20. Uno contra dos

En başından başla
                                    

Pero, ¿quién salvaría a mi familia entonces?

Recordando a mi familia dejé de llorar, me levanté de mi cama. Dejé atrás la penumbra de mi departamento y me limpié las lágrimas. Busqué la única fotografía de mi familia que llevé conmigo, aunque no me sirviera de mucho.

- Esto va por vosotros. Todo lo que hago lo hago por vosotros - besé la fotografía después de dedicar esas palabras a mi familia. Cogí por el mango la bola de pinchos y abrí la puerta de mi departamento para dirigirme al campo de batalla con Matt.

Todavía quedarían quince minutos para que empezara "El Ocaso".

Caminé con seguridad, en línea recta, hacia no sabía donde. Extendí mi brazo izquierdo, consiguiendo palpar una suave superficie de madera. Por suerte, era la puerta. Un poco más abajo, el frío pomo esperaba un leve movimiento de mi muñeca, para acceder a un mundo que tanto conocía, pero que desconocía a la vez. La bola de pinchos pesaba como nunca. No estaba en condiciones de enfrentarme contra alguien. Aquel día no. No tenía sentido. Solo esperaba que el combate fuese rápido, que tuviera un final brusco, como el despertar de una pesadilla. Una pesadilla que perduraría toda una vida.

Estaba desorientada. Solía envolverme por el terreno con soltura, mi memoria era capaz de hacer cosas increíbles. Aunque aquel día estaba como ausente. De repente, noté como alguien tiraba de mi brazo para llamar mi atención.

- Queda muy poco - me habló Matt - ¿Preparado?

- Sabes que no - le respondí, apenada - Me va a costar matar a uno de los nuestros.

Matt cogió mi mano derecha, haciendo que tirara bruscamente la bola de pinchos al suelo arenoso.

- Christian, eres uno de los nuestros, un Mercenario - decía mientras señalaba la marca de mi mano, la que indicaba mi pertenencia al grupo - Haz que me sienta orgulloso de ello. Haz que no me arrepienta de aquel día en el que te encontré. Eres un muchacho prometedor. No eches a perder tu talento.

"¿Qué talento? ¿Matar despiadadamente, a sangre fría? ¿No tener corazón? ¿No tener sentimientos?", era lo que rondaba por mi cabeza en aquellos instantes. Pero, a veces, es necesario callar.

Solo asentí, agachando la cabeza.

- Ven conmigo, la megafonía tiene que estar a punto de sonar - me rodeó con sus brazos, que me guiaron y me indicaron el camino hacia el campo.

Pisé la arena del campo de batalla. Conocía demasiado bien aquella arena, pero a la vez era como si fuera la primera vez que la pisara. Me preguntaba si Thomas estaría allí, frente a mí. Sacaron un montón de armas del arsenal, que colocaron a mi lado. Decidí dejar aparte mi bola de pinchos: Thomas no se merecía morir así. Me hice en su lugar con una afilada a la vez que ligera espada. Respiré hondo. Sujetaba la espada con ambas manos. Estaba preparada.

La megafonía sonó. Sentía las miradas de todos los presentes clavadas en mí. Había un enorme barullo que, de repente, cesó. Cerré los ojos. Todos guardaban silencio. Únicamente se podían percibir unas pisadas en la arena del campo de batalla. No había duda: era Thomas. Acababa de llegar al final del camino.

Pasó un minuto. El minuto más lento de mi vida. El minuto más agónico de todos. Me costaba respirar. Me costaba mantenerme firme, mantenerme fuerte. Me costaba no romper a llorar, no romperme en mil pedazos. Me costaba vivir. Solo el sonido hueco de una especie de cencerro rompió esta lenta agonía que me descomponía poco a poco.

La señal no solo me indicó el comienzo del duelo: también me mostró contra quién luchaba de verdad. No solo luchaba contra Thomas. En mi interior también se desempeñaba una batalla entre la persona que de verdad era y la persona que los demás esperaban que fuera. Una lucha de uno contra dos.

Sujetaba la espada con mucha fuerza, preparada para la acción. Esperaba un movimiento de Thomas, pero no se movía. Me acerqué lentamente. Preocupada, pero cautelosa a la vez.

El bullicio aumentó. Entre tanto barullo logré escuchar que Thomas estaba arrodillado en el suelo, con los brazos extendidos. ¡Se rendía! ¡Se rendía sin intentar luchar!

- ¡Es un cobarde! ¡Es un cobarde! ¡Y merece morir como tal! - oí entre los gritos.

Todos los presentes coreaban la palabra "cobarde", describiendo a mi rival. Además, también pedían que lo matase, que acabase con él. Por traidor y cobarde.

Me acerqué, hasta colocarme frente a él.

- ¡Lucha! ¡No quiero que mueras como un cobarde! - le di la oportunidad de intentar destacar.

- No quiero tener nada que ver en esta lucha. Mátame rápido, por favor. Solo te pido eso - susurró.

Se hizo un nudo en mi garganta. No creía lo que iba a hacer. Cogí la espada, la levanté en alto. La coloqué en su hombro. Sería una muerte rápida, "dulce", aunque dolorosa para mí.

- Lo siento - me lamenté en voz baja, apenas podía hablar.

- Acaba con esto de una vez. No merece la pena seguir así. - susurró. Me dolía tanto que aquellas fuesen sus últimas palabras...

Respiré hondo. Cogí impulso. Quería que el golpe fuese fuerte, que provocase la muerte en el acto. No quería alargar su angustia. Y tampoco la mía. Acerqué el filo a su cuello, dispuesto a cortarlo rápidamente. Cerré los ojos, dispuesta a hacer de verdugo...

- ¡La enfermera! ¡La enfermera no está en su celda! ¡Ha huido! - gritaba un guardia por todo el recinto.

No pude evitar dejar escapar una leve sonrisa. Era lo mejor que podía haber pasado.

Los guardias expulsaron a todos los presentes de "El Ocaso" de aquel día. Y aquella era la oportunidad perfecta, aquella que no debería ser desaprovechada.

- ¡Huye! - le susurré a Thomas, mientras lo empujaba hacia el horizonte - Mucha suerte.

Todos estaban demasiado ocupados, demasiado exaltados como para darse cuenta de la huida de Thomas. Me quedé parada en medio del campo, con la espada todavía en la mano.

- ¿Dónde está ese desgraciado cobarde? - me gritó con furia mientras me sujetaba de los hombros.

- Huyó. No pude hacer nada para evitarlo - respondí, cabizbaja.

- No merece la pena. - masculló - Maldito bastardo.

Dejé a Matt maldiciendo a Thomas, mientras caminaba hacia mi departamento, ahora con la seguridad de que estaba "a salvo".

- Christian - me giré para saber qué quería de mí ahora Matt - Recoge tus cosas, mañana marcharemos a la ruta hacia las Tres Grandes Tribus.





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