Mi vida como gato.

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Jackson (el gato raro).

—Deja mi cola, déjala, déjala, de... —repetía una y otra vez en mi cabeza intentando contener mi enojo para no precipitarme. Pero vaya que era difícil con semejante pendejo tirando de mi poca cordura—. Ok... ya valiste.

Me volteé brincando como un gato ninja de televisión, clavándole las garras en el ojo al niño que no dejaba de molestarme con su cara de estúpido y dientes chimuelos. Hacía ya tiempo que hacía lo mismo y nadie le decía nada, nadie pensaba castigarlo, pues el "mocos solo jugaba" y no importaban los daños psicológicos que me causara.

Odio a los niños pequeños. Los gatos sabíamos tomar venganza cabeza de chorlito. Nuestro segundo nombre es vengagagagato. –¿Qué te acabas de inventar...?–.

El pequeño diablillo se soltó en un tremendo llanto que resonaba en cada rincón de la habitación con tapiz sucio, alertando a las pestes. La señora Janis y el señor Gump llegaron corriendo como si estuviera temblando la habitación para ver que sucedía. Ambos me miraron y miraron al niño que no paraba de llorar, señalándome sin dejarle dar una explicación.

¡Ese niño cara de perro empezó!

—¡¿De nuevo?! —la señora Janis caminó hasta donde me encontraba, quitándose el zapato oloroso y poniéndolo en su mano cerca de la verruga en su mentón.

Solo se podía significar una cosa, hora de la patada. WUUUUU, LA PATADA.

Bueno, también es hora de correr.

Brinqué como loco hacia los asientos intentando huir, tirando por accidente uno de los muchos platos sucios que dejaba el hermano mayor mientras miraba televisión. Era un asqueroso nini que amaba los programas con ponis.

Me cansaba rápido cuando corría, ya que en mi cuerpo no había casi nada de proteína; en pocas palabras, lo que hice fue... dejar de correr por mi condición física y abandonar todo en manos del Dios Gato para que le bendijera con la suerte rastrera de mi raza y no terminar mal muerto. La señora Janis me alcanzó y me pateó hasta la entrada, donde me aventó uno de sus zapatos olorosos y horrible estampado. Ericé mi pelaje por la acción.

Esa mujer no tiene sentido de la moda.

—Hoy dormirás afuera. —Ordenó, cerrando la puerta de madera en mi cara como sin importarle romperme algo.

¿Cuándo no duermo afuera, anciana retraída cara de perro?

Nada puede empeorar esto.

Recién dije esas palabras y se soltó la lluvia, la más fuerte que había visto en mi desagradable vida, causando que me mojara en un instante como las patas de gato que metió el chango a la fogata. Ni si quiera estaba nublado...

Así fue como yo, pelusa, aprendería nunca echarle sal a las cosas.

Esto debe ser una broma, me dije. Pero ahora vamos a pasar a una ligera presentación, pues no he dicho quién soy. Mi nombre es Pelusa, nombre dado por un idiota que me sacó de un basurero y me tachó con eso llenándome de mala suerte. Odio a los humanos, a todo ser vivo, a toda cosa existente en el universo gatuno... a menos que me dé de comer o se arrodillen frente a mí. Todo el mundo debía brindarle culto a los gatos y no a los perros mal olientes... olviden que yo dije eso.

¡Hola!, ¿qué tal? Soy un gato.  {FINALIZADO}Where stories live. Discover now