No acercarse a Darek

By MonstruaMayor01

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Meredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla... More

Personajes
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Adelanto
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Carta recibida por Darek
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Adelanto
Conociendo a Darek
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
¿Crees en los monstruos?
Adelanto
Capítulo 24
Capítulo 25
Adelanto
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Dae
Capítulo 30
La chica
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Piano, sangre y amor
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Adelanto
Capítulo 38
Capítulo 39
Ese «te quiero»
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
NOTA
El cerezo
Capítulo 43
Capítulo 44
Ajedrecista
El villano
Capítulo 45
Antes de todo
Capítulo 46
Capítulo 47
Ella
Capítulo 48
Capítulo 49
Steiner

Un pasado marcado

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By MonstruaMayor01

◇◆◇◆◇

ADVERTENCIA DE CONTENIDO: Este capítulo trata temas que pueden resultar sensibles para algunos, se recomienda discreción.

◇◆◇◆◇

Narrado por Darek Steiner:

La he observado siempre desde el umbral de mi oscuridad.

Ella, siempre inmersa en un halo de luz tan brillante que ahora me duele incluso mirar. Hasta he llegado a pensar que quien sea que nos haya creado concentró toda la esperanza y vivacidad en un solo ser, y ese ser es ella. Yo, una entidad forjada en las sombras, no puede ofrecerle más que sufrimiento.

El invierno, con su frío que cala hasta los huesos, su ausencia de color, donde la vida parece haberse retirado para dar paso a un letargo sin fin. Ese soy yo. Mis días transcurren entre sombras, entre copas de dolor y desesperación, un frío que me mantiene lejos de cualquier atisbo de calor. Y luego está ella, que con su sola presencia provoca que las flores se atrevan a brotar, a desafiar el glacial que acompaña mi alma.

Es tan pura que ve cosas en mí que yo ni imaginó.

—¿No lo entiendes? —Me aprieta la muñeca —Darek, tú has sido la única persona que me ha entendido cuando ni yo misma lo hago, me has enseñado cosas que no creí aprender jamás y... se ha preocupado por mí.

Carajo, ella es tan bondadosa que está viendo en mí montones de virtudes y eso no es bueno, aunque muy en el fondo quisiera disfrutar de sus palabras, entenderlas y, sobre todo, creerlas. Entonces, recuerdo que ella no me conoce lo suficiente, y con un movimiento instintivo, trato de liberarme de su agarre, de zafarme de las cadenas invisibles que me advierten que si esto continua todo será peor. Sin embargo, ella no me lo permite, al contrario, me sostiene aún con más firmeza. Con sus ojos puestos sobre los míos, me enfrento con un océano de serenidad que parece calmar la tormenta de mi ser.

—No sé quién te hizo creer que eres alguien malo —prosigue con serenidad —, pero te ha mentido, porque para mí eres tan bueno que me da miedo que un día ya no puedas iluminar mi mundo con tus tonalidades grises.

Y es aquí cuando algo dentro de mí se quiebra. Como un dique que cede ante la insistencia del agua, mis resistencias empiezan a desmoronarse. Ella, con cada palabra pronunciada, derriba las murallas que he construido por años, murallas de negación, autodesprecio y miedo de enfrentarme a mí mismo.

Mirándola directo a los ojos, me encuentro con un reflejo de lo que siempre he querido ser. No el monstruo que soy, sino alguien digno de amor, perdón y una segunda oportunidad.

Muy en el fondo sé que todo esto es imposible, ya que no soy más que un ser maligno, por ende pronuncio la frase que espero pueda expresar lo mucho que lamento no poder ser el chico que ella merece.

—Lo siento.

El desconcierto toma forma en toda su expresión. Ella no entiende por qué me estoy disculpando y es mejor que no lo haga.

Movido por la necesidad de querer sentir sus labios en los míos, me lanzo hacia ella, antes de lograr mi cometido me detengo un segundo para mirarla, no lo dudo más y la beso. Encuentro sus labios al tiempo que arrastro las manos por su cintura y la atraigo a mi cuerpo. Al principio es un roce suave, apenas perceptible, como el aleteo de una mariposa, esa misma que parece despertarse dentro de mí. Su respuesta no viene en rechazo, más bien me corresponde. Nos basta con eso para convertir lo que comenzó como un murmullo en una sinfonía.

Ella responde con tal urgencia que la mía se intensifica, sus manos encuentra el camino hacia mi rostro y antes de que pueda dar marcha atrás a esto, entiendo que no tengo escapatoria. Meredith me tiene entre sus manos y nunca antes me he sentido más seguro.

Los movimientos de nuestras bocas se entrelazan, se complementan, en una danza que es tan antigua como el tiempo mismo. Mientras seguimos fundiéndonos uno en el otro, deslizo las manos por su espalda, para que luego las suyas me rodeen el cuello y así me empuja hacia ella. Yo no retrocedo.

El corazón nunca antes me ha latido con tanta vida como lo hace ahora, incluso temo que ella pueda oírlo retumbar contra el suyo. Siento un calor abrazador que se me extiende a través de las venas y por un segundo me concreto en el sonido que hacen nuestras bocas al devorarse, registrando tal sonido en lo más profundo de mi memoria, queriendo recordarlo hasta el último segundo de vida que me quede.

Con nuestras lenguas en una misma sintonía y siendo controlado por mis deseos, subo una mano hasta su cuello y antes de pensar en algo más, presiono los dedos contra su piel desnuda, provocando que un jadeo rompa entre sus labios y así sus labios se despegan de los míos.

Sus manos, aún temblorosas por la intensidad del momento, se aferran a mi cuerpo al mismo tiempo que se esfuerza por recuperar el aliento, yo estoy igual o peor. Es impresionante lo que puede causar ella en mí, porque incluso ha alterado la composición misma del aire que lucho por inhalar, y a mí nada me deja sin aliento

—Mer... Meredith —su nombre se desliza fuera de mis labios, con cada sílaba arrastrando un pedazo de la tempestad que me condensa el pecho.

La siento acurrucárseme en el pecho. Mis sentidos se despierta al cien por ciento, soy capaz de distinguir como va recobrando el aliento, una gran necesidad de arroparla con los brazos me asalta, mas al estar por hacerlo ella abandona la cercanía de mi cuerpo, apartándose de mí como lo hace una presa de su depredador.

Tan pronto alza la mirada hasta mis ojos entiendo lo que pasa, me basta con advertir la culpa reflejada en sus pupilas para desear poder nunca haberme acercado a ella.

Abre la boca.

—Esto... yo... no...

—Fue mi culpa.

Siendo consciente de lo que he hecho, doy un paso atrás

Lo he jodido todo.

Con los ojos bien abiertos, ella no deja de observarme. Quiero decirle tantas cosas justo ahora, que entienda que ella no es el problema, ya que el problema soy yo y siempre voy a ser yo. Expresarle como no la he podido sacar de mi cabeza desde hace años, en esa primera vez que me habló, siendo un niño con miles de heridas en el cuerpo y alma, ella aceptó la mano que le extendí, dijo "gracias" y no me vio como un bicho raro.

Tras inhalar, consigue hablar:

—¿Po-por qué lo hiciste?

«Porque estoy jodidamente enamorado de ti»

Me resulta imposible exteriorizar lo que se repite en mi cabeza una y otra vez, por ende solo me queda afrontarlo lo que terminaré representado en la vida de ella: sufrimiento y caos.

—Meredith... esto ha sido mi culpa.

Leo cada línea de su rostro, cada una de ellas es un reflejo de lo mucho que puedo llegar a herirla. Entonces, sucede lo que ya veía venir: retrocede un paso lejos de mí. Tal gesto me despierta un hondo dolor en el pecho, porque aunque sé que lo mejor es esto, también debo admitir que si ella decide sacarme de su vida se llevará consigo una parte de la mía.

—¿Por qué? —repite con un dejo más alto.

