Todos los lugares que mantuvi...

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«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes... अधिक

Prólogo
1 | Todo lo que yo sí he olvidado
2 | Luka y Connor
3 | La vida es una oportunidad
4 | Viejos amigos
5 | La casa de Amelia
6 | La lista
8 | Avanto
9 | Familia
10 | De mal a peor
11 | El concierto
12 | Lo que de verdad importa
13 | El país de los mil lagos
14 | El viaje
15 | La primera cita
16 | Al día siguiente
17 | La fiesta
18 | Adorarte
19 | Confesiones
20 | La lista de Connor
21 | Fecha de caducidad
22 | La boda
23 | Algo que se sintiera como esto
24 | Pesadilla
25 | El regreso
26 | Mamá
27 | Ellos
Las listas de Maeve y Connor
EN PAPEL
PUBLICACIÓN EN LATINOAMÉRICA

7 | Revontulet

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InmaaRv द्वारा

7 | Revontulet

Maeve

—John.

—No.

—Siendo justos, es lo que...

—No.

—Pero...

—Repito: no.

Cojo aire para armarme de paciencia. Al otro lado del mostrador, John mira el ordenador tranquilamente, como si no hubiera notado lo mucho que me irritan sus monosílabos.

—Llevo dos semanas viviendo aquí —le recuerdo con tanta calma como puedo—. Lo justo es que os pague lo que os debo.

—No.

—Pero yo...

—Déjame pensarlo. —Guarda silencio un momento, y después repite—: No.

—¡Pero es lo más justo! —exclamo desesperada.

—No.

Ya sé de dónde ha sacado Connor su habilidad para sacarme de quicio.

Me cruzo de brazos. Al notar que no me muevo del mostrador, John levanta la cabeza y arquea una ceja.

—¿Vas a estar enfurruñada todo el día?

—No entiendo por qué no puedo pagaros.

—Porque no.

—Esa no es una respuesta válida.

—Cuando Hanna te dijo que eras bienvenida aquí, lo decía en serio, Maeve. No vamos a aceptar tu dinero. Y, ahora, si me disculpas...

—Sí que has aceptado el de esos huéspedes —replico. Cuando he llegado, los he visto subir la escalera hacia el segundo piso, que es dónde están las habitaciones del hostal.

—Exacto. Porque son huéspedes.. Tú eres una vieja amiga de la familia, y vamos a tratarte como tal. Nuestra casa es tu casa. Y es lo último que voy a decir sobre el tema. —Vuelve a prestarle atención a la pantalla—. Además, estás ayudándonos con la tienda.

—Más bien, creo que estoy dificultando el trabajo en la tienda —mascullo con amargura.

John se echa a reír.

—Si me rigiera por ese criterio, tendría que cobrarles la estancia a mis hijos también.

Connor y yo nos hemos cubierto el turno de mañana en la tienda durante estos últimos cinco días. Y con «hemos» me refiero a que él ha hecho todo el trabajo mientras yo intentaba no molestar. Al final, con tiempo y esfuerzo aprendí a manejar la dichosa caja registradora, pero no me ha servido de mucho. No puedo atender el mostrador si no soy capaz de comunicarme con los clientes. Y todos vienen hablando en finés.

Así que he dejado que Connor se encargue de eso mientras yo me limitaba a ir reponiendo los productos que faltaban en las estanterías. No hemos hablado de la lista estos días, pero he aprendido varias cosas sobre él, como que le cambia un poco la voz cuando habla en finés o que siempre consigue arrancarle una sonrisa a cada cliente que pasa por la tienda. Por eso sé que John me está mintiendo solo para hacerme sentir mejor.

A sus hijos esto se le da de lujo.

Yo soy el problema.

—No me parece bien que me dejéis quedarme aquí a cambio de nada —insisto. No solo me dan alojamiento, sino que también me invitan a desayunar, almorzar y cenar con ellos todos los días. Eso es un gasto de dinero importante que deberían dejarme cubrir.

—¿Qué hay de tu padre? —pregunta—. ¿Qué opina él de que estés aquí? La última vez que lo vi, no parecía sentir mucha... devoción por este lugar.

Eso hace que me ponga tensa.

Al notar mi silencio, John me lanza una mirada burlona.

—Mira qué callada estás ahora.

Resisto con todas mis fuerzas el impulso de ponerme a chillar de la frustración.

—Mi padre está perfectamente —contesto con brusquedad—. Le parece bien que haya venido.

—¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él?

—Ayer.

—¿Nunca te han dicho que no sabes mentir?

Aprieto los dientes.

—No estoy mintiendo.

—Maeve, conozco a Peter. Y por eso sé que es imposible que lo que acabas de decir sea verdad. Pero no me debes ninguna explicación. Es tu vida. Puedes tomar tus propias decisiones, independientemente de cuál sea la opinión de tu padre. —Hace un gesto hacia mi móvil, que está sobre el mostrador—. Solo pienso que deberías llamarlo para decirle que estás bien.

—No creo que a él le importe si estoy bien o no.

—Es tu padre.

—Pero hace años que no se comporta como tal.

Me clavo las uñas en los brazos con tanta fuerza que me hago daño. Justo en ese momento, mi teléfono vibra con una llamada entrante. Soy tan ingenua que, durante un momento, tengo la esperanza de que el universo me haya escuchado y papá por fin haya decidido llamarme.

—No es él —murmuro tras aclararme la garganta. John no me quita los ojos de encima mientras rechazo la llamada de Mike por décimo quinta vez en dos días.

En el fondo sé que tarde o temprano tendré que contestar. La otra noche le mandé un mensaje para intentar cortar el tema de raíz («Mike, hemos roto. Por favor, no me llames más»), pero no ha hecho que él deje de insistir. Recibo, de media, unas seis llamadas suyas al día. Y, lo peor es que, como no sabe dónde estoy, no tiene en cuenta la diferencia horaria. Sus llamadas llegan a partir de las seis o siete de la tarde y continúan hasta bien entrada la madrugada. He perdido la cuenta de la de veces que me he despertado de golpe por su culpa.

Lo mejor sería bloquear su contacto.

Sé que debería hacerlo.

Leah me ha aconsejado que lo haga.

Pero, después de la de años que hemos pasado juntos, después de todo lo que hemos vivido, tener que bloquearlo me rompería el corazón. Confío en que, con suerte, cuando vea que no respondo se cansará y dejará de llamarme.

Oigo voces y me giro para ver a Connor y a Luka sacudiéndose la nieve en las rendijas de la entrada. Después, es Luka el que abre la puerta interior. Se quitan los abrigos y los dejan en el perchero.

Hei —me saluda Luka. Se quita el gorro y se sacude el pelo rubio con una mano—. Pareces cabreada.

A su lado, Connor sonríe.

—Qué sorpresa.

—Vuestro padre no quiere dejarme pagar por mi estancia aquí —les cuento, molesta, al escuchar la risa de John a mi espalda.

—Deberías aceptar el dinero y ofrecérmelo a mí, papá —contesta Connor. Su hermano y él recogen las bolsas que habían dejado en el suelo y se dirigen al interior de la casa—. A fin de cuentas, soy yo el que tiene que soportarla la mayor parte del tiempo.

Gilipollas.

Les dirijo tanto a él como a su hermano una mirada que pretende ser amenazadora, pero que no evita que los dos sigan sonriendo cuando cruzan la puerta hacia el salón.

Me giro hacia John, desesperada.

—Déjame pagar al menos la mitad.

—Maeve, me considero un hombre con mucha paciencia, pero no vamos a empezar con esto otra vez. —Antes de que pueda replicar, añade—: Si, por algún motivo que no entiendo, necesitas sentir que nos estás... devolviendo el favor, se me ocurre algo que puedes hacer. Pero no creo que te vaya a gustar la idea.

—Sí —contesto enseguida—. Me encantaría ayudar. Haré cualquier cosa. En serio. Lo que sea.

John me mira con desconfianza. Quizá he mostrado demasiado entusiasmo, pero es que tiene razón. Necesito sentir que estoy siendo de ayuda. No puedo seguir siendo una inútil.

Hace un gesto hacia el interior.

—Niko está en la cocina. Necesitará ayuda con los deberes.

Me quedo perpleja.

—Pero él...

—Ya va siendo hora de que supere ese miedo tan absurdo que tiene hacia ti —continúa. Al ver que no me muevo, enarca, de nuevo, una ceja en mi dirección—. ¿No decía que querías ayudar?

—Claro. —Me aclaro la garganta, intentando actuar como si nada—. Ahora mismo voy.

John asiente, conforme.

—Genial.

Es una idea horrible.

Aun así, me obligo a sonreírle a John, cojo mi móvil y entro en la casa. Solo hay una cosa en el mundo que se me dé peor que los gatos: los niños. Sin embargo, Hanna y John están haciendo un gran esfuerzo al permitir que me quede aquí, y no pienso quejarme del único trabajo que me han encomendado, mucho menos después de haberlo pedido yo. Así que Niko va a tener que superar lo que sea que le pase conmigo.

A partir de este momento, ese niño y yo vamos a empezar a llevarnos bien.

Esté él de acuerdo o no.

No tengo ni idea de dónde se habrán metido los mellizos, pero no los veo por ninguna parte cuando cruzo el salón para ir a la cocina. Según las oí decir anoche, Hanna y Sienna van a pasarse todo el día en la ciudad, liadas con la organización de la boda. Lo que me deja a solas con el crío. Armándome de fuerzas, me asomo a la puerta de la cocina. Niko está sentado en la mesa, garabateando en el libro del colegio con un rotulador de color verde. Es tan pequeño que sus piernas no llegan al suelo. Las mueve alegremente mientras tararea distraído.

Pobre.

Dejará de ser tan feliz en cuanto me vea llegar.

Toco suavemente la puerta abierta con los nudillos.

Niko alza la vista.

Y deja de sonreír.

—¿Qué tal? —Trato de mostrarme tan amable como puedo—. Tu padre me ha dicho que necesitas ayuda con los deberes.

Algo me dice que, si doy un paso más hacia el interior de la cocina, el dichoso niño va a echar a correr.

O a desmayarse.

Una de dos.

—Te prometo que no he llorado —dice. Se señala el ojo izquierdo con tanto ímpetu que está a punto de espachurrarse la córnea con el dedo—. Mis ojos están secos. Lo juro.

—Tu hermano Connor te estaba tomando el pelo —trato de hacerlo entrar en razón—. No tengo ningún calabozo. Y, aunque no te lo creas, tampoco voy por ahí asesinando a la gente.

—Eso es justo lo que diría una asesina de verdad.

No sé qué contestar a eso.

Tiene una lógica aplastante.

Estoy pensando en qué contestar cuando, lentamente, y contra todo pronóstico, Niko empieza a sonreír.

—Pones una cara muy graciosa cuando crees que me das miedo de verdad.

Pestañeo.

—¿Perdón?

—Connor me dijo ayer que no secuestras a todos los niños. —Deja el rotulador verde y coge uno de color rojo—. Solo a los que no son finlandeses.

—Así que ya no me tienes miedo. —Lo miro con suspicacia.

—No. —Se señala a sí mismo con orgullo—. Porque yo soy finlandés.

—Qué suerte tienes.

—Lo sé. Gracias.

Me quedo en la puerta, todavía tratando de asimilar la situación. Niko se ha puesto a colorear otra vez. Cuando nota que no me muevo, me mira y dice:

—¿Me ayudas con los deberes?

Bueno, vale.

—Claro.

Forzando mi mejor sonrisa, entro en la cocina y me siento a su lado. Al parecer, ya se ha cansado del rojo, porque lo deja en la mesa y se pasa un buen rato rebuscando en el estuche hasta que encuentra un rotulador azul. Frunzo el ceño al ver cómo está decorando el libro de Matemáticas.

—Creo que tienes que colorear dentro del círculo.

—¿Por qué? Es más divertido colorear por fuera.

Ya.

—¿Me dejas verlo?

—Está en finés —me advierte, aunque me tiende el libro de todas maneras—. Y tú no sabes finés, ¿verdad que no?

Lo miro con mala cara, pero él no me está prestando atención. Ha cruzado los brazos sobre la mesa y ahora mira fijamente a la mosca que se ha posado en la pared. Dudo mucho que lo haya dicho con mala intención. Seguramente solo lo ha dicho y ya está.

El caso es que está en lo cierto.

No tengo ni idea de finés.

—¿En qué necesitas ayuda, exactamente? —Aparte de los números y las figuras geométricas, no entiendo absolutamente nada de lo que pone en el libro.

—En nada —contesta él sin mirarme—. En realidad, hace rato que terminé los deberes.

—¿Y por qué coloreabas?

Se encoge de hombros.

—Me gusta colorear fuera de los círculos.

Va a ser una tarde muy larga.

De pronto, como si se le hubiera ocurrido la mejor idea del mundo, Niko abre mucho los ojos y tuerce la cabeza bruscamente hacia mí.

—¡Ya sé lo que vamos a hacer! —anuncia emocionado—. Como ya he terminado los deberes, a lo mejor yo podría enseñarte a ti.

—¿Qué vas a enseñarme a?

—¡Finés! —exclama como si fuera evidente. Alarga la mano para coger uno de los cuadernos que hay por la mesa—. Así podría practicar. De mayor quiero ser profesor, como Connor.

—Tu hermano quiere ser periodista.

—¿No es lo mismo?

—No.

—Ah.

Ignorando mi ceño fruncido, abre el cuaderno por una página al azar, coge un rotulador y, con una caligrafía redonda y una lentitud impresionante, escribe: «Clases de finés para MEIF».

—Mi nombre no se escribe así —le corrijo con amabilidad.

Niko resopla, como si su error lo molestase muchísimo, y pasa a la página siguiente para volver a escribirlo todo otra vez.

Repito: va a ser una tarde muy larga.

Una vez que termina (ha vuelto a poner mi nombre mal, solo que esta vez ha escrito MEIV y no MEIF; decido no decirle nada por el bien de los dos), pasa a la siguiente línea y añade:

«Lección número 1: ola

—¿Sabes cómo se dice «hola» en finés?

—¿Hei? —He oído a Luka y a John decirlo en una o dos ocasiones.

—Sí. Qué lista eres. Muy bien.

No termino de entender si está burlándose de mí o no.

Aunque, si soy sincera, la impresión que me da cuando lo miro no es esa. De hecho, parece bastante orgulloso de mí cuando vuelve a plantar el rotulador en el papel y se pone a escribir otra vez.

Meif.

Sabe.

Decir.

Ola.

En.

Finés.

—¿Es necesario que lo escribas todo?

—Tenemos que dejar lactancia.

—Constancia.

—Es lo que he dicho.

Echo una mirada hacia la puerta, pensando en cuánto tardaría en hacer una huida rápida a mi habitación. Sin embargo, cuando vuelvo a fijarme a Niko y veo que ha escrito «Lección número 2: aurora voreal» algo se me comprime dentro del pecho.

—¿Sabes lo que significa revontulet?

—¿Aurora boreal?

La boca de Niko forma una «o».

—¿Cómo lo has adivinado?

Se me escapa una sonrisa. No lo puedo evitar.

—Tengo superpoderes —le susurro, inclinándome un poco hacia él como si fuera un secreto.

Niko asiente con comprensión.

—Claro. Por eso secuestras niños. —Se queda quieto de pronto y me lanza una mirada de reojo, sin terminar de fiarse—. Pero no niños finlandeses.

—No. Nunca niños finlandeses.

—Uf, vale. Menos mal.

Hago una nota mental: tengo que hablar seriamente con Connor sobre las cosas que le dice a su hermano sobre mí.

