—¿Cuánto quieres por no decir nada? ¿Cinco mil dólares?

—Cariño, que no nací ayer. Cien mil dólares y cierro el pico.

—Yo no tengo cien mil dólares.

—Tu esposa sí.

—Tenemos cuentas separadas, no puedo tocar su dinero.

—Entonces tendré que hablar con los periódicos —Ariana iba a darse la vuelta, pero Camila lo detuvo.

—Espera, no estoy mintiendo. No tengo ese dinero y no sé cómo conseguirlo. 

—¿Cuánto tienes?

—Veinticinco mil dólares.

—No, lo siento, es muy poco.

—Puedo conseguir hasta cuarenta mil dólares. Pero ni un céntimo más.

Ariana la miró de arriba abajo, pensativa.

—Muy bien, vamos al banco. Pero recuerda, cariño: si dices algo, se lo cuento a la prensa.

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—Camila, ¿estás bien? —Lauren la llamó cuando pasaba por delante de su despacho.

—Sí, sí —contestó ella, sin pararse.

«Díselo».

Pero no podía hacerlo. Aún no. No hasta que hubiera solucionado aquel desastre. Soltando su bolso sobre la silla, Camila se puso los dedos en las sienes.

—Has tardado más de lo normal —dijo Lauren detrás de ella.

—Es que... me duele un poco la cabeza y he dado un paseo por la playa para ver si se me pasaba.

No era mentira del todo. Después de dejar a Ariana había ido a dar un paseo por la playa porque se sentía sucia y esperaba que la brisa del mar la calmase un poco.

—Estás muy pálida —con expresión preocupada, Lauren se acercó para tomarla por los hombros—. ¿Quieres irte a casa?

Lo que quería era borrar el desagradable recuerdo de Ariana y trazar un plan. ¿Cómo podía conseguir una copia del documento que necesitaba? Ni siquiera sabía el nombre del abogado de su padre. Susan tenía que saberlo, pero estaría fuera del país seis días más.

Podría perder a Lauren por eso... y aun no estaba dispuesta a dejarla ir. ¿A quién quería engañar? Nunca estaría dispuesta a romper aquel matrimonio.

—¿Camila?

—Abrázame, Lauren. Sólo abrázame —murmuró, tomando su cara entre las manos para memorizar la curva de su cráneo, el ángulo de su mandíbula, el brillo de sus ojos—. Si no paramos, nos verá alguien...

—¿Y a quién van a quejarse? Soy la jefa.

Lauren se levantó para cerrar la puerta con llave.

—Ven aquí, amor —dijo ella, tomándola por la cintura—. Y recuérdame que compre un sofá para tu despacho.

Camila cerró los ojos mientras la besaba, intentando grabar en su memoria el calor de sus labios.

Tendría que contarle lo de Ariana y, cuando lo hiciera, Lauren probablemente la odiaría. Le había preguntado si había más secretos en su vida y ella le había dicho que no. Nunca creería que Camila pensó que su pasado no tenía importancia. Qué ingenua había sido.

Pero antes tendría que soportar la cena de Acción de Gracias y luego el cumpleaños de Taylor, que Lauren quería celebrar en el club. Y después le contaría su sórdido pasado y rezaría para que la entendiese.

Mientras Lauren desabrochaba la cremallera de su falda, ella desabrochaba su camisa y su jean. Las dos estuvieron desnudas en unos segundos. Su ardiente piel le quemaba las manos, la boca. No podía cansarse de ella.

—Camila —musitó, cuando empezó a acariciarla—. Me encanta lo que me haces, pero no hay mucho tiempo

Lauren la acomodó sobre el escritorio y se colocó entre sus piernas. Consciente de que había empleados al otro lado de la puerta, Camila se mordió los labios para no hacer ruido mientras ambas se unían una y otra vez en constante fricción entre sus cuerpos

«Demasiado pronto, espera».

Quería que durase, saborear ese calor, esa tensión... pero el orgasmo llegó como una tormenta rompiendo un dique y no pudo contenerse.

Lauren terminó casi a la vez y dejó caer la cabeza sobre su hombro, mientras el sonido de sus jadeos llenaba el despacho.

Camila la apretó contra su pecho hasta que quedaron pegadas la una a la otra. No podía decirle adiós. No podía perderla.

Y no pensaba dejar que Ariana Grande arruinase su vida sin pelear.

The ProposalOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz