—....No quiero hablar de eso, yo.. tengo hambre –Cuando su vista reparó en el bultito de manta blanca sintió algo de curiosidad en medio de su cansancio por lo que quiso estirarse un poco para verle el rostro– ¿Esa es la ni... ¡NO, aléjala de mi!

Esos ojos.

El carmesí se tomó con fuerza la cabeza, inmerso en múltiples susurros que solo pasaban por su cabeza, repitiendo todas las cosas horribles que había oído en su confinamiento y causándole migraña con cada fría mirada psicópata que le dio el de franjas rojas mientras lo destruía tan lentamente.

Ante el violento ruido la tricolor comenzó a llorar del miedo, el eslavo tenía a ambos como prioridad, pero en ese momento sólo pudo aferrarse al pequeño cuerpito y alejarla de allí, meciéndola rítmicamente para que se distrajera.

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En más dos años el de esmeraldas no pudo mirar a su hija, únicamente recolectó la leche de su pecho en una jarra diariamente para aplacar el dolor en esa zona y porque URSS se lo pidió hasta el punto de suplica. Aún así ambos dormían juntos en la habitación teniendo del otro lado de esta a la pequeña cuna siempre cubierta por una manta para evitar verse.

Sin embargo con el paso del tiempo esta fue reubicada a la oficina, haciéndose en espacio en esta con una  cama baja similar a una caja amplia de madera y muchas mandas además de un par de peluches hechos a mano con tela. El de parche amaba a esa niña y la protegería de todo, se lo había dejado muy en claro a sus hijos cuando vinieron a saber cómo estaba tiempo atrás, frunció mucho el ceño cuando le propusieron entregarla a Suiza para que se encargara de ella. Pero no iba a soltar tan fácilmente a su solecito, su pequeña Alemania de sonrisa fácil y voz aguda de aún pocas palabras.

—¿Mi solecito quiere un tazón con cereal para jugar al té? –Con tono dulce el fornido hombre se arrodilló junto a la infante que intentaba acomodar sus tacitas de fina madera barnizada de álamo tallada minuciosamente por él—.

—Ujum! –Alemania asintió a la par en que soltaba ese sonido de afirmación con una sonrisa feliz, tener cosas reales hacía su juego mejor—.

—Perfecto, entonces traeré también la tetera, espérame aquí –Ambos levantaron su meñique izquierdo como símbolo de promesa de que la se mantendría en el mismo lugar para evitar un accidente—.

Desde su habitación el alemán podía oír cada palabra que los dos decían a diario, era como una tortura, sabía que sólo era una niña pero el terror de encontrar al capitalista tras esos ojos azules le impedía hasta respirar, así que se mantenía recluido a si mismo en la habitación solo saliendo al asegurarse que estaba dormida o muy distraída con algo para no cruzársela. Solo podría oírla creer desde la oscuridad de su habitación segura, al menos sabía que el azabache se desvivía por ella así que estaba en buenas manos viviendo sin problemas como ellos en su tiempo.

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El cumpleaños de la menor estaba muy cerca, durante esa semana el de hoz y martillo se la había pasado haciendo preparativos modestos en la sala en incluso invitando a sus hijas para que la pequeña tuviese algo de interacción femenina, por ello también había tenido que salir al bosque para recolectar bayas que usaría en el pastel de cumpleaños en exactamente cuatro días.

La de largo rizos dorados cumpliría finalmente tres años desde que llegó a ese mundo tan caótico y peligroso, desde que pudo ver un par de veces la sombra del carmesí en la habitación cerrada y de que comenzó a intentar entender el mundo por si sola.

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