Capítulo 4: El mural de Christian Miller

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Nunca se me dieron los números, las fórmulas o los problemas complejos que tuvieran todas esas cosas juntas

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Nunca se me dieron los números, las fórmulas o los problemas complejos que tuvieran todas esas cosas juntas. Lo que se traducía a que mis notas fuesen de mediocres a pésimas, sin embargo, había un tipo especial de asignatura en la que de vez en cuando lograba uno que otro destello de brillantez y estas eran las materias relacionadas con Historia o Lengua en todas sus formas. Tenía una especie de facilidad para aprenderme la teoría sin necesidad de hacer apuntes, ya que, por alguna razón, mi atención se mantenía en la clase e incluso la disfrutaba. No tenía excelentes calificaciones como Babi, pero lograba sacarme algo muy por encima de lo decente sin necesidad de esforzarme.

Fue por eso por lo que me molesté cuando alguien interrumpió el documental que estábamos viendo sobre Leonardo da Vinci en clase de Historia del Arte. La profesora puso pausa al televisor y se aproximó a la entrada para atender al que tocó la puerta. No alcancé a ver de quién se trataba, por lo que me enfoqué en seguir dibujando garabatos en mi cuaderno.

—Francisco Lara, el director quiere que vayas a su oficina.

Di un respingo y solté el bolígrafo, no era posible que tan rápido el asunto con Dylan Friedman hubiera crecido así. Tragué saliva, tomé mis cosas y me levanté de mi asiento, sintiendo todas las miradas de mis compañeros encima. Mis piernas temblaban, pero enfrentaría esa llamada de atención como lo había hecho con muchas que ya tuve en el pasado. La persona que dio el aviso se marchó antes de que me encontrara afuera del aula, por lo que anduve en solitario por los pasillos de la escuela. Pese a que mi caminar era lento, mis pensamientos viajaban a toda velocidad, intentando formar un discurso convincente que me hiciera zafarme del problema. Ayer el director y yo nos encontramos en su casa y hui, no había hecho nada malo, salvo chismear con Babi en el autobús, pero, aunque alguien se lo hubiera dicho a Sawyer, podría negarlo y ya.

Llegué a la entrada de la oficina de dirección y di un par de golpes a la puerta para luego escuchar como del otro lado expresaban un: ¡Pasa!

Acaté la orden, abrí la puerta y me encontré con Sawyer de pie frente a su escritorio, mirándome. Tragué saliva y apoyé la espalda en la entrada, ya me había acostumbrado, creo. La primera vez que estuve en esa oficina, fue hace bastante tiempo, cuando jugando soccer rompí un vidrio y tuve que quedarme a ayudar en biblioteca por las tardes para pagar los daños. La segunda fue porque me atraparon fumando en el estacionamiento, menos mal que mi hermano Julio —el mayor de los cinco—, estaba en casa y se hizo pasar con éxito por un tío. La tercera fue cuando rompí el matraz el año anterior en práctica de laboratorio; y ahora estaba ahí, siendo más inocente que nunca.

—¿Ayer llegaste bien a casa? —preguntó.

—Sí, encontré a mi papá unas cuadras más adelante, tuve que salirme por eso, porque ya me estaba esperando. —No era una mentira del todo, en efecto, nos vimos a solo unos cuantos metros—. Lamento haberlo hecho así, pero él es impaciente.

—¿Y qué hacías en mi casa?, ¿Dylan te invitó?

—Algo así. Me lo encontré en el gimnasio al que voy y me hizo el favor de dejarme quedar un rato en lo que pasaban por mí, desconocía que se tratara de su casa.

El chico que cultivaba arrecifes | ResubiendoWhere stories live. Discover now