𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦

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Me encontraba en el gran salón dónde alguna vez los tronos de mis padres reposaron, pulidos y resplandecientes. Muy distinto a como días anteriores donde el cuerpo inerte de René Farfán le acompañaba y el cual había sido removido en algún punto del tiempo que desconocí, aunque pronto todo se removió de mi mente en el instante que mis ojos vislumbraron a aquel rebelde de oscura mirada que me torturó.

Mi instinto me hizo ofrecer un paso atrás por aquellos tortuosos momentos que jamás olvidaría, sin embargo, mi lado más audaz no cedió dando batalla.

—Hola Diego.

Supe que ser nombrado de aquella forma le desagradaba a un grado delirante, siendo que su rostro reflejaba tal malestar, sin embargo, bien valía el precio aún si eso me costaba otra ida a la enfermería. Los seguidores que nos acompañaban lo miraron al instante. Supuse que no era de su conocimiento el saber el verdadero nombre de quién seguían órdenes.

—Te crees muy valiente ¿no es verdad?

Si esperaba que le suplicara para que no me hiciera daño, sin duda había errado con severidad, pues pese a todo, mi orgullo se mantenía intacto. Podía estar encadenada, hambrienta, exhausta y con hombres rodeándome, pero jamás cedería.

—¿Por qué? ¿Por llamarte Diego? ¡Pero sí ese es tu nombre! ¡No me digas que lo has olvidado! —exclamé con gracia e inclusive me atreví a brindarle una sonrisa—. Descuida, aquí estoy para recordártelo.

—Yo sé lo que eres —ignoró lo espetado por mi boca acercándose poco a poco al compas de su bastón desafiando el momento—. Y lo hago bien porqué yo también lo soy.

No conseguí comprender del todo sus palabras hasta que su mirada se destinó a su acompañante, y con aspecto indescifrable, le exclamó que desenvainara el cuchillo portado en su cinturoncillo para clavar el filo en la palma de su mano izquierda.

Sin pensarlo un segundo, el muchacho hizo justo lo que Diego le ordenó. Sin titubeos ni temores el acto fue llevado a cabo. Sorprendida o más bien aterrada, miré aquel hombre que a primera vista podía aparentar ser un tipo indefenso y débil, pero que si esperabas lo suficiente, sería capaz de apuñalarte sin siquiera usar sus manos.

—¿C-cómo hiciste eso? —cuestioné aterrorizada.

—Ambos conocemos la respuesta a ello, Ofelia.

Escupió mi nombre cuál blasfemia se tratara y no fue entonces, que comprendí porque aquel rebelde no contrajo el virus cuando yo creí infectarlo.

Sencillo: él ya había sido infectado.

—Tu turno —replicó.

—¿Cómo?

—Ya te mostré lo que soy capaz de hacer y ahora, es tu turno.

Sin más, Diego le ofreció un revólver al muchacho con la mano aún chorreando en sangre, dejándole dicho que me apuntara. Comprendí en ese momento porqué Rolan espetó el no poder entrar a la mente de ese rebelde durante el ataque en Marina. No pudo porque al igual que él, Diego también era un controlador.

Sí ese hombre ya me causaba miedo con lo sabido, en ese momento de verdad sentí terror.

—Detenlo. Si no quieres morir, detenlo.

II. LA NACIÓN EN LLAMAS 🔥Where stories live. Discover now