Prólogo

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Cómo todas las mañanas, entraba al gran edificio, sus rulos un tanto revueltos por la fría brisa en invierno, no le gusta.

El frío no se le da bien, y para su trabajo tampoco, odia salir con abrigos terriblemente abrigados y de lana que irrita su piel, un poco más, piensa. Pues pronto estaría en su área de trabajo, que usualmente es cálida y cómoda como para retirarse ese horrible abrigo que Enzo le regaló a modo de broma, o eso supone.

Creyó que nunca lo necesitaría, pero ahí estaba, con ese suéter café de lana que parecía hecho para alguien de la tercera edad. Camino tranquilamente por la sala, dirigiéndose al elevador que lo llevaría a su piso. Saludó a varios trabajadores con los que se llevaba bien, eran pocos a decir verdad, siempre ha sido quisquilloso a la hora de escojer amistades, eso y que era un tanto introvertido.

Crear o formar relaciones amistosas o amorosas no es lo suyo.

De hecho, puede contar a sus amigos reales con una sola mano. Y por ahora son más que suficientes, no exige ni ve la necesidad de agrandar más su círculo social.

O eso intenta creer.

Las puertas del elevador se abren, y entra rápidamente. Cuando se da la vuelta para presionar el botón que lo llevará a su piso, la presencia de alguien lo hace tensarse cuando se percata de quien se trata.

Enzo Vogrincic.

Sus miradas se topan casi por instinto, y cuando siente esos ojos sobre si, siente su cuerpo aún tenso, no sabe porque sucede esto. Y no le gusta.

— Mucho frío ¿No?— pregunta cuando el ojiazul desvía su mirada. Se posa a lado del ruloso. Mirando “disimuladamente" la vestimenta del mismo.

—Uh, si.— se remueve un poco, alejándose lo más posible del azabache.— Aún no me acostumbro del todo a este ambiente.

Y por fin se digna a mirar al pelinegro, que como casi todos los días, va vestido de negro con la camara colgando desde su cuello, y sus cabellos un tanto alborotados. No se percata de que lo examina, hasta que sus ojos vuelven a verse directamente, y ninguno parece querer romper esa instintiva acción.

Hasta que Enzo le sonríe un tanto, burlón diría el. Ha sido suficiente, y retira su vista del contrario, ahora se siente más confundido, algo extraño le provoca el azabache, y no saber, o más bien no querer aceptar la realidad, lo irrita.

—Creí que nunca lo usarías.— habla nuevamente el de cabellos largos.

— ¿Ah?— Juani lo mira, no le estaba prestando mucha atención, ya tenía suficiente con su mente confusa.

Enzo le sonríe, solo como el sabe hacerlo.

— El abrigo.

— Es horrible.— se queja, escuchando la risa burlona del peligro.

—¿Entonces, por qué lo usas?— encuesta, mirando como el menor se encoge en su lugar.

— Por qué hace frío, idiota.— responde lo obvio, rondando los ojos, aunque se siente incómodo ante la mirada intensa del contrario.

Aunque también le provoca unos irritantes nervios que joden su día. Desde hace ya varias semanas atrás, no puede estar relajado cuando el mayor se encuentra a su alrededor, se siente alerta a sus palabras y acciones.

Parece que el azabache iba a añadir algo más pero el ascensor se detiene, abriéndose las puertas a su destino. Y sin esperar más, sale del asfixiante lugar. Casi suspira aliviado, aunque sabe que el contrario aún está a sus espaldas. Para su mala suerte, relajarse no es una opción, teniendo en cuenta de que trabajan juntos durante más de tres horas.

𝐏𝐡𝐨𝐭𝐨𝐬 𝐚𝐟𝐭𝐞𝐫 𝐬𝐞𝐱 - 𝘌𝘯𝘻𝘰 & 𝘑𝘶𝘢𝘯𝘪Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora