Parte 1: Miserable existencia

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- Ahora sí, ahora sí lo haré - Susurró para sí mismo, pero confiado. 

Shinji Ikari siempre fue un chico solitario y poco carismático, pero eso realmente nunca le importó. Siempre estuvo tan absorto en sus pensamientos que casi ni notaba que estaba viviendo. La verdad es que la vida nunca le pareció tan interesante. 

Se había acostumbrado a los constantes maltratos de su padre, al punto que ya ni siquiera reaccionaba. Cada día se hacían más constantes y más crueles. Su padre realmente se esmeraba por buscar las palabras precisas para herirlo. 

Todo esto se intensificó más después de la trágica muerte de su madre, de la cual su padre siempre lo culpó. Ikari aún puede recordar con completa claridad ese día. Aún recuerda el momento en que, desprevenido, colocó su píe en la calle con el semáforo en luz roja. Aún puede recordar con completa claridad el carro azul que se acercaba a gran velocidad frente a sus ojos. Aún puede recordar el sonido de la ambulancia y la voz de la gente que chismeaba alrededor. Aún puede recordar la mirada destruida de su padre, el que siempre había sentido celos de él. 

Todo fue tan rápido, todo fue tan lento, que cuando logró incorporarse a la realidad se percató que su madre le había dado un empujón, entregando su vida para que él no fuese arrollado por el auto. 

Desde ese día las cosas se tornaron aún más grises de lo que solían ser. Pasaba solo en su casa, y cuando su padre llegaba del trabajo solo se dedicaba a maltratarlo. No volvieron a compartir la mesa, incluso en los días de festividades. Lo único amable que salía de la boca de su padre era el cordial, pero forzado saludo que le daba en la mañana y en la noche antes de acostarse y cerrar la puerta de su habitación con llave. 

Y así transcurrió su vida desde los 10 años. Ahora ya con 17 no aguantaba más. Sus calificaciones habían bajado aún más, peligrando su año académico y su ingreso a la universidad. Los pocos amigos que había logrado hacer se estaban alejando, debido a que de forma inconsciente se estaba aislando aún más. Ya no diferenciaba días del año y no recordaba la última vez que río con espontaneidad. Las únicas sonrisas que formaban sus labios eran por mera cordialidad o para que sus amigos no se preocuparan por él. Además, no podía olvidar ni un detalle de ese fatídico momento. El cargo de consciencia lo estaba consumiendo, al punto de tener pesadillas todas las noches.

De pronto, como si un rayo hubiese caído sobre él, la idea del suicidio se le presentó como la única solución a su miserable vida. Estas fantasías de muerte rondaban por su mente a cada segundo. "¿Qué habrá después de la muerte? ¿Por fin podré sentir paz? ¿Ya no sentiré más dolor?" Eran el tipo de preguntas que solía hacerse cada día mientras observaba el cielo por la ventana de su sala de clases. Hasta que por fin, completamente decidido, se atrevió a determinar una fecha para concretar su muerte: el 8 de Junio.

Ese día se despertó más temprano de lo habitual. Tenía pensado llegar mucho antes de que comenzaran las clases y así poder perpetuar tranquilo su cometido. Se ducho rápidamente, un poco nervioso pensando en lo que venía. Se colocó su uniforme, tomó su mochila vacía  y antes de salir observó su casa por última vez.

 -Llegó el momento- pensó un poco tembloroso. 

Tomó el tren para dirigirse a su escuela, estaba comenzando a amanecer. Observó a través de la ventana el cielo que se tornaba lentamente naranjo, miró las nubes que manchaban de forma agraciada el paisaje, las aves volando, los colores cambiantes. Un rápido pensamiento pasó por su cabeza:

 -Que bello es el mundo- 

Y por un segundo, dudó. 

Una leve esperanza brilló en su corazón, una pequeña chispa, una minúscula luz estremeció su delgado cuerpo. Pero ya estaba decidido. De ninguna forma iba a ceder.

Llegó a la escuela y saludó al portero de forma normal.

-Hola Ikari, que temprano llegas hoy -

-Hola... ss..si.- respondió con nerviosismo. 

Su escuela era pequeña y casi todos se conocían o se habían visto en alguna ocasión. Incluso a él, que siempre quería pasar lo más desapercibido posible.

Subió las escaleras y llegó a la azotea. El cielo se había tornado de un fuerte color naranja. De algún modo se alegró que su muerte estuviese envuelta por un cielo así, ya que siempre le gustaron los atardeceres y mañanas color carmesí. Le traían bellos recuerdos de cuando fue efímeramente feliz. 

Miró al cielo y suspiró, en vez de miedo su interior se llenó de paz. Dejó su bolso en el suelo y avanzó decidido hacia el borde de la azotea. Involuntariamente miró hacia abajo. Sintió un poco de vértigo, eran bastantes pisos, pero nada de eso lo hizo dudar. Colocó un pie en el abismo y susurró confiado para sí mismo: 

-Ahora sí, ahora sí lo haré-

Su corazón se aceleró, dejó caer su pequeño cuerpo y cuando creyó que todo su sufrimiento terminaría sucedió algo completamente inesperado. Una mano con fuerza descomunal lo agarró por la camisa y lo incorporó nuevamente en la azotea, descolocando y paralizando completamente al joven Ikari. Lo que él no sabía es que ese suceso, completamente impensado, cambiaría de forma radical su existencia.

Paralizado y con el corazón latiendo hasta reventar, Ikari se encontraba tumbado en la azotea. Cuando por fin logró reaccionar miró hacia atrás para encontrar a la persona culpable de haber frustrado sus planes. Se sentía enojado, le había costado tanto decidirlo para que llegara un imbécil y lo "salvara". 

Al voltearse enfurecido, sus ojos se encontraron con la mirada pasmada de otro chico. Se sorprendió, dentro de la extraña y tensa situación, ya que nunca había visto unos ojos así. Eran rojos, tan rojos como el cielo cuando el atardecer llega a su culmine. 

-No- pensó, eran incluso aún más rojos. 

Hubo unos segundos de completo silencio, que se sintieron como una eternidad. El otro chico, con la respiración acelerada, pero intentando parecer calmado, se atrevió a romper el silencio:

-¿Estas bien?- 

Una extraña y agradable brisa rozó las mejillas de ambos. Ikari completamente enrabiado y anonadado, sin decir alguna palabra, tomó su bolso y salió corriendo del lugar.

De esta extraña, impresionante y particular forma comenzaba el primer día de escuela del estudiante transferido, Nagisa Kaworu.  

Miserable existenciaWhere stories live. Discover now