—¿Habías visto una revontulet antes?

—Alguna que otra vez, cuando era pequeña. —No recuerdo mucho de la época que pasé aquí, pero hay cosas que nunca se olvidan.

Al oírme, Niko frunce el ceño.

—¿Hay auroras boreales en Reino Unido?

—¿Reino Unido?

—Connor me dijo que eras de allí.

Rectifico: pienso hablar seriamente con Connor sobre por qué habla tanto de mí con su hermano.

—Te diría que soy de Estados Unidos.

—¿Eso tampoco es lo mismo?

—No.

—Vaya. ¿Y quién le robó el nombre a quién?

Coge un color nuevo. Amarillo. Pero no pinta, así que lo guarda y se pone a buscar otro. No me extrañaría que los tuviese todos gastados. Ha perdido el capuchón de la mitad de los rotuladores.

—Llevo casi toda mi vida en Estados Unidos, pero, cuando era pequeña, vivía aquí, como tú —le explico.

—¿Y por qué te fuiste?

—Mis padres lo decidieron.

—¿No te pusiste triste?

Trago saliva.

—Un poco.

Niko asiente, como si me entendiera a la perfección. Yo tenía más o menos su edad cuando me fui, así que supongo que, si alguien puede entenderme, sin duda es él.

—Tu madre ya está en el cielo, ¿verdad?

Se me forma un nudo en la garganta.

—Sí.

—Mis abuelos también.

—Lo siento mucho.

—¿Por qué? Seguro que son felices. —Sonríe cuando por fin encuentra un rotulador que sí funciona—. ¿Pensaste en ella la otra noche?

—¿Cuándo?

—Cuando vimos la aurora boreal. Yo siempre pienso en mis abuelos cuando veo una. Por eso se han ido al cielo. Necesitaban gente para fabricarlas y eso.

No me doy cuenta de que se me han llenado los ojos de lágrimas hasta que pestañeo y me noto las mejillas mojadas. Sonrío, porque a pesar de todo me parece una forma de pensar bonita, y me las seco con el brazo.

—¿Es una especie de leyenda finlandesa o algo así? ¿Lo de que, cuando alguien se va al cielo, es para fabricar las auroras boreales?

—No sé qué es una leyenda. Esto me lo ha contado mi hermano. —Se encoge de hombros. Ha dejado de lado las lecciones para ponerse a dibujar—. Connor siempre dice que, cuando ve una aurora boreal, piensa en Riley. Supongo que lo echa de menos.

—¿Riley? —pregunto con delicadeza.

Él frunce el ceño.

—¿No sabes quién es Riley?

Niego con la cabeza.

—Era amigo de Connor. Ojalá lo hubieras conocido. Seguro que te habría caído bien. —Hace una pequeña pausa, y después añade—: Espero que él también sea feliz.

—Sí, yo también.

Niko me dedica una sonrisa y yo me obligo a devolvérsela, aunque siento el pecho cada vez más pesado. Me entran ganas de indagar más, de preguntarle quién era Riley, cómo era su relación con Connor, qué pasó, hace cuánto se fue, pero Niko cambia radicalmente el rumbo de la conversación cuando añade:

—Bueno, al menos puedes conocer a las otras amigas que Connor tiene ahora. Son un montón.

—¿Otras amigas?

—Sí, las que lleva en su coche por las noches. Connor cree que no lo veo salir de casa con ellas, pero yo siempre me fijo en todo —reconoce con orgullo.

Entre el cambio brusco de tema y lo que acaba de decir, ahora sí que me cuesta esconder mi sorpresa. Aunque, siendo sincera, debería habérmelo esperado. En realidad, no sé nada sobre la vida de Connor, más allá de que vive con sus padres, estudia Periodismo y tiene un gato al que no le caigo bien. No sé quiénes son sus amigos ni si está saliendo con alguien. Y, ahora que lo pienso, lo normal sería que lo hiciera. Que tuviera novia, quiero decir. Es un chico guapo, directo, simpático. Es imposible que ninguna chica de por aquí se haya fijado en él.

De hecho, a juzgar por lo que dice Niko, han sido muchas las que han mostrado interés.

—¿Cómo puede uno tener tantas amigas? —añade Niko.

—Me pregunto lo mismo.

—¿Tú tienes novio?

—Ya no.

—Qué bien. Entonces Connor podrá llevarte en su coche.

—Niko, la verdad es que no...

—¿Puedes darme agua? Todavía no llego al armario de los vasos.

Cierro la boca, asiento y me pongo de pie. No me creo que haya estado a punto de darle explicaciones a un niño de seis años. Abro el armario, cojo un vaso de cristal y lo lleno de agua para dárselo.

No me doy cuenta de mi error hasta una milésima de segundo después.

He dejado mi móvil en la mesa.

Los dos lo oímos al mismo tiempo.

Pero Niko reacciona mucho antes que yo.

—¿Hola? ¿Quién es?

—¿Maeve? —La voz de Mike suena al otro lado de la línea.

Mierda.

Mierda, mierda, mierda.

—Niko, dame eso. —Me precipito hasta él con el corazón yéndome a mil por hora.

—Soy Niko, un amigo de Maeve. ¿Quién eres tú?

Le quito el teléfono antes de que pueda decir nada más. Mientras tanto, la voz de Mike suena a través del auricular.

—Mira, si esto es una especia de broma...

—Mike. —Me llevo el móvil a la oreja, me giro para que Niko no me vea y cierro los ojos para tratar de mantener la calma.

Se vuelve aún más difícil cuando noto el alivio que inunda de pronto su voz.

—¿Princesa? ¿Eres tú? Joder. —Siento un tirón en el estómago. Siempre he odiado que me llame así, pero hay algo familiar en ello, y creo que lo echaba de menos. Sobre todo porque puedo imagínamelo ahora mismo, levantándose de golpe del sofá de su casa de Florida y pasándose, frustrado, una mano por su pelo rubio y revuelto. ¿Habrá ido hoy al club con los chicos? ¿Sabrán ellos lo que ha pasado entre nosotros?—. ¿Dónde estás? ¿Qué diablos ha pasado? Llevas dos semanas sin contestar a mis mensajes y pensé...

—Te pedí que dejaras de llamarme, Mike.

Me sorprende lo fría que suena mi voz. Serena y distante, como si perteneciera a otra persona. No quiero que Niko escuche la conversación, así que cruzo la cocina y voy hasta la pared opuesta, donde hay un gran ventanal con vistas al lago. La nieve estaba empezando a derretirse, pero anoche nevó otra vez y ahora vuelve a estar todo cubierto de blanco. Me pregunto si el invierno en Finlandia acaba alguna vez.

Mike me ha preguntado dónde estoy.

Pero estoy segura de que, si se lo dijera, no se lo creería.

—Sabía que no lo decías en serio —contesta él. Noto cierto temblor en su voz que hace que se me estruje el corazón—. Lo que pasó hace semanas no...

—Rompí contigo, Mike. Por eso tienes que dejar de llamarme.

—Pero ni siquiera me dijiste... ni siquiera me explicaste qué había pasado. Yo pensaba que estábamos bien. Lo teníamos todo planeado, Maeve. Una vida, un futuro, la boda, no...

Trago saliva. Me duele oírlo hablar así. Porque sé que dice la verdad. Mike nunca vio el problema. Nunca se dio cuenta de nada.

—Eso ya da igual.

—¿Cómo puedes decir eso? Hace tres semanas te morías de ganas de casarte conmigo.

«¿Cómo puedes estar tan seguro?», me entran ganas de gritarle. «¿Acaso me preguntaste alguna vez qué es lo que yo me moría de ganas de hacer?».

De repente, oigo risas y me giro para ver a Luka y a Connor entrar en la cocina. La mirada de este último se posa automáticamente sobre la mía. Le doy la espalda, clavándome las uñas en los brazos otra vez.

—¿Es por Érika?

Oír ese nombre me sienta como una patada en el estómago.

—No, Mike. No es por Érika. —Por mucho que me moleste admitirlo, nuestros problemas empezaron mucho antes.

—Porque te recuerdo que me perdonaste —continúa él, ignorando lo que acabo de decir—. Me dijiste que podíamos superarlo, que sabías que había sido un error y que, a pesar de todo, me querías. Pero no lo decías en serio, ¿verdad? Da igual que habláramos del tema en su momento. Sigues guardándome rencor. Has esperado a que recuperase la confianza en la relación para clavarme un puñal por la espalda.

Detesto ese tono acusatorio.

Me hace llegar al límite de mi paciencia.

—No puedes estar hablando en serio.

—Confiaba en ti, Maeve.

—Es curioso que fueras el que me engañó y que aun así creas que eras yo la que tenía que recuperar tu confianza.

Esta conversación me está sacando de mis casillas. Tanto, que tardo un momento en acordarme de que no estoy sola. Miro hacia atrás y veo que Connor me observa con el ceño fruncido. Deja a Niko hablando con Luka y viene directo hacia mí.

—¿Va todo bien? —pregunta en voz baja. Sus ojos verdes pasan del teléfono a mí con preocupación.

Siento una oleada de vergüenza. Me aclaro la garganta y vuelvo a darle la espalda.

—No es nada.

—¿Con quién hablas? —ruge Mike.

—Con nadie, Mike.

—No me mientas. Estás con un tío, ¿no? Sé lo que he escuchado.

Cierro los ojos otra vez, tratando de no perder los estribos. Esperaba que Connor volviera con sus hermanos, pero se apoya en la pared de en frente sin quitarme los ojos de encima. Se comporta como si temiera que Mike fuera a salir del teléfono en cualquier momento y a convertirse en un peligro para todos nosotros.

No sé si su presencia me hace sentir incómoda o un poco más segura.

—Esta conversación ha terminado. —Me esfuerzo por mantener un tono de voz tranquilo—. Rompí contigo. Se acabó. Por favor, deja de llamarme.

De reojo veo que Luka se acerca también.

Genial. Menudo espectáculo.

—Has conocido a otro, ¿no? ¿Es eso? ¿Hace cuánto que estás poniéndome los cuernos?

—Mike, yo no...

—Deja las mentiras, joder. ¿Crees que no sé que te fuiste de Portland hace dos semanas? ¿Que no me he enterado de que le pediste a tu estúpida compañera de piso y a su novio que no me dijeran a dónde habías ido? Tienes suerte de que me pillaran de buen humor. Podría haber ido contra ellos. Lo sabes.

