. No quería que mi último recuerdo de él fuera una imagen tan lejana, cuando en realidad desde un inicio habíamos estado tan cerca los dos.

Ya en mi asiento en ventana, me limpié las lágrimas que dejé caer un momento atrás. Abrí la mochila para sacar mis audífonos y un libro para tener a mano el resto del viaje, cuando me encontré con un nuevo mensaje de Iker en mi teléfono.

Estaban dando las instrucciones de seguridad, así que aproveché esos segundos extras de tecnología para abrir su mensaje. Era un video.

—Sam... —dijo, hacia la cámara. Apartó la mirada y sonrió, antes de limpiarse los ojos llenos de lágrimas. Estaba oscuro, con la ropa con la que habíamos estado en Siena el primer día. La noche que discutimos en la habitación.—. No sé qué estoy haciendo. Supongo que... solo estoy siendo un idiota sentimental. No te olvides de mí, colibrí. Te llevaré siempre en mi corazón.

Las lágrimas brotaron desgarradoras por mis mejillas. Por un momento quise levantarme y bajar del avión. Un escándalo digno de comedia romántica. Pero la realidad fue que el desconocido, que estaba a mi lado, me consoló sin saber cómo hacerlo correctamente, un sobrecargo me trajo un vaso de agua y el avión despegó, llevándonos a todos al destino al que teníamos que ir.

Me pasé el resto del vuelo sollozando, mientras miraba los videos y las fotos que había capturado en este viaje. Flashes de momentos que desencadenaban una lluvia de recuerdos, que esperaba mantener vivas en mi memoria durante el tiempo que hiciera falta.

Principio del formulario

Al aterrizar, una vez más me encontraba en un aeropuerto, esta vez no con dos maletas. Solo una mochila acuestas, que pesaba mucho menos que los arrepentimientos y culpas que llevaba cuando inicié este viaje.

En medio de todo ese caos de aviones por despegar, vuelos reprogramados y encuentros, no supe dónde ir. No tenía hogar, ni trabajo. Nada que me atara a un pasado que ya había dejado atrás.

Miré mi teléfono, y archivé la conversación de Iker, guardando todos nuestros recuerdos en una puerta trasera, a la que me permitiría volver cuando lo necesitara.

Después de eso estaba Daniel. Anclado como conversación principal, porque por lo visto, había decidido ponerlo como prioridad, incluso por encima de mi familia.

La tentación de la familiaridad era casi abrumadora, pero sabía lo que debía hacer ahora. Y no había dejado una parte de mi corazón al otro lado del mundo, como para echar marcha atrás.

Di media vuelta, y compré un nuevo ticket de avión, pero esta vez, tenía muy claro donde debía que ir. 

______________________

Ga verder met lezen

Dit interesseert je vast

6.4K 637 28
gyuvin después de varias decepciones amorosas solo quiere ser amado, como por ejemplo, ser amado por ese chico rubio que lo mira todas las tardes en...
47.9K 5K 30
¿Quién sería tan desalmado como para dejar a un pequeño de siete años solo en el bosque? Aquel pequeño rubio de marquitas en las mejillas lo observab...
237K 16.5K 18
Louis está bastante cansado de su irritante jefe, pero en serio necesita el empleo. Aunque el omega no está dispuesto a seguir soportando abusos en s...
3K 439 37
Desde un trágico acontecimiento que puso su mundo de cabeza, Savannah decidió encerrarse en sí misma para proteger su frágil y destrozado corazón de...