|Preludio: Un trato con la muerte|

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Su concentración era tal que no pudo ser consciente de las personas que a su vez la seguían a ella. Tres figuras masculinas que le doblaban la altura. Se acercaban ansiosos a la joven ciega, y tiraron de ella como si fuera un trapo al interior de un nauseabundo hueco entre edificios.

—¿No va a resistirse? —dijo uno, pensaba divertirse ese día.

—Eso es porque le gusta —jadeó el segundo, y el filo de su cuchillo centelleó bajo la luz de la luna.

La garganta de Génesis se cerró y un gruñido gutural vibró entre sus dientes, perdía el tiempo. Su objetivo se había alejado bastante, ya no podía escucharlo bajo las respiraciones agitadas de esos tres hombres que le desgarraron los pantalones.

«Los humanos no forman parte del problema, puedes dejarlos tranquilos. No los lastimes, ellos son las víctimas, fueron corrompidos por los Sin Rostro»

Los Sin Rostro, ellos son los culpables.

—No van a arrepentirse —murmuró, con un crujido, largas y afiladas garras rompieron la piel de sus dedos, y supo que luego iba a tener que enfrentar su propio castigo por desobedecerlo—. Que el Creador se apiade de sus almas.

El que había intentado someterla primero. Ese no alcanzó a decir nada.

El filo en sus manos desgarró la carne del más cercano. Escuchó en trance el grito ahogado, el chorro de sangre salpicó la pared. En una corta respiración avanzó en dirección contraria y atravesó el pecho del otro, justo a la altura del corazón. Sintió el último latido de ese órgano presionar contra su falsa humanidad, y la boca se le llenó de saliva. Al sacarla varias gotas de ese líquido espeso cayeron al suelo, ocultaron el ruido de su propio jadeo, y el cadáver inerte se precipitó a la húmeda acera.

Alcanzó el cuerpo del hombre al que había cercenado primero, lo apresó con el pie, se retorcía en el suelo cual gusano, y le faltaba un brazo. Ese era el precio justo que debía pagar por interrumpirla en su misión.

Cerró la boca al notar como el líquido se derramaba por su barbilla, y se pasó la lengua por los dientes. Estaba hambrienta.

Génesis puso las manos en sus orejas, aturdida. Estaba dispuesta a dejar las cosas como estaban, pero ese asqueroso humano no dejaba de chillar.

—Él no me felicitará por esto —gruñó.

Sin embargo, ella se negaba a ver la realidad: Hacía mucho que su padre no la felicitaba por nada, ya había matado a varios humanos.

Con lágrimas en los ojos se agachó y le abrió la garganta. Estaba en la mitad de la vereda, la sangre se extendía al punto de llegar a la calle. Escuchó los movimientos humanos en los edificios contiguos antes de ver las luces prendidas con sus visión defectuosa, y entre gruñidos se apresuró a arrastrar las pruebas dentro del hueco donde antes intentaron dañarla.

Buscó a tientas sus pantalones, pero los arrojó con violencia al notar que estaban empapados, al igual que la manga de su sudadera. Iba a tener que volver a la iglesia para robar más ropa, odiaba la sensación de su piel expuesta.

Más cuanto tenía que lidiar con esa cosa.

Levantó la mano y su sombra comenzó a crecer hasta formar una gruesa película de oscuridad sobre la pared. Su abismo, una suerte de portal viviente que se asemejaba más a una mascota dormida, lo único que la conectaba con el reino de su padre.

Abrió un espacio negativo lo suficientemente grande para lanzar los cadáveres dentro.

—Que te sirva de cena, imbécil —siseó.

Se los tragó enteros. Suspiró al intentar enderezarse solo para volver a su posición encorvada, y luego pensó en un lugar particular, una plaza desierta que había visto hacía tres horas atrás. Con esa idea en la cabeza puso un pie en el interior del abismo y lo atravesó.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang