En Casa para Navidad

By EMMolleja

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¡Acompaña a Maxine en especial de Navidad! Maxine está en una importante misión para esta Navidad: presentar... More

Sneak Peek

Especial de Navidad

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By EMMolleja

En mis veinte años de vida, he visto muchas películas de Navidad. Venga, ¿quién no lo ha hecho? Las películas navideñas son como una tradición, un extraño ritual, algo que aunque suene ridículo, puede hasta generar la misma expectativa que esperar diez meses para desempolvar tus ornamentos y adornar toda tu casa, comprarle obsequios a tus seres queridos, o salir a cantarles villancicos a tus vecinos.

(Que, por cierto, no a todos nos gusta ser despertados con las mismas canciones que escuchamos cada condenado año, ¿vale? Y eso no nos convierte en «un Grinch». Supérenlo ya, y déjennos en paz).

Bueno, puedo decir con certeza, por mi experiencia como estudiante de cine, que las productoras cinematográficas gastan millones de dólares cada año en estas películas cursis que usualmente tienen la misma trama, con un reparto distinto. Sin embargo, tan malas y mal estructuradas como puedan llegar a ser, me las he visto todas y cada una de ellas. Los hijos de puta saben que son lo más cercano a un círculo vicioso disfrazado de diálogos empalagosos, escenas cómicas, a veces con el típico conflicto de enemigos-a-amantes y mucha nieve, decoración y ostentosos árboles.

Me he visto desde esas donde la protagonista de la nada hereda un hotel/posada/barco/lo-que-sea, hasta esas que transmiten mensajes sobre la familia más que enfocarse en un romance en sí. Y lo que siempre atrae es lo antinatural de cómo se desenvuelve la trama, lo absurdas que puede llegar a ser ciertas escenas, que mientras te ríes, te preguntas: «¿cómo eso puede ser real?, ¿me estás tomando el pelo?», pero que te entretienen lo suficiente para seguir viéndola hasta el final. Y después, escoger otra.

Lo sé, estoy divagando un montón, pero necesito dar contexto y ambientar la atmósfera antes de llegar al punto importante. El punto importante es... precisamente ese; el factor de lo absurdo en las películas románticas de Navidad, o en realidad, en las películas de Navidad en general. Al público le gustan, porque son situaciones intencionalmente cómicas.

Pero, cuando sientes que tú misma estás a punto de vivir el comienzo de una película navideña con todos los elementos absurdos para ser un éxito... créanme, ya no es tan divertido.

—Estás sobre analizando tus opciones de nuevo, ¿no es así? —me preguntó, Val, mi compañera de cuarto, sacándome de mis pensamientos—. Te fuiste como durante un minuto entero. Unos segundos más, y te abofeteaba para traerte de vuelta.

No pude evitar reírme mientras sacudía la cabeza, considerando que toda la situación hubiese podido ser más soportable si ella hubiera accedido a ir con nosotros cuando se lo propuse. «Oh, no, no, no me vengas a usar de escudo, Max, esa es una experiencia exclusiva para Jeremy y para ti, mantenme fuera de eso». Aunque, después agregó: «Bueno, no me mantengas fuera, fuera, porque si será tan malo como haces ver, necesitaré todos los detalles del desastre luego».

A veces sentía que mi vida era como su entretenimiento personal, sin duda.

—Estaba totalmente analizando mis opciones de nuevo —admití—. No lo sé, tal vez debería decirle a Jeremy que mis padres se ocuparon de último minuto y cancelaron todo el encuentro de Navidad.

—Creo que tendrías que ser más creativa que eso si quieres abortar la misión. Jeremy llegará en cualquier momento, y, ya tienen el vuelo prácticamente encima, así que lamento ser yo la que te dé la dosis de realidad. —Ella se levantó de la silla de su escritorio y caminó hasta mí para colocar sus manos en mis hombros—. Pero J.J. conocerá a tu familia, pasará un fin de semana entero con ellos, y sobrevivirá, ¿de acuerdo?

Mis hombros cayeron al dejar salir todo el aire tenso que había estado reteniendo. Me era imposible relajarme cuando tenía miles de escenarios montados en mi cabeza, así como también miles de cosas en la lista de: «¿Qué podría salir mal?». Apreciaba las palabras de aliento de Valentina, pero ella no era la que tenía alguna especie de estrés post-traumático como consecuencia de malas experiencias en el pasado que involucraban a un novio, conociendo a mi peculiar, vergonzosa y sobre todo, sobreprotectora familia.

—Es que... —resoplé, sosteniendo su mirada color café—. De verdad me gusta Jeremy, Val, me gusta mucho. —Mordí mi labio—. No quiero que mi familia lo espante.

Jeremy y yo nos conocimos en una fiesta de celebración que una de las fraternidades del campus organizó en honor a la victoria de los Bruins. Uno de sus compañeros de equipo se acercó a intentar coquetearme, estaba muy borracho, y se puso muy persistente. Él se acercó a salvarme, y con la excusa de que sería «mi guardaespaldas», permanecimos juntos el resto de la noche. Por cuestiones del destino —fue más por cuestiones de que ambos estábamos ebrios, la verdad—, no intercambiamos números, ni alguna información adicional a nuestros nombres, así que imaginen mi sorpresa al verlo dos días después, frente a la puerta de una de mis clases, esperando por mí con la mejor manera de romper el hielo que el ser humano pudo inventar en toda su existencia en la Tierra: un buen vaso de café.

El resto fue historia. Ese buen vaso de café terminó en cinco meses estables, e increíbles. De hecho, para ese diciembre, ya habíamos quemado todas las etapas que se suponía debíamos quemar en una relación:

1. ¿Cientos de citas? Tachado.

2. ¿Apoyo moral en sus partidos, y en mis proyectos? Tachado.

3. ¿Clásica reunión conjunta de amigos con el mero propósito de querer unir círculos sociales? Tachado (y exitoso).

4. ¿Primera, segunda, tercera, cuar... —vale, ustedes entienden— experiencia sexual? Oh, tachado, tachado, tachado.

5. ¿Conocer a su familia? Tachado (hasta me hice amiga de su hermana, Diane).

6. ¿Jeremy conociendo a mi familia?

Vale, esa no estaba tachada todavía, pero no había una razón oculta detrás de eso. Mis padres siempre habían sido personas muy ocupadas —del tipo que deben manejar una agenda para no colapsar— y además, vivían bastante lejos de Los Ángeles, en Seattle, así que se trataba de una situación que se me escapaba de las manos.

Se me escapó mucho más, sin embargo, cuando Jez sugirió que podríamos tomar la oportunidad de las vacaciones navideñas para tachar eso de la lista.

No pude decirle que no. No quería que malinterpretara mi intento de salvarlo de una mala decisión ni mucho menos hacerlo pensar que no quería que conociera a mis padres. Ellos ya amaban lo poco que sabían sobre Jeremy. Él solo... había elegido la peor oportunidad para hacerlo: Navidad.

Oh, solo yo entendía que estábamos a alrededor de tres horas de convertirnos en los desafortunados protagonistas de una clásica película navideña de comedia.

Perdonen, perdonen, pero cuando me pongo nerviosa comienzo a hacer referencias de películas y no hay nadie que pueda detenerme.

—Tú tienes un serio problema, Maxine —me dijo Val, riendo entre dientes—. He conocido a tus padres, por amor a Dios, ¡son bastante geniales! ¡Ya me gustaría que mis padres fueran así!

Puse los ojos en blanco y me aparté para terminar de cerrar mi maleta. Mis padres sí eran geniales y los amaba con locura por eso, pero mi preocupación no los incluía solo a ellos. Era una cuestión colectiva; cuando mezclaba «novio» con «familia», era una receta destinada a terminar con «novios fugitivos», como esa película de Julia Roberts.

Vale, ya paro con las referencias cinematográficas.

—Deberías reconsiderar mi oferta de venir con nosotros, si tan bien te caen, ¿no? —comenté, luchando con el cierre de mi equipaje.

—Buen intento, pero no —se rio ella, al mismo tiempo que escuchábamos un par de golpes en la puerta—. ¿Ves? Jeremy está aquí, esa es una clara señal de que ya debes calmar tu mierda —agregó, dándome una sonrisa irónica antes de girarse hacia la puerta—. ¡Pasa, J.J., que no hay nadie desnudo!

La puerta se abrió enseguida y un risueño Jeremy entró a nuestro dormitorio. No pude evitar sonreír al notar que todo en él gritaba: «quiero dar una buena impresión». Se había cortado sus rizos negros a un estilo más limpio y casi rapado. Se había deshecho de la barba, y también del pequeño diamante que siempre llevaba puesto en su oreja. Eso me llevó automáticamente a nuestra primera cita. Él pensaba que ese look de «chico bueno» me gustaría más que el que traía cuando nos conocimos, hasta que le admití que el pendiente se le veía «demasiado sexi como para que se lo quitara». Casi se ahoga con su propia bebida, pero captó el mensaje.

—Excelente información, Val —le dijo él, divertido—. Eso me habría servido hace semanas cuando olvidaste poner la media en el picaporte.

Solté una carcajada, recordando la escena con la que me encontré ese día: a Jeremy disculpándose a mil palabras por minuto, a Valentina en medio del pasillo, cubriéndose con su cobija y soltándole maldiciones en español. La monitora de piso tratando de calmar la situación.

—No me arrepiento de haberte enseñado una lección —se defendió la castaña, cruzándose de brazos—. Nunca entres sin tocar a un dormitorio universitario.

Jez sacudió la cabeza, sonriendo mientras dirigía su mirada café hacia mí.

—¿Tienes todo listo para irnos, cariño? Hay un tráfico de los infiernos —me dijo, dando unos cuantos pasos hasta mi cama para ayudarme con el equipaje—. Si no nos movemos rápido, podremos perder el vuelo.

—Sí, ya está lista para irse —respondió Val por mí—. Pero tal vez quieras pasar por unos cuantos Valium antes de llegar al aeropuerto, la chica está cerca de un colapso nervioso.

—Está exagerando, no le hagas caso —me defendí, echándome mi mochila al hombro, lista para zanjar el tema antes de preocupar a Jeremy con mi (bien justificada) paranoia—. Y tienes razón, deberíamos irnos. —Tomé mis llaves, mi teléfono y alcé la vista hacia él, pillándolo mirándome con una ceja levantada—. ¡Andando, andando! —expresé, queriendo escapar de la evidente pregunta en su rostro.

—¡Vale, vale! —Él decidió tomar el camino momentáneo de la paz y comenzó a salir de la habitación con mi maleta—. ¡Feliz Navidad, Val! —gritó desde el pasillo.

—¡Feliz Navidad, J.J.! —le gritó ella de vuelta—. ¡Espero que logres sobrevivir el fin de semana! ¡Si pasa lo contrario, ten en cuenta que te considero el mejor novio que mi amiga pudo tener!

—¡¿Qué?! —le preguntó Jeremy, su voz teñida en confusión.

—¡Nada! —le contesté yo, lanzándole una mirada de muerte a Valentina—. Cállate.

Ella se echó a reír.

—Pues, así de dramática suenas cuando te refieres a tu super trágico fin de semana familiar —se burló, acercándose por un abrazo—. Ahora, ve y protege a Jeremy como Gollum protege su precioso anillo.