—Me dejé llevar.

No le estoy mintiendo. Me dejé llevar por los impulsos que debían seguir reprimidos en los lugares más recónditos de mi alma, pero que ella está logrando que sean explorados.

La brisa de la noche vuela entre las hojas de los árboles a nuestro alrededor y de ellas brotan suspiros de dolor. Y sin preverlo suelta la pregunta que he estado evitado a toda costa:

—¿Soy la chica de la que estás enamorado?

Claro que es ella, lo ha sido desde el primer segundo. Es por eso mismo que no puedo aceptarlo en voz alta, tengo que protegerla, alejarla de cualquier daño y lo cierto es que mi mundo de sombras y oscuridad es un lugar que jamás va a querer habitar.

Por años he tomado la vida de otras personas entre mis manos y las he apagado, en ninguno de esos casos he flaqueado y es gracioso que esta pregunta me traspase las sienes y luego el tórax con tal vigor que me quiera hacer decaer. El dolor es casi físico, lo es aún más cuando llevo años autolesionándome con el propósito de sentir sin ningún resultado, pero ahora, frente a ella, con esa pregunta colgando entre los dos, parece que me quemo por dentro.

No puedo mentirle, si lo hago hoy mismo me suicido.

Tampoco puedo decirle la verdad, eso terminará lastimándola.

Lo único que me queda es disculparme, no tengo otra salida.

Fijo la mirada en su rostro, cada rasgo suyo grabado a fuego en mi memoria.

—Meredith, lo siento.

De a poco la tristeza se adueña de su semblante, pasando de la duda a la melancolía en unos breves instantes. Es como presenciar el ocaso de su espíritu, ser testigo de cómo la luz que le caracteriza se eclipsa segundo tras segundo. Y con esto una parte de mí me maldice por ser yo el causante de que hoy sus ojos pierdan un poco más de brillo.

Pasado un rato, asiente a la vez que se esfuerza por ofrecer una sonrisa temblorosa que acaba por no dibujarse.

—Tengo que irme.

Es con estas palabras que rompe con nuestro contacto visual, para seguidamente darme la espalda y empezarse a alejar. Un enorme peso me cae en los hombros, uno que me hace querer rebelarme, correr hacia ella, tomarla entre mis brazos y gritarle toda la verdad. Es tal desesperación que doy un paso adelante. Ella está a punto de cruzar el umbral de la puerta y yo a un paso de ser sincero.

La vida misma quiere protegerla de mí.

Es aquí que siento algo caliente que me resbala de la nariz. Me llevo la mano al rostro y al retirarla, la veo mancha de rojo. Sangre. La clara señal que necesito para reafirmar que todo de mí terminará de dañarla.

El sonido de la puerta siendo cerrada hiere mis oídos y corazón.

No obstante, la sangre no es el único síntoma que se hace presente. La vista se me nubla; antes de poder dar un nuevo paso, mis bordes de la realidad son oscurecidos, borrando los contornos de la figura de la puerta, sumiéndome en un velo de negrura.

Pestañeo tres veces en un esfuerzo por hacer que la nitidez me regrese a la vista, peleando por no dejarme vencer; en vez de lograrlo, las piernas me pierden fuerzas y entonces soy impactado por un mareo que se conjuga con la pérdida inminente de mi conciencia para dejarme en completo silencio. Luego caigo de rodillas.

Es en este instante, al estar por dejar que la penumbra me engulla por completo, escucho el sonido de neumáticos frenando en seco contra el asfalto. Acto seguido, pasos apresurados se acercan. Hago un intento por alzar la vista para así discernir quién viene hacia mí, pero es en vano, no tengo fuerzas ni para eso.

Lo próximo que percibo son unas firmes manos sujetándome, evocando que consiga subir una mano y apoyarla en el cuerpo de quien sea la persona que me ayuda

—Joven Darek, soy Cedric... manténgase conmigo...

Me esfuerzo una vez más por enfocar la vista.

