En las sabanas de un Telesco

By FlorenciaTom

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Evangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma... More

En las sabanas de un Telesco.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
SEGUNDA PARTE.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo.

Capítulo 50

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By FlorenciaTom


SOPHIA BROWN.

Ante el espejo, sus ojos oscuros se encontraron con su propia imagen reflejada. La escena parecía simple: abotonar la camisa, apartar el cabello oscuro de su cuello, pero para ella, esos gestos cotidianos ocultaban un torbellino de emociones. Un sentimiento de inquietud la acompañaba mientras sus dedos se movían con precisión mecánica.

El cabello, oscuro como la noche, fue retirado hacia atrás en un intento de alejarlo de su cuello.

Cada mechón caía en cascada sobre su espalda, y en ese momento, su mirada se volvió crítica. Como si en el espejo se reflejara algo que ella no podía comprender del todo, algo que la hacía cuestionar su propia imagen.

Sin embargo, en medio de esa mirada autoexaminadora, había un atisbo de determinación. Una decisión que había tomado conscientemente, motivada por una causa mayor.

Sabía que la ruta que había elegido era la única opción para cambiar el destino de su familia. El sacrificio que estaba dispuesta a hacer por su madre, su hermana y sus sobrinos la impulsaba a seguir adelante.

California no era un lugar donde vivieran en pobreza, pero comparado con lo que había aquí, en este lugar sombrío pero a la vez intrigante, era como si vivieran en una realidad alterna.

Ese pensamiento evocó una sonrisa llena de anhelo. Imaginó a su madre, una figura fuerte y resiliente, caminando descalza sobre el césped, sintiendo la caricia de la hierba bajo sus pies.

La imagen de su madre disfrutando de la belleza del pueblo, con su riqueza y misterio, llenó su mente de esperanza y propósito.

Marco el numero de Evangeline en su móvil y la llamó.

—¿Mamá? —la voz de su hija, llena de sorpresa por su llamado pareció ponerla en alerta.

—Querida—suspiró Sophia—, mañana por la mañana tendré una sorpresa para ti.

—¿A qué te refieres? No puedo hablar mucho, estoy en el gimnasio.

—¿Y tu pierna? ¿Por qué estás en el gimnasio si tienes la pierna herida?

—Estoy entrenando mis brazos—responde, rápido—¿de qué sorpresa, mamá?

—Oh te encantará hija, será un alivio en nuestras vidas que ni te imaginas—le endulza la oreja a su hija mientras se coloca un collar de perla que su esposo le regaló—. En cuanto pueda te diré pero estate alerta.

Sabia cuando Evangeline amaba a su abuela, siempre la llenaba de mensajes para saber si sabia algo de ella y obvio que Sophia no sabia nada porque la habían incomunicado del mundo.

—Pero mamá no me dejes así—se rie Evangeline—, dime al menos de qué se trata.

—Te llamaré en cuanto pueda, hija. Cuídate mucho.

—¡No seas mala!

Sophia le corta la llamada, riéndose.

"Con tal de verte feliz hija, haré lo posible".

***

Cayó la noche.

Sophia estacionó su flamante Ferrari negro mate frente a la imponente mansión Telesco. La estructura era tan intimidante como la suya propia, aunque de manera diferente.

La sorprendió que, a pesar de sus diferencias, ambas propiedades compartieran un nivel económico similar. Un pensamiento fugaz se preguntó cómo era posible que dos fachadas tan distintas ocultaran la misma opulencia.

Descendió del auto con una gracia innata, un contraste frente al telón de fondo majestuoso. El regalo de bienvenida que su esposo, Elijah, le había ofrecido, el Ferrari negro mate, parecía encajar perfectamente en su entorno, a pesar de la diferencia de estilos.

Sabía que Elijah estaba ocupado con una reunión exclusivamente masculina en el pueblo. Las actividades en este lugar tranquilo y recóndito eran limitadas, y eso la hacía esbozar una sonrisa mientras recordaba lo limitada que sería su ausencia.