Puse los ojos en blanco.

—Eres un horrible y asqueroso grano en el trasero —le dije, apretándola un poco antes de dejarla ir—. Feliz Navidad, prometo que me calmaré, ¿vale?

—Vale, mucha suerte. —Cruzó los dedos a la altura de mi rostro—. Y no te preocupes, rezaré un par de Ave María por ti.

—Tú no eres religiosa, Val —señalé, sonriendo.

—Exacto, mi punto era que entendieras lo bien que espero que te vaya.

Deben estar preguntándose si Val tenía razón en llamarme dramática y exagerada por temerle así a mi propia familia. Sin embargo, ella había interactuado con mis padres solo en el par de ocasiones que estuvieron de visita en el campus, y, solo conocía sobre los demás miembros de mi familia a través de anécdotas que le había contado una que otra vez. Nunca había visto la acción desde cerca, no tenía ninguna referencia o fundamentos para creer en mi paranoia.

Yo sí. Y muchos.

—Sé que pareceré un entrometido —me comentó Jeremy mientras esperábamos el elevador, sacándome de mis pensamientos—, pero el culpable de haber escuchado su conversación es a quien sea que se le haya ocurrido diseñar este edificio con paredes tan delgadas.

—¿Estabas espiándonos, Jez? —lo acusé, tomándole el pelo.

—Paredes delgadas, Max —repitió, alcanzando mi mano y entrelazando nuestros dedos—. Sabía que estabas nerviosa por lo de conocer a tu familia, pero no pensé que fuese a tal punto en que necesitaras Valium para relajarte.

Resoplé al tiempo que las puertas del ascensor se abrían. Entramos en silencio, y durante esos segundos, sopesé la idea de ser cien por ciento honesta con él. Lo observé presionar el botón de planta baja y me armé de valor.

—No quería preocuparte ni ponerte nervioso —admití a medias.

—Ya estoy preocupado y nervioso —confesó en tono divertido, encogiéndose de hombros—. Quiero decir, mezcla admiración, con intentar convencerlos de que soy un buen yerno y un buen novio para ti. Creo que ambos necesitaremos ese Valium, después de todo.

—No necesitas convencerlos, porque eres un buen novio —le aseguré, dándole un apretón a su mano—. Lo harás genial, Jeremy, no es eso por lo que estoy preocupada.

Él se llevó mi mano hasta sus labios y la besó, esbozando una pequeña sonrisa.

—Entonces, ¿qué es lo que te tiene así? —inquirió, tirando de mí para deslizar su brazo alrededor de mis hombros.

Me acurruqué en su costado y alcé mi cabeza para mirarlo a los ojos. Tal vez lo mejor era ponerlo en contexto y advertirle qué tanto podrían escalar las cosas en cuanto llegáramos a casa de mis padres. Esa sonaba como una mejor estrategia que enviarlo a ciegas a territorio desconocido.

—¿De verdad quieres saber? —le pregunté, mordiéndome el labio—. Te lo diré si me prometes que no vas a dejar que nada de eso te asuste.

Jeremy dejó escapar una risa entre dientes.

—Max, te amo —me dijo, depositando un beso en mi coronilla—. Aunque pienso que tu familia no debe ser tan mala, no me importaría que lo fuese. —Se inclinó entonces para besar mis labios—. Me importas tú.

—También te amo —le sonreí, sintiendo que sus palabras enviaban un rayo de tranquilidad a través de mi cuerpo—. De verdad que eres el mejor novio, ¿lo sabes?

Él hizo un divertido gesto de suficiencia.

—Trato de no deslumbrarte demasiado, pero es algo que me sale natural.

Sonreí y me puse de puntillas para devolverle el beso; sin embargo, el sonido de mi teléfono nos hizo saltar y terminé plantándole el beso en su barbilla. Ambos nos reímos mientras poníamos distancia entre nosotros. Saqué el celular del bolsillo de mi abrigo gris y miré la pantalla. Era mi madre.

«Háblame de señales y de malos presagios».

—Mamá —la saludé, frunciéndole el ceño al reloj en mi muñeca—. ¿No deberías estar grabando el programa de mañana?

—Hice una grabación exprés para poder estar en casa a tiempo, cariño —me explicó, risueña—. Sabes que es mala idea dejar a tus tíos y a tu padre, solos en casa por más de una hora. No les toma demasiado querer explorar sus adolescentes interiores, se vuelven revoltosos.

Tragué saliva con fuerza. Sí, eso lo sabía muy bien.

—¿Ya mis tíos están en casa? —inquirí, reprimiendo una mueca de frustración—. Ellos nunca llegan a tiempo.

Joder, esperaba tener un poco de ventaja y llegar primero que ellos para así evitar que Jeremy pasara por «la fusión de miradas intimidantes». Había comenzado cuando tenía alrededor de trece años y en medio de toda mi inocencia, pensé que sería una buena idea invitar a casa a mi mejor amigo de ese momento, Timothy. Mis tíos, por alguna razón, creyeron que lo de «mejor amigo» de alguna forma era un código para «novio secreto», así que sin ser conscientes de ello, crearon «la fusión de miradas intimidantes». Ya pueden tener una idea de qué va. Al pobre Tim le costó volver a visitarme en casa después de eso.

—No nos gusta su nombre, nos trae malos recuerdos. —Fue la ridícula excusa que dieron.

Oh, Dios, ahora no podría salvar a Jez de eso.

—Lo sé, pero sabes cómo se ponen con el tema del «novio nuevo» —me contestó mamá—. Dijeron que la ocasión lo ameritaba.