Estoy expuesto, Meredith en cualquier minuto puede asomarse por la ventana, o salir de la casa y verme en este estado. Tengo que evitar eso.

—Cedric —consigo articular —, ayú-ayúdame a llegar... al auto.

Sin detenerse ni un solo segundo, hace lo que le pido. Me ayuda a ponerme de pie, pese a que cada paso que doy es un gran esfuerzo, Cedric se las ingenia para abrir la puerta trasera del coche y me guía hasta el asiento.

Apenas me siento, apuño los párpados.

—¿Quiere que lo lleve al hospital?

Empiezo a recuperar la nitidez de los sentidos, lo sé porque froto la tela debajo de mi tacto y la voy reconociendo.

—No... estoy bien.

—Su nariz está sangrando...

—No pasa nada... —cojo aire —estoy bien.

No abro los ojos, todavía no acumulo las energías suficientes para hacerlo. Cedric acepta mi decisión, puesto que la puerta es cerrada. Agudizo el oído, alcanzo a atender sus pasos que van con dirección a la puerta del conductor, la abre y sin perder tiempo se sube.

—Odia ver su propia sangre —me recuerda él.

Que sea mi chofer por tantos años ha hecho que conozca cosas de mí, aunque son mucho más las que no sabe.

—Dame un pañuelo —pido al cabo de un minuto en el que obtengo la lucidez que antes había perdido.

Sin abrir los ojos extiendo la mano al frente. Cedric se encarga de acercarme el pañuelo. Ya con el pañuelo de seda, me limpio la mano, tallándola hasta que parece que me rasgo la piel.

—Ya está limpia.

Freno los movimientos enseguida. El tono que usa él no es uno que busca informar, es una súplica para que pare.

Voy separando los párpados, me cuesta un tanto adaptarme al entorno que me rodea. Con el pañuelo que tengo en la mano me limpio la nariz.

—La señorita Harley ha estado llamando a su segundo teléfono —me informa Cedric tras acomodarse detrás del volante y empezar a dar marcha a las llantas —. ¿Quiere hablar con ella?

—Sí, dame el teléfono.

Mete la mano en la guantera y de ella extrae el celular, de esos que parecen haber sido olvidados por el tiempo y la tecnología. Un teléfono de teclas, robusto, casi indestructible, perteneciente a aquellos que habían dominado el mundo antes de que las pantallas táctiles y los sistemas operativos sofisticados se convirtieran en la norma. No hay cámaras de alta resolución ni ninguna aplicación. Es de esos móviles difíciles de intervenir.

Cada miembro de la familia Steiner tiene uno, es con estos aparatos con los que nos comunicamos para hablar temas... privados.

La pequeña pantalla apenas me muestran unas cuantas líneas de texto. No tardo en buscar el buscar los registros de llamada y pincho el último número registrado.

Que Harley me llame para este tipo de temas es común, por ende, me hago una idea de las palabras que me encontraré del otro lado de línea.

—¡Dek! —Ese es su enérgico saludo.

—¿Para qué me estabas llamando?

—¿Sabes que deberías ser más educado?

Suspiro.

—Harley, no estoy para...

—Necesito tu ayuda —me interrumpe.

Esa "ayuda" se traduce en: asesinar o torturar a alguien. Solo que ella lo plantea de una forma más sutil. Hoy no estoy de ánimo para eso.

—El tío Uriel lo puede hacer... o Damien...

—Se trata de un violador —me corta por segunda vez. Casi la imagino con los ojos cristalinos al agregar: —Sus víctimas, una chica de 15 y una niña de... 5 años.

Mierda.

Un enorme hoyo se me va formando en el pecho, luego se extiende lento pero implacablemente. Es una sensación familiar que he aprendido a reconocer más no a aceptar.

—¿Dónde lo tienen?

—En el cuarto de cristal.

—Voy para allá.

La llamada finaliza y yo ya tengo la decisión tomada.

Lo haré sufrir.