No era raro no verlo. En su vida anterior, trabajaba en una fábrica de vidrio en California, estaba a punto de ser ascendido antes de que esa carta maldita cambiara sus planes y alterara drásticamente el rumbo de sus vidas.

La idea de un futuro brillante en su antigua ubicación se evaporó como un sueño cuando se vieron obligados a mudarse a este pueblo enigmático.


Sophia avanzó por el sendero que conducía a la mansión Telesco, sintiendo la ligera presión de la punta de su zapato al clavarse en el camino de piedras blancas. Cada paso parecía resonar con una mezcla de ansiedad y determinación, como si el camino mismo fuera un recordatorio tangible de la dirección que había tomado.

El golpeteo de sus dedos contra la puerta de la mansión fue atendido por un hombre, una diferencia notable en comparación a su visita anterior. Supuso que la rotación de personal era una conveniencia que podían permitirse debido a su opulencia.

Una expresión de frustración cruzó por su rostro ante esa percepción, una mordaz observación de las desigualdades existentes en el mundo.

El hombre recibió su bolso y saco con una cortesía formal, y Sophia no pudo evitar sentir un atisbo de desdén hacia la superficialidad de todo. Cada interacción, cada gesto, estaba imbuido de una fachada que parecía insustancial en medio de la maraña de sus propias preocupaciones.

Mientras dejaba sus pertenencias en manos del hombre, su atención fue atraída por la figura que descendía las escaleras.

Sara Telesco, con un vestido enigmático de color rojo intenso, parecía emerger de las sombras con una elegancia que desafiaba la lógica.

El vestido, un contraste audaz con el entorno, brillaba bajo la luz del candelabro que colgaba en el alto techo, como si ella misma fuera una joya resplandeciente.

El cabello de Sara, de un tono rojo que emulaba el fuego, caía en cascada sobre uno de sus hombros, añadiendo un toque de sensualidad a su imagen enigmática.

La energía que emanaba de ella era hipnotizante, un aire de misterio que parecía rodearla como un aura. Sophia no pudo evitar sentirse atrapada en su órbita, sus propios pensamientos momentáneamente eclipsados por la presencia magnética de Sara Telesco.

—Bueno, para ser tu primera salida para dejar de ser ama de casa por un rato, me parece adecuada tu vestimenta—comentó Sara Telesco con un tono que revelaba una mezcla de juicio y aprobación. Sus ojos evaluaron lo que Sophia llevaba puesto con un vistazo rápido y agudo, como si pudiera leer algo más allá de la apariencia superficial.

Sin embargo, las siguientes palabras que salieron de los labios de Sara llevaron consigo un aire de crueldad inesperada.

—Estás gorda, Sophia. Necesito que bajes de peso si quieres cumplir con las cosas que te pediré —sus palabras sonaron como una sentencia, como si tuviera la autoridad de dictar los estándares de Sophia.

Sophia sintió como si el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies por un momento. El comentario pasivo-agresivo de Sara había golpeado directamente en su autoestima, y una mezcla de enojo y humillación ardió en su interior.

Tragó el nudo en su garganta, luchando por mantener la compostura en medio de la situación incómoda.

—A mí también me alegra verla, señora Telesco —respondió con una calma forzada, sus palabras cargadas de un sarcasmo velado.

Ignorar su comentario hiriente requería un esfuerzo consciente, pero Sophia estaba decidida a no ceder ante la manipulación de Sara.

El sonido de una campanita atrajo su atención de nuevo hacia Sara. La mujer solicitó su saco a uno de los mayordomos con una simplicidad que contrastaba con la ostentación que la rodeaba. Sophia siguió cada movimiento, absorbiendo los detalles de la mansión como si cada rincón pudiera revelar algo importante sobre la mujer que la habitaba.

—Esta noche saldremos las dos —anunció Sara, su voz resonando en el aire.

Sophia arqueó una ceja, sorprendida por la revelación. Había asumido que cualquier solicitud que Sara hiciera sería llevada a cabo en su propia casa, considerando el lujo y el tamaño de la mansión. No obstante, sus expectativas se vieron desafiadas por la respuesta de Sara.

