Septiembre

161 18 13
                                    

No era la primera vez que estaba en ese lugar, su padre solía llevarlo cuando era un cachorro y recuerda lo feliz que era cuando entraba por esa puerta principal del enorme edificio de cuatro plantas.

Todo el personal sabía quien era ese cachorro: el hijo favorito del jefe. Por lo tanto había cariñitos y caramelos por doquier para el menor de seis años, y cuando su padre le explicaba quien era el que mandaba en ese lugar, y a quien pertenecía la oficina más bonita, grande, elegante y con el escritorio mas imponente que ha visto alguna vez, se sentía tan orgulloso de su padre.

Pablo le prometía que un día él estaría en su lugar, y mentiría si dijera que de niño no estaba completamente ilusionado con esa idea, que no soñaba con un día vestir de traje y mandar a todo el personal para su servicio. Se miraba imponente a futuro, como su padre con un traje elegante y un cigarrillo. 

Al final del día se dormía en brazos de su padre, se sentía protegido y reconfortado. A esa edad no comprendía nada de la vida, creía que el mundo era así de sencillo y perfecto, no entendía porque al llegar a casa su hermano lo golpeaba y su madre lo miraba con un sentimiento que por su corta edad no sabía describir, solo sabía que esa miraba le daba miedo y que no debería de venir de la mujer que le dio la vida, si no de un monstruo formulado en sus pesadillas, pero por más que se tallaba los ojitos para ver si estaba equivocado... no lo estaba.

Con un nudo en la pancita el pequeño lobo se negaba a cenar y mantenía la mirada baja durante la velada familiar, para no ver a Fabio sacándole la lengua, pero principalmente para no encontrarse con la mirada fulminante y desaprobatoria de su madre.

Se aguantaba fuertemente las ganas de llorar, porque las pocas veces que lo había echo buscando consuelo, Pablo le castigaba con un par de cintarazos, y lo que más le podía era ver que su hermano y esa mujer que tanto adoraba, sonreían maliciosamente, disfrutaban de su dolor.

Más pronto que tarde fue comprendiendo, que todo lo que vivió con su padre era falso, lo único importante para Pablo Rogel era que se cumplieran sus ordenes sin importar las consecuencias, nunca pensó en su familia, nunca ha querido a nadie mas que así mismo.

De vuelta a la realidad, el timbre del elevador se abrió en el piso cuatro, donde estaba la imponente oficina de su padre, la secretaria le informó que ya le estaban esperando sus colegas y socios, los hermanos híbridos de león Oleg, después de que su padre le firmara un par de pendientes a la alfa tigresa, encendió su cigarro y la mujer saludó a Mangel amablemente.

Ya de adolescente visitaba muy poco las oficinas, solo lo hacía cuando una clase le forzaba a tomar el curso allí mismo, para hablar del rumbo de la empresa y tenerlo al tanto de cada movimiento, aunque aún no termine su carrera o ejerza algún trabajo, Mangel estaba capacitado para tomar las riendas. Y con ese pretexto de la clase fue que su padre lo arrastro a ese lugar de nuevo.

Entraron al recinto de Pablo.

- Buenas tardes-

- Pablo Rogel ¿Este es Mangel?-

El híbrido de León se le acercó y apretó su hombro asombrado.

- El mismo que de cachorro jugueteaba en estas oficinas-

- Dioses, te vi hace un año y ya eres todo un hombre-

- Y que lo digas, deberías ver como dejó al omega felino del burdel ¡¡No se si podrá sentarse de nuevo algún día!!-

¿Era en serio que los adultos se carcajeaban de algo tan intimo? Le parecía tan repugnante que sintió nauseas, por salud mental dejó de escuchar lo que decían, no era para nada un orgullo parlotear sobre el desastre que hiso con el pobre omega, cuando pudo volver de su alfa sintió miedo de ver como lo había lastimado, nunca se había dejado dominar así por su instinto, sería sus ansias contenidas, el dolor, el miedo, la ira que sentía en ese momento. Todo aquello le cegó y solo quería sentirse bien, encontró esa satisfacción en el cuerpo ajeno y a pesar de sus gritos y suplicas no lo escuchó.

Imperio Dominio y PasiónDär berättelser lever. Upptäck nu