Pasado 20 minutos llegamos a la mansión, dejo atrás a Cedric y me adentro a la casa. El cuatro de cristal se ubica detrás del jardín trasero, es por esto que aprieto el paso. A medida que mis pies se hunden en la grama del jardín y después en el camino que conduce al cuarto noto que los latidos de mi corazón se sincronizan con las pisadas bajo mis pies, marcando un compás dulce que no hace más que agitar todo dentro de mí.

Al final llego al cuarto, pero para acceder a él no es tan fácil, debo poner mi huella en varias cerraduras de máxima seguridad. A medida que me paseo por los largos pasillos que llevan al cuarto, una oleada de emoción me recorre, impulsándome hacia adelante sin mirar a los lados.

Abro la última puerta. Mi llegada es anunciada con un lamento metálico que suena en mis oídos como un cántico fantasmal. El sonido se prolonga unos instantes antes de que cruce el umbral y selle la entrada al cerrar la puerta con un golpe sordo.

Harley y el tío Uriel, que son los que se hallan adentro, me voltean a ver. A pesar de que no concentro la vista en el tío, capto la sonrisa corta que se tuerce en las comisuras de sus labios. Él sabe cuánto disfruto de acabar con tipos como el que se encuentra detrás del vidrio unidireccional del que está construido el cuarto de cristal.

Harley no me pierde de vista en cuanto me acerco.

—Dek, has llegado rápido.

—¿Dónde está?

Ella, que está hundida en una silla, con una carpeta color marrón en su regazo, agarra la carpeta y antes de alzar su cuerpo, inhala. Me detengo y ella acaba por acercarme la carpeta.

—Ya se les hicieron todos los estudios. En todos ellos queda claro que la niña fue abusada por un poco más de un año —explica, dejándome la carpeta en las manos. Para poder mirarme directo a los ojos debe echar la cabeza hacia atrás. —El tipo encerrado en el cuarto es el padrastro de una chica que va en mi clase, a ella también la abusó.

Harley no suele derrumbarse por casi nada, es por esto mismo que me sorprendo al atinar un punzante dolor en sus pupilas.

—Si quieres lee toda la información que hay en la carpeta —prosigue —, pero te aseguro que es mejor que no lo hagas. Ahí vas a encontrar cosas atroces. —Traga grueso —. Espero que lo hagas sufrir —la voz le sale silbante, inmediatamente después me sonríe de lado. —Dek, te llamé a ti porque sé que eres el único que puede darle lo que se merece, así que, hazlo sufrir.

Con esto dicho, suelta la carpeta. Procede a darle una última mirada al tío Uriel.

—Gracias por ayudarme a capturarlo, tío.

Y entonces, se marcha del cuarto.

Ella conoce las reglas, sabe que está prohibido que presencie lo que sucede en las paredes cristalinas que tengo frente a mí.

—No es necesario que...

Tiro la carpeta al piso, su contenido queda esparcido por todo el piso. El tío Uriel sella los labios. Él sabe que nada de lo que diga me detendrá, por eso no hace el intento de volver a hablar.

Empiezo a caminar, sin siquiera lanzar un vistazo atrás. Mis pasos me conducen a través de la habitación. Delante de mí se irgue la puerta de cristal que en unos segundos empujo. No hay vacilación, ni un suspiro de duda.

La sala se abre frente a mis ojos y ellos no pierden ni un segundo para buscar al hombre que yace amarrado de pies y manos, su espalda pegada a una especie de cruz de madera. Por suerte ya se halla en sus cinco sentidos. Me reconoce enseguida, la forma en la que le contrae la cara me lo dice.

—¡Son una familia de locos! —escupe — ¡Loco de mierda! ¡Sácame de aquí!

Cierro la puerta a mis espaldas, sin prestarle atención. Mientras me acerco a la mesa que se ubica en un rincón del cuarto no me detengo a mirarlo. La mesa está repleta de objetos que se pueden usar para hacerle daño al hombre que no para de gritar: un martillo, cuchillos, un arma y una navaja. La mayoría se hubiera ido por el arma, es más práctica y rápida para matar, yo no la escojo, lo que agarro es la navaja, ella es mucho más divertida de usar.