Ma'... —le repliqué, sintiendo el conocido rubor expandirse a todas mis extremidades—. Por favor, dime que van a comportarse esta vez.

—Tranquila, Max —dijo en tono suave—. Tu tía, Lee y yo nos encargamos de darles nuestro respectivo sermón.

—Vale, gracias —respondí, sincera—. Entonces, ¿Lee está en casa también? —añadí, aliviada de que al menos, a falta de Val, tendría a mi primo Lee como apoyo moral.

Él sí entendía mi nerviosismo y paranoia. A diferencia de mí, Lee fue inteligente tomando decisiones desde el comienzo y se había asegurado de no llevar a ninguna de sus novias a reuniones familiares. «Basta con dejarles saber que estoy una relación. Pienso que el anonimato es una zona segura y tranquila. Deberías intentar la estrategia, te la presto, Max», me había dicho una vez. Chico listo. Aprendió con el tiempo, presenciando todas mis misiones fallidas.

—Sí, al parecer, discutió de nuevo con Cassie. —Su novia actual—. Así que canceló sus planes con ella de último minuto y vino con sus padres, ¿quieres hablar con él? Puedo llamarlo, está en la sala supervisando que nadie se emborrache demasiado hasta que llegues.

Oh, joder.

—No, está bien —me apresuré a decirle—. Mejor no lo distraigamos de su trabajo.

—Maxine, respira. —Ella se echó a reír—. ¿Por qué estás asustada? Ya sabes que nos gusta Jeremy, hija, no sobre analices las cosas.

—Eso es algo que heredé de ti —le recordé, poniendo los ojos en blanco.

—Desafortunadamente —se rio.

—Y, acabas de decir que están tomando alcohol.

Las puertas del ascensor se abrieron en planta baja, distrayéndome durante unos segundos. Jeremy me hizo una seña de que se adelantaría al auto mientras terminaba de hablar con mi madre. Asentí, y él le dio otro beso a mi mano antes de dejarla ir. Un pequeño gesto silencioso de: «todo estará bien, Max».

Val tenía razón en decir que él era el mejor novio que había podido tener.

—Bueno, eso es lo que pasa cuando la familia se reúne después de tantos meses separados —me explicó ella—. Tomamos unas bien merecidas cervezas, nos sentamos a contar anécdotas, cocinamos, nos permitimos comer como cerdos, etcétera, etcétera.

Tomé una bocanada de aire. No había notado el ligero cambio en su voz hasta que dijo la última oración.

—Te estás emborrachando tú también, ¿no es cierto? —la acusé, provocando que soltara una carcajada—. ¡Mamá!

—¡¿Qué?! —expresó entre risas—. Perdona, ¿vale? Te prometo que solo han sido un par de cervezas. Sé lo importante que es esto para ti y no seré yo la que arruine tu visita. Puede que alguno de tus tíos sí, pero no seré yo, ¿vale?

Resoplé. No podía enojarme con ella —ni con su argumento anterior—, aunque quisiera. Tanto ella, como papá, como mis tíos tenían trabajos demandantes que los forzaban a ocuparse el noventa por ciento del año. El fin de semana de Navidad se había convertido en su única oportunidad para descansar de los meses ajetreados, relajarse y pasar tiempo en familia. Y no me molestaba que quisieran hacerlo, me gustaba mucho que fuésemos así de unidos, siempre fue algo que admiré desde que estuve muy pequeña. A pesar de los años, de vivir en ciudades diferentes y de que cada uno se dedicara a cosas distintas, siempre se aseguraron de sacar el tiempo para estar presentes en la vida del otro.

Lo peligroso era que su concepto de «relajarse», era más como «vamos a volvernos locos y comportarnos como cuando teníamos veinte años». Incluso mamá, quien era la más sensata de todos, se dejaba llevar por el reencuentro y... pues, también podía alocarse un poco.

—De hecho, por eso te llamaba —continuó, tratando de sonar seria—. Sé que dije que tu padre y yo iríamos por ti al aeropuerto, pero como buenos padres responsables que somos, no podemos conducir bajo la influencia del alcohol, por lo que habrá un pequeño cambio de planes. Lee se ofreció a ir por ustedes.

No me importaba en absoluto que Lee fuese por nosotros al aeropuerto, sobre todo si ellos habían estado bebiendo. Iba a necesitar un reporte pre-llegada de su parte, que me informara el nivel de gravedad de la situación.

—No te preocupes —suspiré, alcanzando a Jeremy, quien ya había guardado mi equipaje en el maletero y se encontraba esperando por mí en el asiento del piloto—. Ya vamos en camino al aeropuerto, ¿vale? Hablaré directamente con Lee en cuanto aterrice.

Me adentré al auto y miré a Jez. Él me articuló un «¿Todo bien?» y cuando le hice un gesto con mi dedo pulgar en respuesta, él asintió una vez y se concentró en sacarnos de la residencia.

—¡Cariño, ¿estás hablando con Max?! —Escuché la voz de papá en el fondo—. ¿Ya le dijiste que no nos reprendiera demasiado por estar bebiendo? Dile que es Navidad y los ancianos también tenemos derecho a divertirnos de vez en cuando.

Sacudí la cabeza, alzando mis labios en una sonrisa. Sin duda, era una tarea imposible enojarme con ellos. Borrachos, sobrios, como estuvieran, era imposible mantener mi papel de hija molesta cuando ambos hacían su papel de padres de manera excepcional.

A veces, era frustrante.

—Dile que lo he escuchado y que deje de pensar que siempre estoy tratando de reprenderlos —me reí.

—Max dice que te ha escuchado y que dejes de pensar que siempre nos quiere reprender —le informó a papá, divertida.

—Pues, dile que llevo veinte años siendo su padre y veintitrés años siendo tu esposo, así que no tiene por qué mentir en mi cara —le respondió él—. ¡Soy un experto en recibir reprendas por parte de ustedes!

—¡Oye! —mamá y yo expresamos al unísono.

Papá se echó a reír.

—¿Ven? Acaban de comprobar mi punto.

Puse los ojos en blanco. Y estaba segura de que mamá también.

—Traten de no alcoholizarse hasta la inconsciencia mientras llego, ¿vale? —les pedí—. Tengo que colgar.

—Tranquila, Max, te prometo que eso no va a ocurrir —me repitió mi madre, aunque sonando demasiado risueña como para tomar sus palabras en serio—. Ten un buen vuelo, te amamos.

—¡Te amamos, Max! —Papá gritó en el fondo—. ¡No nos regañes tanto, nos estamos divirtiendo! ¡Y dile a ese chico Jeremy que lo estamos esperando con ansías!

—También los amo. ¡Adiós! —sonreí, y colgué antes de que papá quisiera ponerse conversador.

—¿«Alcoholizarse hasta la inconsciencia»? —inquirió Jeremy, alzando una ceja.

—Bueno, es la primera cosa que necesitas saber —resoplé, regresando mi teléfono a mi bolsillo—. Mi familia en Navidad es como una versión en éxtasis de mi familia en cualquier otro día del año.

—Necesito mucha más información que eso —admitió.

—Pues. —Me encogí de hombros—. Todos mis tíos viven en ciudades diferentes, con el trabajo de mamá, de papá, de ellos, nunca hay tiempo para reuniones, excepto por Navidad. Así que, digamos que les gusta aprovechar, mucho, esos días libres.

—Pero eso no es tan malo —me tranquilizó él, esbozando una sonrisa honesta—. Quiero decir, mi familia también se aloca un poco durante las fiestas, ¿sabes? Somos una familia numerosa y ruidosa; una combinación letal.

—No más letal que familia numerosa, desinhibida y, con un instinto paternal multiplicado por siete —le expliqué, queriendo ser totalmente transparente con él—. El problema principal no es que se aloquen, Jez —continué, alcanzando su mano en la palanca de cambios—. Es que hay un historial polémico que los incluye a ellos, ahuyentado a mis antiguos novios.

—¿A qué te refieres con «ahuyentar»? Porque mi mente fue a lugares bastante oscuros a juzgar por la expresión en tu rostro. ¿Son algo así como ese thriller que me hiciste ver donde la familia del novio obliga a la protagonista a participar en su jodido juego de matanza para poder ser aceptada? Oh, Dios, ¿soy la «novia» en esta situación? —comentó, tratando de añadirle su toque de humor para aligerar la situación—. ¿A dónde me estás llevando, Max? Yo ni siquiera sé manejar un arma.

No pude evitar reírme. Era algo de nosotros; mientras yo me estresaba, literalmente, por todo, él siempre buscaba una manera de hacer ver el problema mucho más pequeño de lo que era. Y lo amaba por eso. Y, por muchas otras cosas también, por supuesto.

—No puedo creer que recuerdes esa película —señalé entre risas.

—Me acuerdo de todas las películas que me haces ver —se defendió, fingiendo estar ofendido—. Incluyendo tus comentarios críticos sobre fotografía, planos, trama, banda sonora, etc. Pero, mi excelente habilidad para ser buen oyente no es lo importante aquí, sino la presunta sobreprotección de tu familia.

—Vale —Me concentré—. No es «presunta sobreprotección», es verdadera, y creo que tiene mucho que ver con el hecho de que fui la primera sobrina/hija/bebé en la familia, por ende, cargué con todo el peso de su atención durante años, incluso cuando llegó Lee.

—Lee, tu primo adoptado —puntualizó él, como si hubiese desplegado la larga lista de nombres de toda mi familia y estuviera listo para reconocer cualquiera de los nombres que le mencionara.

—Sí, incluso cuando él llegó a hacerme compañía, ya era muy tarde, fui condenada a ser la «princesa de la casa» y el objetivo de no uno, sino un puñado de padres al acecho.

—Lo capto; tus tíos vigilarán cualquier paso en falso, es solo cuestión de no sucumbir ante la presión —intervino, asintiendo con la cabeza.

—No solo te vigilarán, sino que te probarán —aclaré, mordiéndome el labio—. Cuando tenía diecisiete, cometí el grave error de llevar a mi primer novio oficial a casa para la cena de Navidad. Por alguna loca e insana razón, lo hicieron jugar un partido de fútbol americano afuera, en la nieve.

—Pero eso no... —comenzó a decir.

—Sin abrigo, ni guantes, ni nada que lo protegiera del frío —enfaticé.

—Joder, eso sí que es extremo —admitió—. De hecho, es cruelmente ingenioso.

—Proponen ese tipo de retos para probar qué tanto estarían dispuestos a hacer para agradarles. Es molesto e infantil, pero nunca cambian la táctica ni escuchan mis quejas —le dije en un resoplido—. Hay muchas más anécdotas de donde vino esa, pero ya te puedes dar una idea a lo que te enfrentas. Suficiente información para ti, después corro el riesgo de que no quieras montarte conmigo en el avión.

—Al menos eso descarta mi teoría de lo del thriller —bromeó mientras nos adentrábamos al LAX—. No me apetecía replicar la trama, ni mucho menos convertirme en un inocente y pobre Chris Washington —agregó, haciendo referencia a la película ¡Huye!.

—¿Sabes lo sexi que te ves haciendo referencias de películas? —inquirí, mirándolo a los ojos.

—Sí, lo sé, porque tú luces igual de sexi cuando hablas sobre ellas —me contestó, acercándose a darme un beso en los labios—. Podré manejar al puñado de padres al acecho, ¿vale? Incluso si eso me cuesta morir por hipotermia.

