Parte 1 Mi Historia

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Si quisiera contar una historia, definitivamente sería esta.

La conocí cuando yo tenía nueve años y ella ocho. Unos extraños hombres bien vestidos de traje y cabello muy rubio llegaron a mi casa un viernes y regresaron el sábado; ese domingo mi mamá me obligó a levantarme temprano, vestir una de mis camisas de salir y me llevó casi a rastras a una iglesia que nunca había visto, y debo decir que, a esta edad, mi mamá me había llevado a bastantes de ellas.

Era un lugar extraño, diferente a las otras, visto desde el punto de vista de un niño de nueve años. Pasé una hora sentado junto a mi mamá muy callado y mirando casi todo el tiempo el suelo, escuchaba a alguien hablar adelante con un micrófono y en el fondo los murmullos de otros niños llorando o peleando por algún pedazo de papel o un juguete; también vi a dos o tres mamás sacar a los niños de la sala cuando el llanto y los gritos llegaban a otro nivel. Pero una de las cosas de las que se enorgullece mi mamá es que nunca hice tal cosa en ningún lado, a mi corta edad la timidez se había adueñado de mi personalidad, y ese era mi gran obstáculo para hacer amigos en cualquier parte.

Cuando se dio por terminada la reunión, los hombres de traje regresaron, con otras personas, y todos nos dieron un apretón de manos. Yo seguía mirando el suelo. Entre ellos hablaron por un par de minutos y luego una señora con una gran sonrisa se puso de cuclillas para que sus ojos estén a mi altura.

– Hola –me dijo– ¿Tú debes de ser Sam?

No le contesté.

– Yo soy la hermana Gómez, y voy a acompañarte a tu clase.

¿Clase? ¿Como en la escuela? Miré a mi mamá dudando, y ella sólo asintió con la cabeza, así que esta Hermana Gómez, tomó mi mano y me llevó de regreso al primer piso, saludó a un montón de personas en nuestro camino, y luego me llevó adentro de uno de los salones de la planta baja. No eran pupitres como en el colegio, eran sólo sillas, y yo era el primer niño en sentarme en una de ellas.

– Espera un momento aquí y ya llegará el maestro, cariño –me dijo la amable mujer antes de irse por la puerta.

Me senté con la determinación de mirar al suelo todo el tiempo como hacía cada vez que no me sentía seguro o cómodo en algún lugar. Los niños empezaron a llegar y a alborotar el ambiente; yo seguí con la mirada hacia el suelo. Hubo un pequeño segundo de curiosidad ante todo el ruido cuando levanté la mirada justo en el instante en que un hombre mayor como mi papá abrió la puerta del salón y entró con dos niños, una niña y un niño, la niña más bonita que había visto jamás en mi vida, toda mi determinación de mirar el suelo se volvió transparente y atravesó el techo hasta llegar a un rincón del sistema solar. La admiré todo lo que pude mientras fue a sentarse al otro lado de la sala, parecía muy callada y tímida igual que yo, la vi hasta que llegó el maestro de la clase, y volví a clavar la mirada en el suelo.

– Buenos días, chicos, hoy tenemos dos personas nuevas que nos acompañan –decía él– tenemos a Sam –dijo parándose junto a mí–, que nos está visitando, y a Katerina –dijo señalando a la niña bonita– que a partir de hoy va a asistir a nuestra clase, pues hoy cumple sus ocho años. Están invitados a su bautismo a las seis de la tarde.

Katerina. Era el nombre más bonito que había escuchado en toda mi vida. Y justo hoy era su cumpleaños. Mil cosas pasaron por mi cabeza en ese momento, entre ellas la pregunta de por qué se iba a bautizar recién, tal vez sus papás no la quisieron bautizar siendo un bebé, así como a mí. Pero esa duda se apartó de mi cabeza rápidamente, sólo estaba pensando en ella.

Las dos horas que estuve sin mi mamá se fueron más rápido de lo que pensaba, cuando salí del salón, cada niño empezó a correr por el pasillo jugando a perseguirse, el niño que llegó con ella tomó su mano, y se la llevó por el pasillo también, mientras yo buscaba a mi mamá. Ella estaba en la entrada conversando con los jóvenes de traje.

Another Mormon Love Story: SamМесто, где живут истории. Откройте их для себя