Capítulo 135. Me necesitas

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Al mirar de nuevo discretamente por encima de su hombro, notó que Max volvía a asomar los ojos para observarla desde su posición. Esther se preguntó qué vería de interesante de estar ahí mirándola, sin siquiera ser capaz de escuchar la canción; incluso con sus aparatos auditivos, era probable que no lograra captar más que escasas vibraciones en el aire.

Aunque claro, era bien sabido por todo amante de la música que Beethoven había sido capaz de componer la Oda a la Alegría estando ya prácticamente sordo en su totalidad. Aunque claro, él había tenido la ventaja de no haber nacido así, y de haber experimentado la magia de la música por tantos años, hasta el punto de que ésta se quedara arraigada y presente en su mente, incluso si ya no era capaz de oírla directamente. Y ese, lamentablemente, no era el caso de la pobre Max Coleman, que lo más seguro era que nunca pudiera saber cómo sonaba lo que Esther tocaba en ese momento, o cualquier otra cosa.

Una vez que terminó de tocar, separó las manos de las teclas y se estiró un poco para desentumecer los músculos de sus brazos. Esa evidentemente fue suficiente indicación para Max de que había terminado, lo que al parecer estaba esperando. Salió de su no tan brillante escondite, y se dirigió con paso presuroso hacia ella; su rostro radiaba de emoción, adornado con una amplia sonrisa que dejaba a la vista todos sus dientes de leche. Se aproximó hacia ella y se sentó en el banquillo a su lado.

—¡Ah!, ¡Max! —exclamó Esther con una muy forzada y sobreactuada sorpresa—. Pero, ¿de dónde saliste? —le preguntó igual de (supuestamente) azorada, apoyándose de sus labios pero también del lenguaje de señas—. Me sorprendiste.

Max rio divertida, aunque fue una de sus usuales risas silenciosas que se reflejaban más en su expresión pues de su boca solía dejar escapar algo más parecido a un quejido; de seguro así como la música, tampoco sabía cómo sonaba una risa real.

La niña le extendió entonces a su nueva hermana lo que traía consigo en sus manitas: un pedazo doblado de papel, con varias rayas de colores en él. Un dibujo, sin duda.

—¿Y esto qué es? —preguntó Esther con curiosidad, tomando el papel para mirarlo de cerca.

Era un dibujo, ciertamente. Y uno realmente "feo", por decirlo de forma amable. Aunque bueno, considerando que lo había hecho una niña de cinco años, suponía que podría haber sido peor. En él se veían, hechas con lápices de colores, las figuras de dos niñas: una de cabellos amarillos, camiseta roja y pantalones, y la otra de cabellos negros con dos colitas y vestido verde, paradas una a lado de la otra, y con lo que parecía ser una sonrisa en sus rostros, y un vago intento de fondo verdoso y un cielo detrás de ellas.

No tenía que ser una experta en arte para adivinar de quiénes se trataba, o al menos a quiénes se intentó que se parecieran.

—¡Oh!, ¡somos nosotras! —exclamó Esther con (falsa) emoción, a lo que Max respondió sonriendo y asintiendo—. Está muy bonito, Max. Pero, ¿y Daniel?

Max hizo una mueca de disgusto, y con señas le respondió:

"No, él no es bonito."

Esther no pudo evitar soltar una risa divertida por el comentario; ésta resultaba de hecho bastante más sincera.

—Tienes razón —le respondió con señas, pero también hablando en voz alta—. Él afearía el dibujo con su sola presencia.

Max volvió a reír, de la misma forma casi silenciosa que antes.

"Me gustaría pintar igual que tú", mencionó la niña rubia con sus manos. "O tocar el piano como lo haces con mami."

«Sí, suerte con eso» pensó Esther con ironía, pero procuró que esto no se reflejara en su rostro y se limitó a seguir sonriendo.

Resplandor entre TinieblasNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