La pareja melosa se besaba con pasión entrelazando sus lenguas después aquel encuentro público y furtivo, totalmente ajenos a su único espectador que presenciaba impotente el indolente arrumaco sexual.

«Esto no se puede quedar así...», pensó él, y fue lo último que razonó. Miró todo a su alrededor, se bajó de la motocicleta y caminó determinado hacia el automóvil. Levantó su brazo y dejó caer con violencia el casco que tenía en su mano derecha, haciendo explotar el vidrio de la ventanilla en millones de esquirlas, dejando a la pareja aterrada en el interior.

Ingrid al ver al atacante quedó estupefacta, ¿por qué estaba David ahí? La culpa, la mentira y la vergüenza se aglutinaron en su alma, y se reflejaron en su cara. Amaba a ese hombre que estaba parado mirándola con odio, tristeza y decepción, pero también deseaba la posición, el dinero y el poder del hombre que estaba en ese instante con ella temblando de miedo.

—No intentes explicar nada, Ingrid. ¡Esto se acabó aquí y ahora! —declaró David a viva voz, temblando. Era un esfuerzo supremo contenerse y no matarlos a ambos—. No te quiero ver más en mi vida. ¡Estás muerta para mí!

—Vámonos, José Patricio —Ingrid susurró nerviosa a su acompañante—. ¡¡¡Vámonos por la misma mierda!!! —chilló presa de la cobardía.

El hombre como acto reflejo obedeció y aceleró el bólido, cruzando desesperado y temerario la intersección con luz roja perdiéndose en la oscuridad, dejando un reguero de frenazos y bocinazos de los autos que transitaban en sentido contrario.

David se quedó solo en medio de la calle con la vista perdida, sin saber qué hacer con ese corazón roto que estaba desangrándose de dolor. ¿Cómo iba a olvidar semejante escena?, estaba condenado a recordar el resto de su vida a Ingrid chupándosela a su jefe, traicionando bestialmente todo lo que tenían, todo el amor que sentía por ella, todos los esfuerzos que él hacía todos los días. Estudiaba para poder tener en el futuro un buen trabajo y no partirse el lomo como lo hacía hasta ahora, trabajando en dos lugares para poder juntar dinero para comprar una casa. Era una sorpresa, porque le iba a pedir matrimonio y tener una boda por todo lo alto... En algún momento lo pretendía hacer, cuando se sintiera preparado y seguro. Pero ya no.

—Se acuesta con su jefe... —murmuró mientras una lágrima impertinente rodaba por su mejilla, y la secó dolido con los dedos temblorosos antes de que siguiera quemándole la piel—. ¡Eres una perra, Ingrid! ¡Te odio, conchetumadre!... ¡¡¡Te odio!!!... —vociferó desgarrando sus cuerdas vocales, vomitando todo su rencor, intentando vaciar ese amor que ya no era correspondido. Quería eliminarlo, extirparlo desde el fondo de su ser—... Te odio... Te amaba, Ingrid... —susurró acongojado—... ¿Por qué me hiciste esto?, ¿qué hice mal?... ¿qué hice mal?...

Se sintió mareado y adolorido, se sentó con dificultad en la cuneta, el nudo en la garganta le dificultaba respirar. Estaba derrotado, cansado, perdido y con el alma hecha jirones. Se permitió llorar sin consuelo como si fuera un niño desamparado. Gimió de dolor, porque su corazón nunca había sufrido de esa manera tan indescriptible. Nunca, en sus veintinueve años de vida había probado el amargo trago de la traición.

Lloró, lloró largamente hasta que ya no le quedaban lágrimas para derramar, sus ojos y su corazón estaban secos. El dolor no se iba, no disminuía... Eso iba a tomar mucho, mucho tiempo. Siguió sentado con la vista perdida, intentado convencerse de que tenía motivos para seguir respirando.

—¡Saca tu moto del medio de la calle, ahueonao! —gritó un conductor molesto mientras hacía una maniobra para evitar chocar la barrera en que se había transformado la motocicleta. Estaba estacionada en la mitad de la calzada y le impedía a cualquiera transitar con normalidad.

David enojado levantó su dedo del medio con cara de pocos amigos y se irguió de mala gana para quitar a «La Marilyn» del camino. El mundo se había detenido solo para él, para todos los demás seguía girando. No sabía cuánto rato había pasado y no estaba de humor para continuar trabajando esa noche, ni todo lo que restaba de vida. En ese instante solo deseaba morir.

Su teléfono móvil sonó rompiendo el silencio del lugar, era su jefe. Cerró los ojos fuertemente, e inspiró profundo para poder contestar con naturalidad.

—¿David?, ¿todo bien? —preguntó su jefe, desde el otro lado de la línea telefónica—. ¡Llevas más de una hora con esa entrega, hombre!

—Sí, bueno, no. Se me echó a perder la moto —mintió mientras se pegaba el móvil a su oreja afirmándolo con el hombro, y así poder tomar el manillar de la motocicleta con ambas manos.

—Mierda... ¿alcanzaste a dejar el pedido? —preguntó interesado.

—Sí... —En ese instante David recordó el favor que le estaba haciendo al tipo del departamento. «¡Mierda, lo olvide!», masculló mentalmente—. ¿Por qué me mandaron con el pedido incompleto? Acaso no saben que soy yo el que se tiene que mamar el mal rato con los clientes —recriminó enojado, desquitándose con su jefe.

—Porque los clientes están tan cagados de hambre que de igual forma aceptarán que no les lleven todo —contestó su jefe sin ningún rastro de culpa.

—Tengo para rato con este problema. —David insistió con su mentira—. Voy a ver como vuelvo a casa, mi turno ha terminado por hoy, lo siento.

—No queda de otra, supongo —aceptó resignado—. Mañana me cuentas qué tal lo de la moto para saber si llamo al Checho para que te reemplace.

—No te preocupes, yo te comento apenas tenga novedades en el taller mecánico. Nos hablamos.

—Si no hay más alternativa... Cuídate, chao.

David miró la hora, era la una de la madrugada. Se puso el casco y subió a la motocicleta para ir en busca del maldito helado. No le gustaba dejar las cosas a medias, y bueno, esa mujer tampoco lo estaba pasando bien... igual que él... En una de esas podrían compartir el helado de la desdicha, fantaseó, porque de pronto se sentía terriblemente solo...

Si lo pensaba mejor, él también necesitaba algo dulce y una sonrisa amarga surcó su rostro. ¡Qué irónico! si no fuera por eso, no se habría salido de su ruta y no hubiera encontrado a...

Un bocinazo largo y atronador lo sacó de sus cavilaciones. Un golpe potente y violento lo expulsó diez metros hacia adelante, y lo último que sintió fue el azote de su cabeza contra el pavimento sumiéndolo en la más absoluta oscuridad.

Parecía que aquello que tan fervorosamente había deseado desde lo más profundo de su dolor, se había hecho realidad inesperadamente, tal vez iba a morir...

[A LA VENTA EN AMAZON] Te encontré en el olvido (#5 Contemporánea)Where stories live. Discover now