—Vale —asentí, dándole el beneficio de la duda y permitiendo que me llenara de besos—. Pero trata de no morir, ¿sí? Me gustas mucho para poder soportar la pérdida.

***

—¡Eh! ¡Max! ¡Aquí!

Divisé a Lee, de pie, junto a la camioneta de mi madre, saltando para llamar nuestra atención, y tal vez, también para mantenerse en calor en medio del clima que tenía todo a su alrededor pintado de blanco.

Si me pidieran elegir entre el clima de Seattle y el de Los Ángeles, lo siento, pero me quedaría con el de Los Ángeles. Un clima sin muchos cambios extremos al año, y que nunca me obligaría a envolverme y convertirme en una almohada andante, tal cual lucía Lee enfundado en su esponjosa parka azul, sus guantes, bufanda y su gorro rojos que apenas me permitían verle sus oscuros ojos rasgados.

—¡Eh! —sonreí mientras trotaba hacia él.

Había echado de menos a Lee. Aunque le llevaba tres años, él era el único de mis primos con el que era contemporánea; éramos los mayores de cuatro. Ese factor, más habernos criado juntos —a pesar de estar a horas de distancia—, nos llevó a crear una especie de vínculo de hermanos. La distancia se alargó aún más cuando me fui a Los Ángeles para la universidad y mi tiempo fue reducido a proyectos, exámenes, y más proyectos. No lo veía desde su graduación de secundaria hacía meses. Hubiese querido que eligiera UCLA como yo para así tenerlo cerca de mí, pero él decidió quedarse en Columbus, e ir a la misma universidad que uno de sus padres.

—¡Te eché mucho de menos! —le dije, lanzándome a abrazarlo con fuerza.

—Yo también, primita —se rio, devolviéndome el abrazo con el mismo entusiasmo.

Nos separamos y aproveché el movimiento para arrebatarle el gorro que llevaba puesto. Intentó tenerlo de regreso, pero escondí mi mano en mi espalda, fuera de su alcance. Me reí cuando puso los ojos en blanco, rememorando las innumerables veces que siempre caía en el mismo truco.

—Debes pensar más rápido la próxima vez —dije, revolviéndole su corto y liso cabello negro.

—Joder, dame eso, que estoy muerto de frío —gruñó, quitándomelo de la mano. Se lo colocó y se volvió hacia Jeremy, cambiando su semblante a una expresión más amigable—. Entonces, tú eres el famoso Jeremy. —Extendió su mano—. Soy Lee, primo de Maxine.

—Lo sé, mucho gusto, tío —Le estrechó la mano, sonriendo.

—Prometo que cualquier cosa que Max te haya dicho, no será tan mala como parece —lo consoló mi primo, ganándose una mirada de pocos amigos de mi parte—. ¿Qué? Quiero decir, sí fue malo para sus antiguos novios, pero creo que tú estarás bien. —Me encaró—. Lo creas o no, no se ve tan malo como en otras ocasiones.

—¿Ah, no? —inquirí, absorbiendo la nueva información.

—Puede que sea algo de la edad, o, tal vez aprendieron del espectáculo de hace un año —bromeó el pelinegro, riendo entre dientes—. Papá quedó lo suficientemente traumado para abstenerse de tomar alcohol este año.

—¿En serio?, ¿el tío Theo? —Me sorprendí.

—No, el otro papá —se rio, caminando hacia el maletero de la Range Rover para ayudarnos a guardar nuestro equipaje.

Bueno, que el tío Matthew no estuviera tomando era sorprendente por igual.

Era bueno saber que si mis quejas no eran escuchadas, el descargue de Madeleine, la publicista de papá, sí los había logrado escarmentar un poco. La última Navidad, ella tuvo que darle muchas explicaciones a la prensa sobre el espectáculo que papá había montado en Instagram con todos mis tíos, después de una ronda de chupitos que terminó haciéndose viral en redes sociales.

Nunca mezclen figura pública, con alcohol y un teléfono... las cosas pueden salir mal.

—¿Ves? No hay nada de qué preocuparse —me susurró Jeremy mientras entrábamos a la camioneta.

Perdón, pero no podía cantar victoria hasta verlo con mis propios ojos.

—Así que, mamá me contó que discutiste con Cassie —le pregunté a Lee, observándolo de reojo desde el asiento del copiloto.

Él chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.

—¿Puedes creerlo? Se suponía que haríamos funcionar lo de la relación a distancia y ya a la primera, me está dejando plantado —me contó, girando el volante de la camioneta para sacarnos al tráfico de la ciudad—. Me prometió que volvería a casa para pasar Navidad conmigo y, ¿sabes lo que me ha dicho? Que iba a quedarse en Chicago con la familia de su amiga, Bárbara. «Su amiga, Bárbara», apenas la conoció este semestre de la universidad; está conmigo desde hace dos años. Le tomó menos de cinco meses dejar de intentar.

—Oh, Lee, lo siento —resoplé, sincera.

—Está bien, el lado bueno es que pude unirme al fin de semana familiar, después de todo. —Hizo un ademán con su mano—. Familia siempre antes que novios. —Se echó a reír y luego echó un vistazo por el retrovisor—. Sin ofender, Jeremy, no es nada personal.

—No me ofende en absoluto —se rio Jez desde el asiento de atrás.

—Así que... ¿ya tienes un plan de juego, Max? —Lee cambió de tema, concentrándose en la carretera—. ¿Un plan de escape por si las dudas? ¿Un sermón preparado por si las cosas se salen de control?

