El espolón del Wyvern - Kate Novak & Jeff Grubb

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Lo que tía Dorath, así como la mayoría de la gente, no sabía, era que el soberano había asignado al joven noble una misión secreta: descubrir el paradero de Alias de Westgate, la asesina en potencia del rey.

«Tampoco era preciso que me encomendaran esa misión -pensaba Giogi-. Al parecer, estoy destinado a toparme con esa mujer o con sus conocidos dondequiera que vaya.» Sin embargo, después de haberla visto cerca de Westgate el pasado verano, parecía que la tierra se hubiera tragado a la mercenaria.

Giogi se levantó del asiento junto al escritorio y se desperezó. Al hacerlo, rozó con las puntas de los dedos uno de los candeleros colgados del techo. Era un joven bastante alto, herencia tanto de la familia paterna como de la materna. Meses atrás, era un muchacho esbelto, de aspecto pulcro y agradable; pero sus viajes lo habían dejado flaco y desaliñado, y su cabello necesitaba un corte con gran urgencia. Los mechones de color castaño dorado le caían sobre el cuello curtido por el sol, y por delante casi le tapaban los ojos de color avellana. Su rostro alargado hacía que sus facciones parecieran menos insulsas de lo que eran en realidad. No obstante, no se parecía al resto de los Wyvernspur, todos los cuales tenían los labios finos, nariz aguileña, ojos azules, pelo oscuro y la piel muy blanca.

Giogi cogió la copa de vino caliente aromatizado con especias, cruzó la estancia y se acercó a la chimenea, donde se calentó las manos. Sería necesario que se mantuviera una buena lumbre al menos un par de días para que no se notara el frío y la humedad que reinaba en la sala. Al ignorar la fecha de regreso de su amo, Thomas, el mayordomo, había decidido no malgastar madera ni trabajo para caldear una casa vacía. Giogi se estremeció al pensar en los efectos que esos diez meses de negligencia habían tenido en la lana afelpada de las alfombras de Calimshan, en el brillante satén sembiano del tapizado de los muebles, y en la oscura madera cormyta de los paneles de recubrimiento. Menos mal que, al haber entrado ya el mes de Ches, los templados rayos de sol que anunciaban la inminente primavera evitaban que se formara hielo en los cristales emplomados de las ventanas. Aun así, para Giogi había sido una desagradable sorpresa no ver ni una sola vela ardiendo tras aquellos cristales a su regreso, ni en el sentido literal ni en el figurado.

El joven noble se preguntó si el mero hecho de un fuego encendido en el hogar podría desterrar la incómoda sensación de no ser bien recibido, que ahora le inspiraba la casa. Todo era familiar y se encontraba en su sitio, pero el edificio parecía desolado, desierto. Después de pasar meses en posadas o a bordo de veleros y de viajar en compañía de desconocidos, encontrarse ahora a solas le causaba inquietud. Echó un buen trago de vino para librarse de su lúgubre estado de ánimo.

Sobre el mantel se encontraba el objeto más interesante obtenido en sus viajes: un cristal grande de color amarillo. Giogi lo había encontrado caído entre la hierba a las afueras de Westgate y estaba convencido de que la gema tenía algo especial aparte de su belleza y valor comercial. El cristal relucía en la oscuridad como si fuera una enorme luciérnaga y Giogi sentía una grata sensación cada vez que lo tenía en las manos. Pensó en la conveniencia de mostrárselo a su tío Drone, pero no tardó en desechar la idea, temeroso de que el viejo hechicero le dijera que la gema era peligrosa y se la arrebatara.

Giogi apuró su bebida, dejó la copa plateada sobre el mantel y cogió el cristal amarillo. Sosteniéndolo en el hueco de las manos, tomó asiento en su sillón predilecto y apoyó las piernas sobre un escabel acolchado. Hizo girar el cristal entre los dedos contemplando los destellos de la lumbre en las facetas.

El cristal tenía forma ovoide, pero su tamaño sobrepasaba con creces el de un huevo de cualquier ave, si bien era más pequeño que el de un wyvern. Su tonalidad era semejante al color del aguamiel y su tacto era ligeramente cálido. Los cantos de las facetas no eran aguzados, sino que estaban suavemente biselados. Giogi sostuvo la gema con el brazo extendido, cerró un ojo e intentó descubrir si guardaba algún secreto en su núcleo, pero sólo vio la luz de la lumbre que brillaba a través, así como su propia imagen multiplicada por las facetas.

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⏰ Last updated: Jun 09, 2009 ⏰

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