Querido diario:
Creí que luego del beso Emma actuaría diferente conmigo, con timidez o quizás indiferencia, pero actuó de forma muy diferente.
Joshua nos invitó a un parque que queda cerca de la escuela. Llevamos algo para comer y unas bebidas, escuchamos música y hablamos de varias cosas sin sentido. Emma estuvo a mi lado la mayoría del tiempo, y aunque al principio me sentí extraño por la falta de costumbre, con el pasar de los minutos me sentí cómodo y a gusto.
De a ratos miraba a Emma y ella, al estar tan cerca mío, me dejaba apreciar la belleza natural de su rostro. Y sus labios... Parezco un estúpido al admitir que me daban ganas de besarla cada vez que ella me sonreía. Pero mucho no pudimos hacer con Joshua enfrente nuestro.
Primero él parecía desinteresado con el hecho de que sus dos amigos hayan tenido una cita, pero luego nos daba miraditas de soslayo y sonreía —no tan disimuladamente —cada vez que intercambiábamos algunas palabras. En algún momento cuando Emma se distrajo buscando música en su celular, miré a mi amigo con una clara advertencia en los ojos de que debía detener su actuar extraño. Comenzaba a ponerme nervioso.
Dejó su rareza de lado, pero eso solo fue un rato hasta que Emma tuvo que irse luego de que su madre la llamara y entonces quedamos Joshua y yo en el parque. Obviamente él comenzaría a hablar sobre la química —así dice él, no yo —que Emma y yo tenemos cuando estamos juntos.
Tuve que advertirle que si seguía molestándome con el tema dejaría de hablarle y me iría a casa, eso solo logró que se burlara más de mí y me llamara gallina. Sí, muy maduro de su parte.
Al final tuvimos que juntar todo lo que comimos y bebimos nosotros solos, guardamos todo en las mochilas que llevamos y juntos fuimos caminando hasta nuestras casas. Joshua estaba feliz porque Emma dejó las galletas que había comprado, y él ni siquiera me dio una.
Yo también estaba feliz por el día y la semana que pasé, junto a Emma y también Joshua.
Aunque debí suponer que tanta felicidad en mí no era normal.