—La primera fue por diversión. Me parecías linda y quise probar suerte contigo, como Augusto. Pero la segunda fue por estúpido —tomó una bocanada de aire y me di cuenta de que estábamos tan cerca que nuestros alientos se mezclaban. Tenía que pelear entre salir las ganas de corriendo y de acercarme más. Y lo odiaba aún más por eso—. Me gustaba hablar con vos, y me parecías más que linda. Y vos llegaste a mi casa pidiéndome ayuda y... y no pude decir que no. Quería pasar más tiempo con vos. Saber que, quizás, podría, al menos, caerte bien. Siendo yo mismo. Pero la cagué.

—Sí —gruñí, soltándome de su agarre—. La cagaste. Yo confié en vos ¡dos veces! Te conté cosas que nadie más sabía, te dejé entrar en mi corazón, yo... ¡Te odio! ¡Te odio como nunca odié a nadie!

Tocó el timbre. Y salí corriendo.

No sabía a dónde ir. No tenía a dónde esconderme. No quería ir a clases en este estado. La sala multimedial tenía muchos recuerdos dolorosos, el laboratorio era aún peor, y el auditorio estaba cerrado.

Y como la pelotuda que soy, terminé chocando con la persona menos indicada: el hermano del mentiroso compulsivo.

—¿Penélope? ¿Estás bien? —preguntó el profe Gastón, sorprendido, tomándome gentilmente de los hombros para evitar que me caiga de culo a piso—. Te ves un poco... perturbada.

—Yo... yo estoy bien —intenté parecer convincente, pero era difícil hacerlo con la cara mojada de lágrimas.

—¿Qué pasó? ¿Alguien te molestó? —Su preocupación y simpatía no hacían más que empeorar las cosas.

—No... yo... —No sabía qué decir.

—Estoy en mis horas de tutoría por sí querés hablar con alguien —se ofreció amablemente.

Asentí, sin saber por qué.

Tutores... Nunca recurrí a ninguno de ellos. Cada curso tenía designado a un profesor como tutor, alguien con quien -supuestamente- podemos hablar de nuestros problemas, académicos o personajes, y pedir consejos; esas cosas. Casi nadie iba nunca a las tutorías. El Sr. Leprince me llevó hasta una pequeña oficina -que seguramente fue, en algún tiempo, un armario- solamente amueblada con un par de silloncitos, una gran mesa ratona y un pizarrón; con unas espantosas cortinas floreadas cubriendo los grandes ventanales. Supongo que la idea era combinar sala de estudio y la oficina de un psicólogo barato.

—¿Querés contarme qué te tiene tan afligida? —dijo y me ofreció sentarme en uno de los viejos sillones y un vaso de agua fresca.

«No», pensé.

Pero no sabía qué decir. No quería mentirle y no tenía energía como para inventarme algo. Así que le dije la verdad. Le conté todo. Sobre los chats con Augusto, la falsa ayuda de Oliver, las mentiras y la confesión final. Todo.

Gastón me escuchó atentamente y no pareció muy sorprendido de las acciones de su hermano menor. Quizás él sabía qué clase de monstruo era su hermanito. O quizás yo era la idiota que buscaba consuelo en el hermano del chico que me había roto el corazón.

—¿Qué nombre había usado para ese perfil falso?

—Augusto, sólo Augusto.

—Qué extraño —murmuró más para sí. Y supongo que me habré visto bastante curiosa y confundida, porque agregó—: Ese es el nombre de nuestro padre —explicó—. Él... Nuestro padre nos abandonó cuando Oliver era pequeño, luego de que nuestra mamá murió de cáncer. Dijo que él nunca quiso tener hijos, nos consideraba una molestia. Solamente nos soportó por nuestra madre. Pero cuando ella ya no estuvo más, nosotros dejamos de importarle.

—Lo siento —susurré, sabiendo lo que era tener un de esos padre que parecían no conocer el camino de vuelta a casa.

Recordaba cómo me sentí el día en que supe que mi papá nunca más iba a volver y lo mucho que lo odié por no llevarme con él, por dejarme con la loca.

También recordé cuando le conté a Augusto -Oliver- mi historia y cómo él parecía comprenderme. Porque lo hacía, él había pasado por lo mismo.

—Gracias. Yo ya era lo suficientemente mayor para entender las cosas. Pero creo que Oliver nunca lo superó. Él dejó de confiar en las personas y se volvió un chico cínico y sarcástico.

—No me digas —murmuré, también con un poco de sarcasmo.

—Quizás por ello no me extraña que haya hecho todo esto del Catfish. No lo sabía, pero no me extraña —aclaró; y luego de un suspiro agregó, casi sonriendo—. No debí haber visto esa serie frente a él.

Yo también casi sonreí.

—Él no es un mal muchacho —Gastón hablaba como si Oliver hubiera sido un perro travieso que mordió a alguien sin querer. Con el cariño y la convicción de alguien que lo vio crecer y lo conoce más que nadie—. Pero tiene una manera muy particular de ver a los demás. Es como si Oliver se sintiera un marciano entre humanos.

—Lo siento —dije siendo lo más honesta que podía—, pero esta charla no me ayudará a odiarlo menos. Nunca podría perdonarlo.

Mi profesor de biología soltó un gran suspiro, quitándose los anteojos para frotándose el puente de la nariz. Era extraño; lo único que parecía tener en común con Oliver era que ambos usaban anteojos y cierto aire geek. Mientras Gastón era el estereotipo de rubio de ojos azules, Oliver tenía el cabello y los ojos de un castaño cálido.

—No te pido que lo perdones. Ni yo lo haría —me dijo con una débil sonrisa—. Sólo te voy a pedir una cosa. Y no lo voy a hacer como el hermano del chico que te hirió, ni como tu profesor de biología o tutor. Lo voy a hacer como alguien que sabe qué es sentirse defraudado y decepcionado de una persona en quien confiaba. No le guardes rencor a Oliver, no lo odies. Él cometió sus errores y me voy a encargar de que él mismo los repare. Pero no quiero que cargues con malos sentimientos que solo te harán peso en tu camino para seguir adelante.

Seguir adelante.

Decidí confiar una vez más, confiar en Gastón.

Asentí.




¿Quién es Augusto?Место, где живут истории. Откройте их для себя