A veces a Mike se le olvida lo bien que lo conozco. Lo que sé es que se está marcando un farol. Lo máximo que podría haber hecho es lloriquearle a su padre, y no habría servido para nada. No tiene nada contra Leah. De todas formas, me apunto mentalmente que tengo que llamarla para disculparme por tener un ex novio tan imbécil.

—No tengo que darte explicaciones —me limito a contestar—. Como te he dicho, ya no estamos juntos.

—Hemos estado juntos toda la vida.

—Bueno, ya no.

—Quiero saber dónde estás.

—No.

—Mi padre y el tuyo están en contacto, ¿sabes? Estoy seguro de que ya se han enterado de esto.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Pedirles que me obliguen a volver contigo?

Hay un silencio tenso.

Al menos, hasta que pregunta:

—¿Y el anillo?

Mierda.

Sabía que este momento llegaría.

—Te lo envié por correo postal.

—¡¿Me enviaste un puto anillo de compromiso por correo postal?!

Vale, ahora sí tiene razones para estar enfadado. A lo mejor fui un poco... insensible. Pero tenía un avión al que subirme, no estaba lista para volver a verlo y estaba desesperada. Fue lo mejor que se me ocurrió.

—Revisa el buzón —le recomiendo—. Con suerte ya lo habrás recibido.

De nuevo, se oyen risas detrás de mí. Connor y Luka están apoyados en la pared, de brazos cruzados, mirándome con diversión. En momentos como este son como dos gotas de agua.

Tapo el micrófono con la mano.

—¿No tenéis nada mejor que hacer? —gruño.

Luka hace un gesto para quitarle importancia al asunto.

—Por favor, continúa —dice—. Lo has dejado en la parte más interesante.

—Sí —coincide Connor—. Como si nosotros no estuviéramos aquí.

—¿De verdad le enviaste el anillo por correo postal?

—¿Pagaste la tarifa básica o la premium?

—Espero que la premium. Los anillos de compromiso son caros.

—Se portó mal con ella —contesta Connor—. Que le jodan.

Pongo los ojos en blanco y me centro de nuevo en Mike, que no ha parado de hablar.

—... toda mi familia. ¿Tienes idea de cómo se reaccionarán cuando se enteren? —Si pretendía hacerme sentir culpable, no ha funcionado. La familia de Mike nunca ha sido agradable conmigo. A ellos sí que no voy a echarlos de menos—. Llevamos juntos desde que éramos unos críos. Me merezco algo mejor que una ruptura repentina y recibir tu anillo de compromiso por correo.

—Lo sé —reconozco—. Lo siento.

Actué por impulso. No me arrepiento de haberlo dejado, pero me hubiera gustado haberlo planeado mejor.

—Si lo dices en serio, podemos volver a intentarlo —contesta Mike. Ahora su tono es más dulce, más suave—. Vuelve a casa, Maeve. Puedo olvidar lo que ha pasado. Estoy dispuesto a perdonarte. Esto no tiene por qué cambiar nada entre nosotros.

El cariño que percibo en su voz casi hace que me derrumbe. Comienzo a negar con la cabeza.

—No lo entiendes. Yo no puedo... no...

—Sabes todo lo que he sacrificado por ti. Te quiero. Y siempre he mirado por tu bienestar. Dejé que tomaras las riendas de tu vida porque te conozco, princesa, y sé que era lo que necesitabas. Cuando me dijiste que querías estudiar Empresariales, me pareció bien. Y luego lo abandonaste y quisiste irte a Portland y... joder, sabes que me sentó como una patada en las pelotas. Pero lo acepté. Por ti. Porque sabía que necesitabas sentirte realizada, descubrirte a ti misma y todas esas chorradas. Renuncié a tenerte aquí conmigo, apoyándome mientras escalaba puestos en la empresa de mi padre. ¿Sabes lo mucho que he luchado por nuestro futuro? Con el sueldo que tendré, podremos construir la casa de nuestros sueños. Nunca tendrás que preocuparte por nada, más que de cuidar a nuestra familia, cuando la tengamos. Ese era nuestro plan, joder. Es por lo que siempre he trabajado. Vuelve a casa y dime que todo mi esfuerzo no ha sido para nada.

—Esa no era mi vida. —Se me rompe la voz. Odio que me hable así. Odio lo mucho que se ha empeñado en conseguir algo que yo nunca he querido.

—¿Y cuál es tu vida, Maeve? ¿Qué has hecho durante los últimos tres años? Decías que querías estudiar, pero abandonaste la carrera. Dos veces. Dejaste empresariales y renunciaste a codirigir la empresa de tu padre... ¿Para qué? ¿Para irte a Portland a enredar con cámaras de fotos? No tardaste ni seis meses en dejarlo también y desaparecer. Has pasado los últimos años de tu vida sin hacer nada de provecho. Ni siquiera eres capaz de llevarte bien con la familia de Peter. —No mi familia. La suya. La nueva familia de papá—. ¿Quién eres, aparte de una chica que no sabe qué hacer con su vida? No tienes objetivos. No sabes a dónde quieres ir. Ni siquiera tienes hobbies. Y, con esto, ¿crees que vas a encontrar alguien mejor que yo? —Suelta el aire de manera irónica—. Bienvenida al mundo real. La gente ahí fuera busca a personas con aspiraciones. ¿Por qué iban a fijarse en alguien como tú, que no tiene ningún propósito en la vida más que meramente existir?

No puedo respirar.

Tengo los ojos llenos de lágrimas. Cuando levanto la mirada, veo que Connor y Luka han dejado de sonreír. Porque lo han escuchado todo. Y ahora saben la opinión que Mike, la persona que mejor me conoce en el mundo, tiene sobre mí.

Alguien que no sabe qué hacer con su vida.

Sin hobbies.

Sin aspiraciones.

Sin ningún propósito en la vida más que meramente existir.

Cierro los ojos con fuerza. No voy a ser capaz de pronunciar ni una sola palabra sin echarme a llorar.

Pero no hace falta.

Porque otra persona habla en mi lugar.

—Maeve, ¿va todo bien? ¿Cuánto vas a tardar en colgarle a ese gilipollas?

Mi corazón da un salto.

Abro los ojos y me encuentro de lleno con la mirada de Connor, fija en la mía. Ha hablado lo suficientemente alto como para que...

—¿Quién coño es ese? —ruge Mike.

—Dile de mi parte que, si tiene algún problema, puede hablarlo directamente conmigo —añade Connor.

—Maeve, dime quién coño es.

—Lo vas a volver a loco —susurra Luka con aire burlón. Le da a su hermano un golpecito en el brazo para animarlo a continuar—. Vamos, dile algo más. El muy capullo lo está deseando.

Pero Connor no dice nada. Espera, en silencio, a que yo decida si quiero entrar o no en el juego. Me armo de coraje y me seco las lágrimas con el brazo. En cuanto ha notado que no estoy dispuesta a volver con él, Mike ha sacado toda la artillería. Me conoce. Sabe cómo hacerme daño. Y estoy cansada de tener que aguantar todos los golpes.

Tengo el pulso desbocado. Aun así, sueno firme cuando contesto:

—Estoy bien. —Ignoro deliberadamente a Mike—. Tranquilo, no tardaré mucho.

—Dile que se dé prisa. —Luka vuelve a golpear el brazo de su hermano—. Que estás esperándola súper cachondo o algo así.

—Maeve —gruñe Mike.

—¿Seguro que no pasa nada? —insiste Connor, todavía en voz alta, para que él pueda oírnos.

—Sí. Seguro.

—Está bien. Avísame cuando termines.

—Maeve, quiero hablar con él —exige Mike—. Dile que se ponga. Ahora.

—Puedes esperarme en... —La parte final se me atasca en la garganta. No voy a ser capaz de decirlo mientras me mira así.

Connor baja la voz.

—Donde tú me pidas —susurra.

El corazón me va a toda velocidad.

—¿En la cama?

Él asiente.

—Te espero en la cama.

—Zorra asquerosa —estalla Mike.

Algo cambia de pronto en la mirada de Connor.

—En realidad, nunca he sido un tío con mucha paciencia.

Sin decir ni una palabra más, cruza la distancia que nos separa y se acerca tanto que dejo de respirar. Por inercia, me separo un poco el teléfono de la oreja, aunque eso no evita que nuestros rostros sigan estando solo a unos centímetros.

—Hola, Mike —le dice—. Maeve me ha dicho que te apetecía hablar conmigo.

—¿Quién diablos eres tú? —ladra él.

En los labios de Connor aparece una sonrisa. Cuando quiero darme cuenta, los estoy mirando. No vuelvo a subir hasta sus ojos hasta que lo escucho contestar.

—¿Sabes, tío? Creo que, desde hace un par de semanas, ya no tienes derecho a pedir explicaciones. —Distraído, Connor alarga la mano para quitarme algo que tenía en el pelo. No puedo apartar los ojos de él. Ni siquiera puedo moverme—. Haznos un favor a todos, pero sobre todo a ti y a tu dignidad, y deja de llamarla de una vez. Ya ha roto contigo. No creo que necesites que te pisotee el corazón para que captes el mensaje.

—Maeve, ¿quién es este? —Mike está fuera de sí—. Quiero que me digas el nombre de este cabrón.

Connor parece notar que me he bloqueado, porque sigue sosteniéndome la mirada y, con calma, dice:

—Cuelga el teléfono. —Soy yo la que sigue sosteniéndolo, a pesar de todo—. Tenemos mejores cosas que hacer.

Y lo hago.

Mientras Mike, el chico con el que he pasado buena parte de mi vida, sigue montando un escándalo, mientras me insulta y se queja de todo lo que ha trabajado por ese futuro que nunca ha sido mío, yo corto la llamada.

La magia se rompe en ese preciso instante.

—¿Quién diablos era ese? —pregunta Luka.

—Su ex. —Los ojos de Connor permanecen sobre los míos, solo que ahora me estudian de una forma distinta, llenos de preocupación—. ¿Estás bien?

—Menudo gilipollas —masculla Luka.

—Sí —le contesto a Connor con dificultad—. Gracias.

Él asiente.

—No vuelvas a dejar que nadie te trate así.

Después se pasa una mano por el pelo, nervioso. No me doy cuenta de que sigo teniendo los ojos llorosos hasta que se aleja por fin y subo la mano para secarme las mejillas. Cuando bajo la vista, descubro que Mike me ha enviado otro mensaje. Tras lo que acaba de pasar, lo nuestro está más que acabado. No quiero saber nada más de él. Entro en su chat solo para bloquearlo y dejo el móvil en el alfeizar de la ventana.

