Desde el baño oigo una explosión de gritos que da la pinta de que alguien metió gol. Pero cuando termino mi asunto y vuelvo a salir veo en la pantalla que seguimos cero a cero.

Y luego dicen que las mujeres son las dramáticas e histéricas, ar favor.

Sigo de largo hacia la cocina de Javi. Es como del tamaño de la mitad del apartamento de mis papás, con una isla central tan grande que se puede hacer una línea de producción completa en vez de cocinar para una sola familia de tres personas. La nevera es de esas que tiene su propio dispensador de agua y diferentes tipos de hielo, mientras que en mi casa tenemos que hacer hielo con cubetas a la antigua. Y después de hervir el agua.

Sacudo la cabeza y decido agarrar una Uvita de la nevera. Ya tengo a Javi bien entrenado que ese es el refresco que me gusta, y siempre tiene un six pack para mí cuando vengo a estudiar. Sigue siendo una lástima que no me puedo casar con él, pero así son las cosas.

Cuando me doy la vuelta consigo a Tomás detrás de mí.

Pego un brinco.

—Mijo, a ver si hacéis más ruido cuando caminéis.

—Soy incapaz de hacer más ruido que ellos —refuta engurruñando su cara ante la gritería en la sala.

Okay, buen punto. —Me aparto para cederle acceso a la nevera—. ¿Cuál es tu veneno?

—¿El qué?

Como respuesta levanto mi lata de refresco. La confusión se borra de su cara y voltea su atención hacia los contenidos de la nevera. Todos le hemos agarrado el gustico a venir a estudiar en casa de Javi porque su nevera y alacena siempre están llenas. Si nos quedamos lo suficientemente tarde estudiando, sus papás nos brindan la cena. Y la mayoría de nosotros somos unos pelados, así que se lo agradecemos tratándolo como la realeza.

De todas las opciones, pensé que Tomás iba a agarrar una cerveza como la mayoría, a pesar de ser apenas las cuatro de la tarde. Pero agarra una lata de Naranja Hit y yo levanto una ceja.

—Tengo que manejar.

—Buena razón.

No sabía que tenía carro. Seguro es un Mercedes o una vaina loca así. Todo lo de este chamo es de las marcas más caras. Hasta el pañuelo que me prestó era de Benetton. Obviamente se lo devolví, no me iba a quedar con algo tan caro.

—¿Y eso que le estáis yendo a Francia? —pregunto mientras él destapa su lata de refresco.

La bebida se le desparrama un poco pero con reflejos de deportista logra que el desastre caiga en el lavaplatos. Arranco una servilleta del rollo y se la paso.

—Gracias. Este... Es que Zidane está en el Real Madrid.

—Ah, ¿ese es tu equipo?

—Sí.

Hace ademán de pasarse la mano por el pelo pero le agarro el brazo a tiempo. El pela los ojos, que hoy se le ven más verdes que marrones con su chemise blanca.

—Acuérdate que se te derramó refresco.

Traga gordo de alivio.

—Me salvaste. —Ofrece una sonrisa minúscula que si me preguntan, es más significativa que un gol de un equipo extranjero.

—¡Aquí fue! —grita alguien.

Nadie se había sentado otra vez pero igual se yerguen más alto y se acercan más a la pantalla. Al voltear a ver la acción es cuando noto dos pares de ojos igualmente asesinos fijados en mi.

Me congelo, porque una cosa es lidiar con una cuaima pero otra es con dos. Excepto que no sé si es por la cercanía, pero se me viene a la mente la memoria de Tomás básicamente preguntándome si me iba a dejar amedrentar por Erika, y yo con toda la confianza del mundo dije que no. Así que voy a quedar como una mentirosa si me intimido ahora.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now