—No recordaba que fuera tan pequeña, ¿estás seguro de que todavía te queda?, ¿o es que no has crecido nada desde los quince?

   Hace una mueca y yo suelto un suspiro. Él no lo entiende, es la primera vez que mis padres me castigan y no quiero que piensen que no me importa. Lo único que deseo es que las cosas se calmen y no lo voy a poder lograr si Renjun llega y hace todo un alboroto.

   —Renjun, ya basta, dime qué haces aquí.

   Lo tomo de la muñeca y evito que vaya al baño, probablemente a ponerse el pijama. La sonrisa enérgica que antes había mostrado se borra de su rostro y se remplaza por una expresión cansada.

   —Jae es que te juro que no sé qué te pasa —suspira y lanza sin cuidado el pijama a la cama—, toda la semana te la has pasado en tu mundo. Yo entiendo que hay cosas que no me quieres decir y que no tengo el derecho de presionarte, pero amigo ya no sé quién eres. A veces estás feliz, a veces estás triste y otras tantas estás tan nervioso que pareces a punto de llorar. Te juro que no entiendo.

   Me quedo en silencio y sus ojos marrones se quedan prendados a los míos.

   Sé que no he tenido el mejor ánimo últimamente, pero no esperaba que Renjun lo notara tanto. Ahora no sé qué contestarle. 

   —No vine aquí a presionarte —como si me leyera el pensamiento se acerca hacia mí y toma una de mis manos entre las suyas, todavía mirándome a los ojos—, créeme que desde hace mucho perdí la fe para que me digas lo que te pasa. Pero, ya no puedo verte con esa cara larga. Sentía que necesitaba hacer algo por ti. No me gusta verte triste Jae, tú no eres así.

   Creo que durante mucho tiempo subestimé nuestra amistad. Siempre he pensado que él es mi mejor amigo, pero la verdad es que nunca he sabido explicar muy bien porqué. Era una pregunta que de inmediato generaba una respuesta. Que Renjun me reafirme el sentimiento con su preocupación y sus deseos de verme feliz, me hace pensar que por mucho que me pese él es una persona increíble.

   Alguien que nunca me haría daño.

   —Lo siento, Ren —murmuro y veo nuestras manos entrelazadas. Hace mucho que no nos tomábamos de la mano—. Me alegra mucho que estés aquí. Gracias, de verdad.

   Sonríe pero puedo ver por segundos la decepción cruzar por sus ojos. Esperaba que le dijera lo que me pasa. Seguramente piensa que ya no le tengo confianza o algo igual de erróneo.

   —No te pongas sentimental —retoma la sonrisa y se aparta de mí para tomar la pijama y dirigirse al baño—, mejor ponte tu pijama y vamos abajo a ver si tus padres ya terminaron la cena.

   — ¿Les dijiste que te vas a quedar?

   —Sí, ya deja de ser tan dramático, ellos no te odian ni nada, sólo están preocupados. Entiendo el sentimiento, ya sabes cómo son mis padres, en comparación, los tuyos son unos angelitos.

   — ¿Cómo se supone que eso me haga sentir mejor?

   Parpadea y parece confundido.

   —No sé, realmente esa no era una frase de ayuda.

   Le doy un golpe en el hombro y es la primera vez en la semana que mis labios se curvan con sinceridad. 

   Se pone el pijama y después me obliga a que lo haga también. No sé si sentirme feliz porque todavía me queda o triste porque precisamente todavía me queda. No he crecido pero tampoco engordado, creo que se equilibra.

   Nos vemos ridículos pero a él no le importa. Una vez listos nos dirigimos hacia la puerta y atravesamos el pasillo, percibiendo desde las escaleras el olor de la lasaña que se gratina en el horno. Había olvidado por completo que hoy es fin de mes. Mi madre tiene la costumbre de cocinar algo delicioso ese día.

Extraño |NoMinWhere stories live. Discover now