Me paso las manos por la cara, intentando relajarme. Dios santo.

—No sabía que estabas prometida. —A diferencia de su hermano, Luka no se ha alejado; sigue apoyado en la misma pared que antes.

Mientras me seco las últimas lágrimas, me entra la risa tonta.

—Llevo estándolo prácticamente toda mi vida.

Él frunce el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Mi padre y el de Mike son socios de negocios. Nos conocimos en el instituto. Cuando empezamos a salir, todo el mundo dio por hecho que acabaríamos casados, formando una familia y unificando las dos empresas. En realidad Mike nunca me pidió que me casara con él. No tuvo que hacerlo. Un día entré en mi cuarto y vi que habían dejado una cajita con el anillo sobre la cama. El resto es historia.

Una sonrisa tira de sus comisuras.

—¿De verdad se lo enviaste por correo?

—Ni siquiera pagué el envío premium.

—Se lo merecía. Menudo imbécil. —Luka se impulsa hacia adelante y coge una manzana del frutero antes de salir de la cocina—. Ni siquiera yo soy tan cutre.

Eso me hace reír un poquito.

—He estado enseñando a Maeve a hablar en finés —le está contando Niko a Connor, que rebusca algo en la nevera—. Ya se sabe dos palabras enteras.

Me acerco a ellos con timidez. No sé cómo debo comportarme después de lo que acaba de pasar, así que decido que lo mejor será intentar actuar como si nada. Connor saca la cabeza y enarca una ceja en dirección a su hermano.

—¿Cuáles?

—«Hola» y «aurora boreal».

—Muy útiles.

—¿A que sí? —Niko sigue garabateando. Ahora, en vez de usar un solo rotulador, intenta pintar con cuatro al mismo tiempo—. También me ha preguntado por todas esas chicas que llevas a veces en tu coche.

No.

No acaba de decir eso.

—Niko, yo no...

—Qué interesante —me interrumpe Connor. Cierra el frigorífico y me lanza una mirada burlona. Tardo un momento en percatarme de que no ha cogido un paquete de galletas cualquiera. Son mis galletas—. ¿Qué te ha preguntado Maeve, exactamente? —le dice a su hermano.

El niño sube un hombro.

—Quería saber si puedes llevarla en su coche también.

—Niko —le recrimino yo.

—Veo que tienes mucho interés en mi vida amorosa —me comenta Connor.

—En absoluto.

—¿Celosa?

—¿Tú qué crees?

—Creo que, si tienes alguna otra pregunta del estilo, podrías hacérmela directamente a mí en lugar de interrogar a mi hermano.

—Créeme, no necesito saber nada más.

Quizá sueno demasiado molesta. Pero no lo puedo evitar. La mirada de Connor se tiñe de humor y entonces sé que él también lo ha notado.

—¿Estás segura? Uno tiene que conocer a la competencia —dice—. ¿Por qué crees que yo te pregunté por el imbécil de Mike?

Noto un revoloteo.

—No hay ninguna competición.

Y, al escucharme, él sonríe.

—Tienes razón. No la hay.

Dicho esto, se dirige a la puerta de la cocina. Cuando creo que por fin se marchará y volverá a dejarme a solas con Niko, vuelve a girar sobre sus talones, como si acabara de acordarse de algo.

—Por cierto, mañana empezamos con tu lista. He hecho algunas... modificaciones. Nada demasiado importante.

Mis cejas se disparan. Será una broma.

—¿Has hecho cambios en mi lista?

—Pusiste un punto que ya habías cumplido. Lo de ver una aurora boreal. Eso quiere decir que tú solo tendrías que cumplir seis más. Tenemos que estar igualados, así que me he tomado la libertad de añadir otro para compensarlo.

—¿Y se puede saber cuál es?

—¿Sabes qué es el avanto?

—No.

Él agranda su sonrisa.

—Mañana lo descubrirás.

Abro la boca para replicar, pero Connor ya ha salido de la cocina.

Genial.

Con un suspiro, apoyo las manos sobre la encimera de la cocina y me tomo, de nuevo, unos segundos para tranquilizarme. Las palabras hirientes de Mike siguen dando vueltas en mi cabeza. Y me temo que lo harán durante mucho tiempo. Hay una razón por la que me han afectado tanto. Y es que, por mucho que me duela admitirlo, creo que tiene razón.

No tengo ningún propósito en la vida.

Por eso vine aquí.

Y ni siquiera sé si he tomado la decisión correcta.

—¿Quieres que sigamos con las clases?

—Estoy bien. Gracias, Niko. —No quiero preocuparlo, así que me recompongo tan rápido como puedo y le dedico una sonrisa forzada.

—Me gusta que estés aquí, ¿sabes? —dice él—. Mi hermano parece menos triste desde que llegaste.

—No creo que Luka esté triste. —En realidad, sospecho que solo está un poco enfadado con el mundo, como yo.

Pero Niko niega con la cabeza.

—No, tonta. Él no. Connor. Ahora sonríe más. —Eso sí que me pilla por sorpresa. Frunzo el ceño, pero Niko no me mira; sigue pendiente de su cuaderno—. Antes solo lo hacía cuando sabía que nosotros lo estábamos mirando.





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