— ¿Qué es lo que deseas de este hermano jurado tuyo, Jin GuangYao? Mi corazón se contrae, mi alma sufre con tu dolor.

Oyó el tono en sus palabras y supo de inmediato que era fingido. Conocía bien a Lan XiChen, demasiado para gusto de este. Si en verdad aquello le acongojara tanto, nunca hubiese accedido, ni tampoco lo estaría disfrutando de aquella manera tan impúdica; sentía la contención en sus dedos, el deseo en su respiración levemente agitada, casi imperceptible para alguien que no hubiese convivido con aquel hombre de carácter templado y bondadoso, tan diferente a él.

— Quiero que me enseñes a ser una persona de bien, alguien de quien puedas enorgullecerte, Er-ge.

— Ya lo hago, A-Yao.

— No deberías. Soy sucio y ruin, deberías castigarme por ello.

— Lo hago. Créeme que lo hago.

Sintió el calor de su cuerpo contra su espalda, sus besos suaves sobre su piel. Sus dientes rasguñaron su hombro delicadamente. Se preguntó con cuántas marcas quedaría en aquella ocasión. El pensamiento le hizo sonreír mientras sentía la otra mano de Lan XiChen colándose entre sus muslos, apretando sus testículos más fuerte de lo que debería.

— Todo esto lo hago por tu bien, A-Yao.- la pena en su voz casi lo había convencido. El dolor entre sus piernas no era intenso, pero si constante; las separó un poco más, dándole espacio para que continuara la tortura.- Pero eres tan...rebelde. Tan impertinente.

— Tan tuyo...

Otro golpe de la fusta se dejó caer, preciso; Lan XiChen se había separado otra vez, la sensación de frío y desamparo recorriendo su cuerpo con un escalofrío. Jin GuangYao levantó el trasero en una clara provocación a que siguiera castigándolo, pese a que apenas ya sentía la piel de sus nalgas, que a esas alturas debían de estar rojas, irritadas y lastimadas. El Jade de Gusu Lan tuvo piedad, soltando su agarre tenaz. La mano se trasladó hacia su rostro, obligándolo a abrir la boca, a lamer sus dedos. Suspiró de manera contenida, sabiendo lo que se avecinaba.

— Eres incorregible, Jin GuangYao.

Los dedos abandonaron una cavidad para introducirse en otra de manera implacable, sin preámbulos. Jin GuangYao arqueó la espalda, una queja y un gemido demasiado altos surgiendo de su garganta.

— Silencio.- el tono de reproche no fingido hizo que Jin GuangYao estallara en una carcajada contenida, pegando la frente a la madera del escritorio.- Mi tío podría oírte, no seas escandaloso.

— No sé de qué te quejas, si te encanta.

— Nada más lejos de eso.

Dos dedos largos y gruesos llegaron hasta lo más profundo que se les permitía, su entrada apretandolos todo lo que podía. Oyó el sonido de aquella herramienta sádica caer al suelo con un golpe seco; lo siguiente que sintió, además de aquellos dedos explorando vorazmente, fue la otra mano deslizándose por su costado izquierdo, acariciando un punto en particular sobre su cadera.

Aquellos dedos se detuvieron ahí, y Jin GuangYao aguardó con un dejo de impaciencia a que hablara o pronunciara algún sonido. Sus ojos, si bien no se hallaban vendados como en otras ocasiones, no tenían permitido ser testigos de su accionar. Sólo podía vislumbrar indirectamente sus movimientos a través de las sombras y dejarse llevar por sus otros sentidos, el tacto y la audición.

El resto era todo imaginación.

— ¿Qué significa esto, MengYao?.- su voz sonaba contenida y tranquila, pero el aludido no dejó de percatarse del dejo de fastidio e indignación que había en ella. Frunció el ceño aún con la frente adosada a la madera de la mesa, sin entender.- Yo, que soy tan cuidadoso, que intento estar en cada detalle...

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