—Creí que aquello que pidieras sería en tu propia casa —comentó Sophia con una dosis de sarcasmo, su mirada centrada en Sara mientras las palabras salían de sus labios.

La risa que brotó de los labios de Sara la tomó por sorpresa, como si hubiera oído el chiste más divertido de todos.

—¡Oh, Sophia, qué cosas sueltas de esa boca! —exclamó una vez que su risa se calmó, deslizando un dedo imaginario por el borde de su ojo como si estuviera limpiando una lágrima inexistente—. No, querida, yo no traigo cosas vulgares a mi casa y menos para que te follen. Si quieres entregarte a actividades de esa naturaleza, lo harás en otro lugar, no aquí. Viven niños.

La idea de ser infiel a su marido para cumplir su propósito de sacar a su familia de ese pueblo se había arraigado en la mente de Sophia. A pesar de la repulsión que sentía ante tal pensamiento, no podía evitar que su estómago se retorciera con el conflicto interno que esto le generaba. Cada parte de ella gritaba en contra de la traición, un choque de valores y deseos que amenazaba con desgarrarla.

Sin embargo, se sentía como si estuviera en modo de piloto automático, una desconexión temporal de sus propias emociones para poder llevar a cabo lo que creía necesario.

Era como si se hubiera separado de sí misma, alejándose de las turbias aguas de la moralidad y permitiéndose entrar en aguas más oscuras y peligrosas.

—Dime la dirección del sitio, iré con mi coche—le anuncia Sophia.

—No—los ojos de Sara se oscurecieron, se acercó a ella—. El sitio a donde vamos es tan privado que la dirección no se la doy a cualquiera. Mi chofer nos llevara, tú tendrás mientras tanto los ojos cerrados.

***

Sophia se encontraba en un estado de oscuridad, sus ojos vendados y la incertidumbre palpable en el ambiente. El motor del auto rugía suavemente mientras avanzaba, pero no tenía idea de cuánto tiempo pasaría antes de llegar a su destino desconocido. La sensación de vulnerabilidad y la falta de control sobre la situación la llenaban de inseguridad y ansiedad.

Cada minuto que pasaba parecía eterno, su mente llenándose con pensamientos inquietantes. Había entregado su confianza a una extraña como Sara Telesco, y el peso de esa decisión comenzaba a sentirse abrumador.

La sensación de haberse entregado, tanto literal como figuradamente, la invadió con una mezcla de arrepentimiento y temor.

Entonces llegaron y la venda que poseía Sophia fue arrebatada para ver lo que tenía delante de ella.

Todo se llevaría a cabo en un bar subterráneo. Lo sentía por la pesadez del aire.

El bar subterráneo en el pueblo era un refugio clandestino, oculto de las miradas indiscretas y protegido por una apariencia de normalidad en la superficie. Sin embargo, una vez que descendías por las escaleras que te llevaban a su interior, te sumergías en un mundo de decadencia y excesos.

El lujoso bar estaba diseñado para evocar un sentido de misterio y opulencia. Las paredes estaban revestidas con paneles de madera oscura y cuadros de arte provocativo, creando una atmósfera de indulgencia y provocación. El suave resplandor de las lámparas colgantes arrojaba una luz tenue sobre los rincones, dejando muchas áreas en sombras y añadiendo un aire de intriga.

El ambiente estaba impregnado de un aura adulta y seductora. Las mesas redondas de mármol estaban rodeadas por cómodas butacas de cuero, ofreciendo un espacio íntimo para conversaciones discretas y encuentros secretos. Las risas apagadas y los murmullos conspiratorios llenaban el aire, junto con el aroma de cigarros y el tintineo de copas de cristal.

El bar contaba con una barra larga y pulida, donde los bartenders expertos mezclaban cócteles elaborados con precisión.

Botellas de licores de alta gama adornaban las estanterías, y el sonido del hielo chocando en los vasos era un ritmo constante en el fondo.

El aire estaba impregnado de un bouquet embriagador de diferentes aromas, una sinfonía de sabores y fragancias que tentaban a los sentidos.

Los clientes eran una mezcla ecléctica de individuos que buscaban escapar de la monotonía de la vida cotidiana.

Trajes elegantes y vestidos deslumbrantes se mezclaban con risas seductoras y miradas furtivas.

Las conversaciones eran un susurro constante de intrigas y secretos compartidos en confianza.

El bar subterráneo en el pueblo era un lugar donde las normas y restricciones eran dejadas atrás. Era un rincón oscuro de la ciudad donde los placeres prohibidos y los deseos ocultos encontraban un hogar. En su interior, se manifestaba todo lo que se consideraba "incorrecto", pero también era un reflejo de la complejidad humana, donde los individuos se entregaban a la tentación en busca de una breve liberación de las restricciones que la vida de casado imponía.

En un rincón oscuro del establecimiento, un área más apartada del público, se encontraba una pequeña pista de baile elevada, rodeada por una barandilla brillante.

Sobre esta pista de baile se encontraban mujeres, desnudas y sin inhibiciones, girando en torno a tubos verticales. La música retumbaba en el aire, fusionándose con los suspiros y los latidos acelerados del público. Las figuras femeninas se movían con una gracia casi hipnótica, sus cuerpos curvilíneos retorciéndose en un ballet seductor. La suavidad de la piel desnuda contrastaba con las luces titilantes, creando una imagen etérea en medio de la oscuridad.

Los vellitos púbicos al aire y la naturalidad de sus cuerpos añadían un toque de autenticidad a la sensualidad que se desplegaba frente a los ojos ávidos del público. Cada movimiento, cada giro, estaba diseñado para provocar y tentar, una danza que desafiaba los límites de la decencia y exploraba la frontera entre lo erótico y lo artístico.

El dinero fluía libremente a medida que las manos masculinas y femeninas arrojaban billetes sobre la pista de baile, como si estuvieran otorgando un tributo a la seducción que se desplegaba ante ellos. Los billetes caían en una lluvia de papel, mezclándose con la música y los gemidos contenidos que se escapaban de los labios de los espectadores.

Sophia observó como a una de las bailarinas le estaban comiendo el coño entre dos hombres mientras esta gemía y suplicaba que lo hicieran más despacio.

El impacto fue aún más devastador cuando uno de los hombres respondió a sus súplicas con una bofetada.

El sonido de la mano golpeando la piel resonó en el aire, una descarga de violencia que cortó como un cuchillo afilado.

La bailarina recibió la bofetada por atreverse a hablar, por mostrar un atisbo de humanidad en medio de la objetificación a la que estaba siendo sometida.

Pero lo que siguió a continuación fue un golpe emocional que dejó a Sophia sin aliento.

El autor de esa bofetada era su esposo, Elijah.

Los ojos de Sophia se encontraron con los de él, una conexión que trascendió el caos circundante.

En ese momento, el mundo pareció detenerse, y el choque entre lo que ella creía conocer y la realidad que tenía ante sí fue abrumador.

Al ver que Sophia se había dado cuenta de eso, Sara la agarró del brazo y se lo apretó con fuerza, acercándose a su oído.

—Haces escandalo y te juro que tu familia no volverá a ver la luz en toda tu puta vida ¿me oíste Sophia? Sigue caminando. Podrás regañar a tu esposo luego—la regaña Sara con frialdad.

El impacto de la revelación se mezcló con la amenaza gélida de las palabras de Sara, sacudiendo aún más el mundo de Sophia.

Cada sílaba pronunciada era como un látigo que la empujaba hacia adelante, envuelta en un aura de opresión y miedo. La voz de Sara resonaba como un eco amenazador en su mente, oscureciendo cualquier pensamiento coherente que pudiera tener.

Sophia sintió como si las paredes se cerraran a su alrededor, una prisión invisible que la dejaba sin opción.

La mirada de Sara era fría y despiadada, un recordatorio constante de su poder y control sobre la situación.

La amenaza hacia su familia, hacia aquellos a quienes amaba, era como una espada suspendida sobre su cabeza, lista para caer con el menor movimiento en falso.

Sus manos temblaban ligeramente, el miedo y la impotencia peleándose dentro de ella.

El torrente de emociones que atormentaba a Sophia se volvió aún más abrumador al confrontar la realidad devastadora. Las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar de manera dolorosa, formando un cuadro que estaba muy lejos de la narrativa que había tejido en su mente. Cada recuerdo de las "reuniones" de su esposo, cada momento en que había creído que estaba luchando por su futuro juntos, ahora se presentaba en su mente como una farsa cruel y amarga.

Mentira tras mentira, cada engaño, cada acto de traición, llegaron como un puñal en su corazón. El amor y la confianza que había depositado en Elijah se vieron desgarrados por la realidad que ahora se abría ante ella. Cada vez que había confiado en que él estaba luchando por su familia, había estado traicionándola en los brazos de otra persona.

La ironía de la situación era abrumadora.

Sophia había estado dispuesta a sacrificar su propio sentido de moralidad y comodidad para salvar a su familia, mientras que su esposo había estado engañándola en secreto, usando su confianza en su favor. La sensación de engaño y manipulación la envolvió como una niebla densa, oscureciendo su visión y nublando sus pensamientos.

Aunque sus emociones estaban enredadas en una madeja de confusión y dolor, Sophia sintió la necesidad imperiosa de mantenerse en control y cumplir con las expectativas de Sara, sin importar cuán aborrecible fuera la tarea.

—Dios, no llores—la regañó Sara, frustrada—, si tú también has venido a serle infiel a tu marido. Ya que estés enojada por el motivo que está aquí, es otra cosa. Aunque no te culpo demasiado, también tuve ese sentimiento de impotencia cuando vi a mi esposo en este bar mientras le metían algo por el culo.

—Solo cierra la boca, Sara—escrutó, destrozada y con la voz rota—. Sólo cállate.

La tensión en el aire se volvió aún más palpable cuando Sophia y Sara pasaron de largo por la escena que había dejado a Sophia en estado de shock.

El hecho de que Elijah no la siguiera, no se disculpara, ni siquiera tratara de explicarse, fue una confirmación amarga de las prioridades y el temor de su esposo.

La sensación de abandono y traición se intensificó en el corazón de Sophia.

La falta de acción o respuesta por parte de Elijah hablaba volúmenes sobre su carácter y su lealtad.

Había quedado claro que su miedo a Sara Telesco superaba cualquier preocupación o respeto hacia su propia esposa.

Sophia sintió un nudo en su garganta, una mezcla de rabia y tristeza que amenazaba con ahogarla.

Mientras avanzaban por el camino, no pudo evitar que su mente diera vueltas una y otra vez a la imagen de Elijah en medio de aquella escena repugnante.

—Sophia, el es mi hijo Dan—le dice Sara tras señalar a un muchacho que estaba sentado en una de las butacas de la barra—, es con él con quien pasaras tu primera noche.

El muchacho tenía una altura que imponía respeto, su postura erguida y confiada evidenciaba una seguridad en sí mismo que no pasaba desapercibida.

Su cabello castaño enmarcaba su rostro de facciones definidas, y su contextura física musculosa era un testimonio de su cuidado por su apariencia física. La manera en que estaba sentado, relajado pero alerta, dejaba claro que era alguien acostumbrado a estar en control.

Sophia sintió que las miradas se encontraban por un instante, una conexión breve pero intensa que pareció evaluarla y escudriñarla. No pudo evitar sentirse vulnerable bajo su mirada, consciente de que su situación era frágil y desconocida para él.

Pero no dejaba de ser un niño adolescente mimado por su madre adinerada y psicópata.

Sophia sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal cuando los ojos marrones del joven, Dan, la recorrieron con una intensidad que le hizo sentir como si estuviera bajo un escrutinio implacable. Era una mirada maliciosa y penetrante, una evaluación que iba más allá de lo físico y parecía adentrarse en su mente misma.

—Es un gusto volverla a ver, señora Brown—la saluda Dan tras levantar su copa de vino.

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