Quizás fue por el olor a café, por los olores de otros en la oficina. Lo cierto fue que hasta que no entró en su despacho no le golpeó el nauseabundo olor. Era tan fuerte, ese maldito omega había entrado allí a limpiar y había dejado rastros de su olor.

¿Era la primera vez que lo hacía?

Estaba camuflado quizás de un modo sutil si él no lo hubiera olido en primera persona la noche antes, o más bien apenas unas horas antes.

Sobre él, olor a ambientador y otros productos de limpieza. Pero el olor de ese omega era complicado de olvidar.

Abrió la ventana para airear y deshacerse del olor.

No iba a ser un buen día.

Su capacidad para apartar los problemas de su mente y volcarse al 200% en el trabajo era su mejor cualidad.

Se agarró a ella y su día mejoró, también el de la empresa.

Aquella noche si no hubiera sido por una metedura de pata de uno de sus proveedores, Ivory estaría ya en su casa.

Sin embargo, estaba en su despacho, enfrascado en números que sumado a su cansancio solo hacían que se enredaran aún más.

Se frotó los ojos, escocían evidenciando que era suficiente por ese día.

Recogió sus cosas y apagó la luz.

El día había sido duro, miró la hora para darse cuenta que no podría pasar a recoger nada de comida para llevar porque era muy tarde.

Tendría que conformarse con cualquier cosa que hubiera en su casa, en la cual dudaba que hubiera nada, tendría que pasar por algún 7Eleven.

Cuando entró al ascensor que lo llevaría hasta los sótanos donde solo los empleados de más alto nivel tenían plazas de aparcamiento, lo notó.

Aquel olor, el omega estaba allí.

No solo el cansancio sino el mal humor que se le ponía en presencia de un lastimoso omega salió en olas desatando sus propias feromonas alfa.

Odiaba todo aquello de alfas y omegas, ojalá todos se extinguieran de una vez y solo quedasen betas.

Odiaba exudar feromonas, odiaba sentir esa repulsión por cualquier omega. Odiaba la absurda idea, de que alfas y omegas debían estar juntos.

Llegó al sótano, las hileras de luces automáticas solo iluminaban el paso a medida que los sensores le notaban, dejando todo en un vago sentido de vacío escasamente iluminado por las luces de emergencia.

Condujo hasta su casa, era tan absurdo que algo tan nimio como un omega pudiera trastocarlo de aquel modo.

Pero cada día era capaz de olerlo, siguiendo el rastro con su olfato.

Donde peor lo llevaba era en su despacho, en el que tenía que pasar más horas y del que no podía desaparecer.

Sus feromonas comenzaban a actuar, y ponían a su departamento de un humor difícil.

—Amigo, tienes que rebajar el nivel de feromonas —le avisó Zec, no trabajaba en su planta, pero hasta él habían llegado los rumores de un alfa que estaba dando problemas.

—Es culpa de ese dichoso Omega —se quejó Ivory.

—¿Tienes un omega y no me has dicho nada?

—No tengo un omega, hay un omega —puntualizó—. Hay un omega limpiando las oficinas y huele tan mal y tan fuerte que no puedo quitármelo de las fosas nasales ni cuando me voy de aquí.

—Ningún omega huele mal.

—Este sí.

Vio como su amigo olfateaba el aire de su despacho, Ivory había ventilado, pero para él aunque sutil estaba allí.

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