II. Porque aproveché mi oportunidad

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—¡Apestas, McCracken! —Le gritó Frank, y los dos estallaron en carcajadas cuando el chico respondió con un obsceno "jódete"—. Bueno, si no logras esto con mi hermano, al menos habrá servido para que nosotros aprendamos unas piruetas —bromeó—. Las únicas rampas así en Belleville están en el hospital, o las escuelas, y no somos muy bienvenidos...

—Y siempre puedes volver a mi cama, Gee, se te extraña —dijo Bert que volvía a acercarse a ellos, harto ya de golpearse tantas veces.

—Tú, aléjate de mi cuñado —respondió Frank tomando a Gerard por los hombros y abrazándolo fuertemente.

Gerard sonrió desde el cálido abrazo y encontró miradas con Bert. Un chispazo se despertó en sus ojos. Anthony debía realmente significar algo para él, para mantenerlo en la vida célibe por tanto tiempo, para convencerlo de rehusarse a la compañía de Bert, cuyos dedos eran mágicos y cuya voz ronca susurrada en el oído lo había guiado al orgasmo aquella vez.

Se giró a mirar a Frank, rogando que el rubio no hubiese visto el deseo en su mirada.

—Si tan solo pudiera pintarlo mientras lee —dijo intentando cambiar de tema. Frank sonrió con ternura y palmeó sus hombros a modo de aliento.

—Veré que puedo hacer.

*

Unos días después, ya había ideado un plan.

Con la excusa de que Sara organizaba otra fiesta y se necesitaban varias manos para ayudar a preparar todo —y aunque Gerard apenas si había hablado con ella la última vez—, el domingo siguiente, antes del mediodía, Gerard se subía al autobús camino a Jersey.

Anthony lo esperaba en la parada, mimetizado con el gris verdoso de las paredes, mientras escuchaba música.

—Frank no pudo venir —Le explicó mientras se quitaba el auricular. Gerard fingió sorpresa.

Caminaron hasta la casa de Sara las veinte esquinas de distancia. Gerard hacía preguntas, y Anthony las respondía. Para el observador inexperto, la escena hubiese sido fría, quizá, incluso, un poco loca. Anthony nunca preguntaba, mostraba interés, pero Gerard estaba contento, veía el verde y el azul mezclándose, las sonrisas cada vez más seguida, y su voz, todavía firme pero acaramelada.

Estuvo a punto de preguntarle si podía besarlo (así de justo se sentía el momento), pero habían llegado a casa de Sara. Frank los recibió con una ridícula bandana de colores en la cabeza y el torso desnudo manchado con pintura.

Adam y Sara colgaban unas sábanas en el pórtico, a modo de cortina, con el nombre de la fiesta. "CUIDADO, PINTURA FRESCA" decía el cartel.

Bert, sentado en el césped, fumando, acotaba que realmente deberían poner un cartel que dijera que se recomendaba traer ropa vieja.

El concepto era sencillo y prometía ser una fiesta genial. Las paredes estaban embadurnadas con pintura, capaz gruesas y húmedas. También las sillas, y las mesas, y los barandales de la escalera. Gerard no sabía si adorar a Sara por su mente perfecta o querer asesinarla porque la pintura es cara, dios santo, ¿de dónde sacaba tanto dinero?

Hablando con ella mientras pintaban el salón del fondo, descubrió que era de familia rica, estudiante de música, y una talentosa cantante. Eso último gracias a que Frank encendió los parlantes en el salón principal, y la música que hasta allá atrás llegaba como un eco, se encendió en la garganta de Sara mientras ella cantaba.

Qué falsete, pensó Gerard.

Se encontró con Frank en el pasillo, él también tenía el cabello y la mejilla con pintura —de celeste, en su caso— pero parecía contento al respecto.

Figura & Color {Frank Iero & Gerard Way}Where stories live. Discover now