—¿Qué...? ¡Si acabas de decir no se ve tan malo como en otras ocasiones! —me alarmé, haciendo que soltara una carcajada.

—Sí, lo hice, pero ese fue mi reporte de cómo dejé la situación en casa hace unos veinte minutos. Tú y yo sabemos que cualquier cosa puede pasar en veinte minutos, Max.

—Confío en que la tía Harper mantendrá las cosas bajo control mientras llegamos —razoné.

—La tía Harper ya tiene suficiente con vigilar a Will y Sam —me recordó de los gemelos, nuestros primos menores—. Ya están en esa edad donde les encanta romper cosas, ¿sabes? La casa de tus padres debe parecerles el paraíso ahora mismo.

—Joder... —airé—. Entonces, que sea lo que Dios quiera —dramaticé, persignándome.

Pues, si Val estaba dispuesta a rezar unos Ave María para darme protección, no había nada de malo si yo intentaba buscar ayuda en Dios también.

—¿Siempre se pone así? —le preguntó Jeremy a Lee, divertido.

—Sí, no la culpo tampoco —le contestó, riendo—. Es complicado.

Las bromas se extinguiendo a medida en que nos acercábamos a nuestro destino. Por una parte, Lee y Jez se extendieron en una conversación sobre algún videojuego con el cual no estaba familiarizada. Y por otra, me sentía demasiado ansiosa como para participar en cualquier conversación. Entre más cerca sabía que nos encontrábamos, peor se sentía el apretón en mi estómago.

Cuando Lee finalmente cruzó hacia el camino que llevaba a casa, le recé a todos los poderes divinos existentes para que todo saliera bien.

—Hogar, dulce, hogar —bromeó mi primo en cuanto estuvimos aparcados frente al gran portón de hierro negro de nuestra entrada.

Lee bajó su ventanilla y apretó uno de los botones de la pequeña caja de seguridad.

—¡Ya estamos aquí, borrachitos! —gritó. Al cabo de unos segundos, las puertas se abrieron, dándonos acceso al camino empedrado que nos llevaría hacia la casa.

A mis padres siempre les había encantado la idea de tener una casa espaciosa, pintoresca y rústica, lejos del bullicio urbano. Cuando recién nos mudamos a Seattle, yo era todavía muy pequeña para recordar, pero según sus anécdotas, empezamos viviendo en un departamento en el corazón de la ciudad, cosa que odiaron, porque no lo veían como un buen ambiente para criar a un bebé. Entonces, cuando cumplí diez años y ellos pudieron permitírselo, nos mudamos a una zona más tranquila. Nunca les importó conducir más tiempo de lo normal para llegar a sus trabajos —o para llevarme a la escuela—, mientras pudieran volver a la pacífica, insonora y escondida comodidad de nuestro hogar.

—Vaya, ¿tú vives aquí? —airó Jeremy, escaneando la estructura, con la boca ligeramente abierta—. Esta casa es increíble.

—Siete habitaciones, ocho baños, piscina, gimnasio, sauna; una casa bastante espaciosa para toda la familia —terció Lee en un forzado tono de frivolidad.

—Cállate, Lee —me reí, deshaciéndome de mi cinturón de seguridad.

—¿Qué? Esa frase de tu padre es algo que nunca se borrará de mi memoria —me dijo, abriendo la puerta de la camioneta—. Jeremy, deberías saber que el tío... —Su voz se desvaneció cuando cerró la puerta, dejándome sola dentro del vehículo.

Me tomé mi tiempo antes de unírmeles en la parte del maletero. «Bueno, hora de la verdadera prueba de fuego», pensé, tomando un par de respiraciones profundas.

En cuanto estuve cerca de ellos, Jeremy alzó la vista y me brindó otra de sus sonrisas tranquilizadoras. Sin ser demasiado consciente de ello, se la devolví. No podía negarlo; su optimismo era contagioso. Si él se sentía listo para cruzar la puerta de mi casa y ganarse a mi familia, tal vez yo también debía replicar su estado mental.

—¿Una charla motivacional antes de entrar? —bromeó Lee mientras nos caminábamos hacia la entrada.

—Solo procuremos sobrevivir —le seguí la corriente, riendo entre dientes.

—Excelente consejo —se rio él.

—Son demasiado exagerados. —Jeremy sacudió la cabeza y se nos adelantó dos pasos para tocar el timbre de la casa.

Sin embargo, su dedo ni siquiera logró tocar el aparato. De un segundo a otro, la puerta de madera oscura se abrió de golpe, haciéndonos saltar a los tres y dar un paso atrás.

Lee y yo resoplamos al unísono al ver de quién se trataba.

«Por supuesto que esto pasaría».

Los conocidos ojos azul cristal nos escanearon hasta detenerse en mi novio. Se recostó sobre el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre el grueso sweater de lana negra que hacía juego con su cabello ondulado, y esbozó una amplia sonrisa que me prevenía que lo que saldría de su boca sería completamente vergonzoso para mí.

—¡Tú eres Jeremy, ¿cierto?! —dijo entonces, extendiendo su mano hacia él—. Mucho gusto, soy su sobreprotector e intimidante padre que puede lastimarte en maneras que no te imaginas si llegas a lastimarla a ella —añadió, sacudiéndole el brazo de arriba abajo con más brusquedad de la necesaria—. Lo siento, pero antes de dejarte entrar a mi casa, necesitas responderme una pregunta.

Escuché la risa ahogada de Lee a mis espaldas, mientras que el pobre Jez empezó un frenético intercambiando miradas de confusión entre todos nosotros.

—¿Eres mudo? —le preguntó al ver que Jeremy no estaba diciendo nada. Se volvió hacia mí—. Max, ¿tu novio es mudo? —No esperó mi respuesta, ya que dirigió de nuevo su atención a Jez—. No importa, no hay ningún problema si lo eres, puedes responder la pregunta asintiendo o negando con la cabeza —continuó, por fin dejándolo libre de su exagerado apretón de manos—. En esta casa somos sumamente religiosos, no sé si Max te lo ha comentado, incluso tenemos una pequeña capilla en la parte de atrás, ¿sabes?

«Oh, no, no».

—Así que bueno —retomó—. Mi pregunta es la siguiente: ¿estás dispuesto a esperar por ella hasta el matrimonio? Porque nos tomamos muy en serio el asunto de la abstinencia, ¿entiendes lo que digo? Mi pequeña debe estar pura e inocente hasta el Gran Día.

—¡Oh por Dios, suficiente! —le repliqué, sintiéndome tan mortificada como Jeremy debía sentirse en ese instante.

Lee no pudo reprimir la risa durante más tiempo y comenzó a carcajearse tras de mí. «Traidor».

—¡Lee! —le reclamé, lanzándole una mirada asesina.

—¡¿Qué?! ¡Esa estuvo buena! —se carcajeó, su rostro rojo de la risa.

—¿Qué... está pasando? —inquirió Jez por lo bajo—. ¿Es una de esas pruebas que dijiste?

—¡Tío Hunter! —lo regañé, ignorando el grito (susurro) de auxilio de mi novio—. ¿Podrías parar? ¡Él sabe que no eres papá! —El cuello empezó a picarme de la vergüenza.

¿Ven que no exageraba con todo lo anterior?

El tío Hunter puso los ojos en blanco y abrió la boca para decir algo, pero antes de poder articular palabra, alguien le dio un pequeño golpe en la nuca que lo hizo encogerse en un quejido de dolor.

—Lo siento, cariño, intenté alcanzarlo. —Mamá apareció junto a mi tío, lanzándole una de sus eficaces miradas asesinas—. Hunter, ¿es en serio?, ¿no dejamos claro lo de comportarse?

—¡¿Qué?! Estaba contribuyendo a la causa —se rio él, al tiempo que papá les hacía compañía en la puerta.

Joder, el espectáculo ni siquiera iba a esperar que cruzáramos la entrada. Ya estaba arrepintiéndome de todo aquello y aún no había puesto un pie en el interior.

—No le hagas caso, Jeremy —intervino papá, brindándole una sonrisa amable—. Él tiene un talento innato para interpretar papeles de idiota. —Le extendió su mano—. Soy West, el verdadero padre de Max. —Le dio una mirada dura a mi tío Hunter antes de regresar su atención a Jez—. Mucho gusto y bienvenido a casa.

—Sí, bienvenido a casa, donde no somos tan religiosos ni tenemos una capilla en la parte de atrás, ni nada de lo que él dijo —terció mamá, ofreciéndole un apretón de manos también—. Yo soy Dylan, su madre.

—Por supuesto, es un honor conocerlos a ambos —les dijo Jeremy, sonriendo tanto que me daba miedo que se le fuese a desgarrar algún músculo de la cara.

El tío Hunter también notó el efusivo entusiasmo de mi novio, ya que rodó los ojos y se giró para adentrarse a la casa.

—¡Tenemos otro fanático loco! —Escuché que gritaba, probablemente a mis otros tíos.

Resistí el impulso de restregarme la cara con estrés y masajearme las sienes.

—Nada de eso. —Papá hizo un ademán para restarle importancia a su comentario—. Acá solo somos West y Dylan, ¿vale? Nada de «señor Collins», ni «señora Carter».

—Exacto —lo secundó mamá, dando un paso adelante para arrebatarme mi maleta de las manos—. Ahora, entremos, se me está congelando el culo aquí afuera.

—¡Mamá! —le reproché el lenguaje.

—¡Lo siento, lo siento! —se disculpó entre risas—. Es el alcohol hablando. Se me olvida que tengo que mantener mi mierda bajo control, ¿cierto? —Se llevó la mano a la boca—. Voy a dejar de decir palabrotas a partir de este instante.

—Bienvenido a casa, Jeremy —le dijo Lee por lo bajo, en un tono divertido y burlón—. Diviértete.

—Si eso fueron solo los trailers, no puedo esperar ver la película completa —le contestó él, tomando una bocanada de aire.

«Oh, Jez», pensé. «Solo espera».

CONTINUARÁ...

Me los imagino right now y estoy fangirleando demasiado igual que ustedes JAJAJAJAJAJA

No tienen idea de lo tanto que tuve que aguantar de no darles pistas demasiado obvias, quería que fuese una sorpresa y espero que haya atinado JAJAJAJA. Este es mi regalito para ustedes, por ser tan hermosos conmigo este año y por apoyarme tanto después de mucho tiempo fuera de Wattpad. Se lo merecen por todo los que les he hecho pasar JAJAJAJA.

Como ven, habrá otra parte que espero tener lista para Año Nuevo. Tuve que dividir ideas porque no pensé que lo que tenía en mente fuese a terminar siendo tan largo, así que espero que no me maten por dejarlos así, de verdad JAJAJAJA Porque no saben la odisea que pasé para poder tenerles esta primera parte lista a tiempo. Fueron unas semanas estresantes, pero no podía dejarlos sin esta joyita. Intentaré por todos los medios tener la segunda parte para el 2 de enero. Pero de que leerán más de esto, leerán, bebés, así que get ready.

Feliz Navidad y ya no puedo esperar a leer los comentarios de esta primera parte. ¿Se imaginaban que sería algo así?, ¿ya sabían que Max era la hija de Westlan desde el principio?, ¿qué les pareció esta preciosura?

Besitos venezolanos con ansías de leerlos pronto.

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