CAPÍTULO CINCO

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Cuando el comisario Soldevila le dio la noticia, a Ferrer se le cerró el estómago de golpe y sintió vértigo. Volvió a casa en silencio, siempre acompañada de Mark. Estaba aterrorizada, y agradecía con toda su alma tener a su lado a aquel especie de guardaespaldas que velaría por ella mientras durmiese bajo los efectos del tranquilizante que pensaba tomarse, ya que le iba a ser imposible pegar un ojo de otra manera.

Cuando llegaron a casa, Mark se esperó en la puerta. Había aprendido la lección y sabía perfectamente que ella no le querría cerca mientras se preparaba para irse a dormir.

La puerta se abrió después que Ferrer presionara con su mano en la cerradura, pero no entró. Se quedó mirando el interior iluminado como si esperase que en cualquier momento este pudiese cerrarse sobre su cabeza, dejándola enterrada en el interior de una pesadilla de la que sería incapaz de despertar.

—Mark, ¿quieres entrar conmigo, por favor? —le pidió con un hilo de voz mientras su mano buscaba la de él en un gesto inconsciente. Mark se la aceptó, intentando transmitirle valor—. Quiero que revisemos el apartamento a fondo, o no estaré tranquila.

—Por supuesto.

Mark no entendía a qué venía ese afán suyo por mantenerla a salvo. Parecía que, al verla tan triste y abatida, le dolía el motor que le hacía de corazón. Algo imposible, por supuesto, pero la sensación ahí estaba. ¿Sería lo mismo que sentían los humanos cuando alguien a quién querían, sufría?

Miraron en todas partes, pero no encontraron nada. Ferrer se sintió otra vez como una niña asustada cuando el androide miró debajo de la cama, igual que hacía su padre aquella época en que sufrió terrores nocturnos.

Su padre... se le hizo un nudo en la garganta y supo que estaba a punto de llorar.

—Me voy a la ducha —dijo, abriendo el armario para sacar ropa limpia.

—Yo esperaré fuera.

—No, —se apresuró a decir ella, girándose—. No quiero que te vayas. Quédate aquí. Así estaré bien.

El androide asintió y se sentó en el sofá. Ferrer lo miró un instante antes de desaparecer tras la puerta del baño. La ducha se puso en marcha automáticamente en cuanto entró en el cubículo, con la temperatura ajustada previamente. Sus lágrimas se confundieron con el agua que se deslizaba por su cara. Lloró durante un buen rato, hasta que ya no tuvo fuerzas, acurrucada en el suelo, abrazada a sí misma, el agua corriendo por el desagüe.

Mark no la oía llorar, pero sabía que lo estaría haciendo. Se levantó del sofá y empezó a asegurar las cerraduras de la puerta de entrada y del balcón, mientras sentía que su alma artificial se partía en dos. Las últimas horas habían sido demasiado duras y aunque pudiese parecer imposible, comprendía perfectamente el dolor que Ferrer estaría sintiendo en aquel momento. Era como si entre ellos dos se hubiera abierto una especie de comunicación difícil de explicar.

—Yo seré la siguiente.

Su voz lo sobresaltó. No esperaba que terminase tan pronto. Se giró para mirarla. Estaba empapada, con el agua chorreando del pelo, envuelta en un albornoz blanco. No supo qué decirle.

—¿Me has oído? Vendrá a por mí porque soy el cuarto bebé.

El cuarto niño abandonado junto a los tres fallecidos. Se criaron juntos en aquel tétrico convento, compartiendo juegos, ilusiones y miedos durante los primeros años de su vida. Por eso la sensación de terror en el edificio, y las espantosas ganas de huir de allí a toda prisa.

—Que venga. Me encontrará a mí vigilando —contestó con una vehemencia que sorprendió tanto a Ferrer como a sí mismo. No sabía por qué, pero el anhelo de proteger y mantener a salvo a la mujer que tenía ante él, era cada vez más fuerte.

—Pero tarde o temprano te ordenarán que regreses al Instituto Robótico, o te destinarán a otro departamento. Entonces me quedaré sola, y vendrá a por mí.

La sola idea que pudieran separarla de ella hizo que Mark tuviera ganas de gritar. Se sentía tan distinto desde que la había visto por primera vez y se había perdido en la profundidad de sus ojos. Y la palabra clave era “sentía”.

—No si nosotros vamos primero a por él.

—¿Y cómo vamos a hacerlo si no sabemos quién es?

Mark esbozó una sonrisa casi siniestra y la miró son fijeza, entrecerrando los ojos.

—Yo sí lo sé.

Ferrer levantó la vista para mirarlo a los ojos y vio su determinación y seguridad.

—¿Lo sabes? ¿O lo dices para consolarme?

—Lo sé, con absoluta certeza.

—Dime quién es —le exigió acercándose a él, tanto, que el aroma a champú se le coló por la nariz. Cerró las manos con fuerza para evitar ponerse en ridículo, pues quería, necesitaba tocarla, y estaba seguro que no sería bien recibido.

—Katsuhiro Sakana.

Ferrer lo miró con aquellos grandes ojos abiertos por la sorpresa.

—¿Cómo lo has averiguado?

—Muy sencillo —se vanaglorió—. Revisando el nombre de los pasajeros que viajaron a Marte en las fechas cercanas a la muerte de Roger Avalón. El nombre de Sakana no tardó mucho en salir a la luz. Supongo que pensó que nunca estaría incluido en una lista de sospechosos, así que no utilizó documentación falsa. Nos ha ahorrado mucho trabajo.

—¿Y cuándo has tenido tiempo para investigarlo?

—Mientras volvíamos de comisaría. No se lo dije antes porque pensé que primero necesitaba desahogarse.

Pensar que él sabía que había estado llorando, la hizo sentirse vulnerable, algo que no le gustaba, pero no podía negar la verdad. Asintió con la cabeza.

—Estabas en lo cierto. No podía pensar en nada, excepto en mi propio sufrimiento. Es doloroso descubrir al mismo tiempo que el padre que amaste no es tu verdadero padre, y que además hay alguien que pretende matarte cuando ni siquiera sabes por qué.

—Lo averiguaremos. Sakana nos lo dirá —afirmó con convencimiento.

—¿Cómo piensas llegar hasta él? Porque no será fácil.

—Tengo un plan.

Ferrer sonrió con tristeza mientras se acercaba aún más a él.

—Gracias —susurró.

—¿Por qué? —preguntó Mark, confundido.

—Por estar aquí, ahora, cuando más necesito un amigo. No sé si te habrás dado cuenta, pero no tengo demasiados.

Volvió a llorar, pero esta vez sin vergüenza ni necesidad de ocultarse. Mark la abrazó con suavidad. Su pelo mojado, aunque corto, le estaba empapando la ropa, pero no le importó. Sus almas y sus corazones estaban cada vez más cerca.

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