Capítulo 24

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Al fin cruzamos la puerta de mi apartamento. Nada más entrar, fui a dejar las maletas junto a todos los regalos a la habitación junto a Alarick.

Tras soltar un bufido, a la par que la maleta sobre la cama, me giré y me encontré con él.

—Al, no hacía falta que vinieses. Tenías que haber ido a casa directamente.

—Bueno, quería estar contigo, ¿Qué hay de malo en eso?

Ahogué una risa.

—Eres imposible —sacudí la cabeza y pasé por su lado, dirigiéndome al salón. Él vino detrás de mí.

—Vamos, si me adoras.

—Jamás he admitido tal cosa —refuté.

—No necesito que me lo discutas. Lo sé —aseguró.

—Ya, claro —dije echando la vista atrás hacia él mientras íbamos hacia el salón. Me giré sobre mis pies, encontrándome con el y ambos sonreímos—. Bueno... Admitiré que no eres mala compañía.

Ladeó su cabeza, divertido.

—¿Sólo eso?

—Bueno —rodé los ojos—. Quizá incluso admita que no eres tan mal no-novio. Teniendo que cuenta que mi familia te adora —fruncí el ceño—. ¿Qué les has hecho?

Soltó una risa.

—Nada. Tan sólo he sido yo —respondió.

Le rodeé alrededor de sus hombros con mis brazos.

—Y así me gusta verte. Haciendo cosas que te gusten —admití.

—¿Ah sí? —dijo casi en un susurro, acercándose de un modo que me resulto extraño, pero aceleró mi corazón.

Asentí.

—Pero negaré admitir que me gusta tenerte —dije.

Él sonrió todavía más; encantándome.

Y, de algún modo, sucedió.

Esa tensión, ese cambiar de mirar; esos ojos que todo lo dicen.

Y volví a sentirle de ese modo: sexy, queriéndome y deseándome.

Caímos en un silencio, tan sólo mirándonos, en el que no hacía falta nada. Su mirar me dejó claro que deseaba en ese momento lo mismo que yo y mi estómago dio un vuelco.

Sin darme cuenta, estaba atrapada entre sus brazos, teniéndome sostenida por la cintura.

Nuestras miradas batallaron; hablándose entre ellas y confesándose lo que queríamos. Y todo volvió a cambiar.

No podía pensar en otra cosa de nuevo. Tan sólo podía verle a él; besándome.

Y nuestros rostros se arrimaron, a punto, queriendo que sucediese esa locura, Pero tan pronto estuve a punto de probar sus labios una vez más, el sonido de mi móvil le despistó.

Así como rodé los ojos y revisé quién era, quise hundirme.

Era Frank. Me estaba llamando.

Me aparté, queriendo colgar la llamada y todo se desvaneció. Carraspeé.

—Perdón, mi madre —me excusé.

—Eso no es tu madre —respondió segundos más tarde, su rostro cambiando a seriedad.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué dices eso?

—Porque sé cuando mientes.

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