Voy afincando los dedos en el mango a la par que me giro. El bastardo que me acompaña no para de quejarse, pero no hablo, lo único que hago es observarlo, fija y meticulosamente.

Dentro de este cuarto puede desgarrarse las cuerdas vocales gritando y nadie lo escucharía, tal y como él silenció a esas niñas por años. Daría lo que sea para poder haber evitado que ellas vivieran tal atrocidad, porque quien vive un abuso de este tipo le queda una huella permanente por el resto de la vida.

¿Qué cómo lo sé? Lo vivo día a día.

Sin dejar de mirarlo, le saco la funda a la hoja de la navaja.

—¡Déjame ir!

Ya no hay valentía en su voz, ahora suplica desesperado. Eso me ilumina el rostro con una sonrisa.

—Escúchame con atención, porque no me gusta repetir las cosas —empiezo y con la punta de la navaja me rasco el cuello, me abro un poco la piel, mas no me importa. —Te haré unas cuantas preguntas y si no me gustan tus respuestas iré cortando partes de tu cuerpo...

—¡Ayuda! ¡Por favor, ayúdenme!

—No sigas gritando, nadie te ayudará.

Tiembla de pies a cabeza.

—Amigo...

—No soy tu amigo —bramo, apretando los dientes.

—¿Por qué estoy aquí?

Es tan cínico que tiene la osadía de hacer tal pregunta.

Voy moviendo el mango de la navaja entre mis dedos.

—Primera pregunta, ¿qué fue lo que te atrajo de esas niñas?

Desorbita los ojos, fingiendo que no sabe de lo que le hablo.

—No... no sé... yo no he hecho nada.

Me llevo la mano que tengo libre hasta la cara, presionado el pulgar en mi frente. Una risa forzada silba entre mis dientes.

—Es la peor respuesta que he escuchado en mi vida.

Como una bala recién accionada, salgo a su dirección. Sin pararme a agregar nada más, tiro de uno de sus dedos y lo corto. El grito que se desata en el aire estremece las paredes.

Observo el dedo en mi mano y lo arrojo al piso, el líquido rojo ya bañándolo.

—Odio las mentiras, así que si sigues respondiendo de esa forma no te queda mucho tiempo de vida —le advierto con la mirada ardiendo de furia —. Te daré una segunda oportunidad, ¿qué fue lo que te atrajo de esas niñas?

He lidiado con muchos hombres de su tipo en lo que llevo de vida y todavía no logro entender por qué dañan a niños y niñas que solo merecen ser protegidos. Aún no comprendo por qué me dañaron a mí.

Jadeos de dolor rompen en su boca.

—Yo... soy un enfermo... sé que estuvo mal.

Enarco una ceja.

—Eres un enfermo, de eso no hay duda, pero dime, lo que te atrajo de esas niñas fueron sus cuerpos sin curvas exhalando sudor infantil, o sus dientes aún de leche. —Cierro los ojos controlando la furia que se desata dentro de mi ser —, dime, fue su inocencia, sus calcetines de colores, o el miedo en sus pieles ante tus amenazas.

—No... eso no...

De repente, los recuerdos comienzan a embestirme con una ferocidad que me roba el aliento, como si fuerzas invisibles arrancarán las compuertas que contienen el torrente de memorias de mi infancia.

«Tú eres el que causa todo esto», me decía mi madre, hoy, diez años después, sigo escuchándola.

Me resisto. Abro los ojos y como si el que estuviera frente a mí fuera mi propio padre, le arranco una oreja. Profiere un grito todavía más agudo que el anterior. No me importa que se desangre frente a mí, solo quiero seguir causándole dolor.

—Segunda pregunta, ¿las escuchaste llorar?, ¿te pidieron que pararas?

Se queja de dolor y capto una lágrima descender por su mejilla.

—Sí... me pidieron que... parara.

«Jamás voy a parar, eres de propiedad y hago lo que quiera contigo», la voz que ahora se oye en mi cabeza es la de mi padre.

Entonces, regreso a ser ese niño encerrado en una habitación que llora detrás de la puerta mientras se araña las clavículas.

Pero no voy a parar. Me abalanzo sobre el hombre, con una mano lo obligo a abrir la boca mientras le voy acercando la navaja al rostro. Con los dedos le atrapo la lengua y me hago consciente de que ya para este punto he perdido el control. Él implora, pero ya no vuelta atrás, en realidad nunca la hubo.

Paso la hoja por su lengua.

La adrenalina me bombea en las venas mientras el corazón me ruge como un trueno que me rompe el pecho. Vislumbro la lengua del hombre caer al suelo, aún palpitando con un rojo intenso. La sangre le brota de la boca en un río carmesí.

Retrocedo un paso, escuchando las súplicas que se ahogan en su boca.

—Ya que morirás hoy, quiero contarte una historia. —Del bolsillo saco el pañuelo que me dio Cedric y empiezo a limpiar la hoja de la navaja. Los ruidos siguen emergiendo de sus labios, teniendo la estúpida esperanza de que lo ayudaré —. Hubo una vez un niño que entró por primera vez al consultorio de un psiquiatra, el hombre detrás del escritorio puso delante de él un dibujo de un niño, luego le pidió que coloreara los lugares de su cuerpo que habían sido lastimados por sus padres —la voz me sale calmada, pero en mi cabeza se empiezan a reproducir las imágenes que tengo de ese día. —¿Sabes lo que pasó después?

Entierro la mirada en el hombre que me mira con espanto. Sabiendo que está a unos minutos de morir, no tiene opción que negar con la cabeza.

—¡No pudo! —continuo y por un segundo pierdo el aire. Sin darme cuenta, meto la navaja en el bolsillo del pantalón y mis dedos se entremeten por la abertura del suéter, en cuanto me toco las clavículas con las uñas, las aruño sin ningún control. —No-no pude colorear ni un solo lugar porque ni siquiera un pedazo de papel se merecía lo que ellos me hicieron.

A los seis no entiendes muchas cosas. Yo, por ejemplo, no entendía por qué mamá y papá se divertían al verme sangrar. Luego lo entendí y todo fue mucho peor.

El abuelo cree que tengo pocos recuerdos de lo que pasó en aquellas cuatro paredes, lo que no le he dicho es que aunque era un niño lo que ellos me hicieron quedó tallado en mi mente y hasta ahora, al recordar, sigue doliendo como cuando me dejaron en pedazos.

Meredith jamás aceptará lo que soy, para ser sincero, tampoco quiero que lo haga. Y es que, lo que debía aprender de amor me lo enseñaron con gritos, heridas y dolor. Soy alguien demasiado roto para ser reparado, estoy demasiado perdido para ser encontrado.

Y ella no se lo merece, no se merece que alguien como yo tenga la intención de amarla. 

◇◆◇◆◇

NOTA DE AUTORA:

Qué capítulo más denso.

Buenas, buenas, gente bonita y gris, ¿cómo andan?

Díganme, ¿qué les pareció el cap? Estoy ansiosa por leer sus opiniones.👀 

Debo confesar que siempre me cuesta un montón empezar a escribir desde el punto de vista de Darek, es que la forma en la que piensa me perturba un poco, pero una vez que él toma el control de la situación las palabras fluyen sin más.

NO saquen conclusiones, aún falta mucho por leer y descubrir.

Si creen que esta historia les gusta y me pueden ayudar recomendándola se los agradeceré desde lo más profundo de mi frío corazón (ojo, solo si ustedes creen que sea una historia digna de recomendar, si no es así entonces no la recomienden).

Les recuerdo que por mi insta siempre ando subiendo adelanto y una que otra cosilla.

Hasta el próximo viernes, pasen un buen fin de semana y sean amables. 🩶

Mi Instagram: (enderyarmao)

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