—Los declaro Dios de la sabiduría y Diosa de la historia.
—Yo no quiero esto.
—Sólo bésame y listo, a la cama.
—No voy a tocarte, Gema.
Abrí los ojos.
De nuevo aquel ambiente denso y sobrecargado de incomodidad era el que me obligaba a despertar, aún no eran las tres y probablemente sea el único despierto.
Estoy cansado de estos sueños, no quiero volver a ver el rostro de Gema, me harta y fastidia.
Me hace recordar aquella época de los setentas dónde escuchaba las discusiones de mis padres mientras una canción romántica en la radia era ignorada por el odio que se profesaban el uno al otro. Quién lo diría, el Dios vampírico del matrimonio estaba harto del suyo y aún así se ha fugado con ella a cuestas.
Cuando tuve que casarme, interpuse una barrera enorme entre Gema y yo, no dormíamos en la misma cama, nuestras habitaciones eran polos opuestos, yo me levantaba, preparaba mis clases y buscaba la manera de evitarla tanto como pudiese, pues obviamente entre nosotros no existía un solo sentimiento positivo.
Una vez Gema aseguró amarme y lloró cuando no le respondí, al menos no como a ella le hubiese gustado.
—Ya duérmete, grandulón— Solji, la he despertado— tienes una hora más para descansar la mente maravillosa que tienes.
Mente maravillosa.
—¿De qué te sirve saber tantas cosas? Si parece que la empatía no existe en ti, Namjoon.
—No puedes hablarme a mi sobre empatía cuando eso entre tus cualidades no está, Gema. Es por eso que tú y yo funcionamos mejor separados.
A veces por mi mente pasaba la idea de darle la razón en algunas de sus afirmaciones, era cierto que yo no soy un hombre con personalidad romántica desbordante y no nace en mi la facilidad para expresar un te amo sin que la voz me tiemble, pero era solo eso, de todas las cosas horribles que Gema me dijo durante los últimos cien años, esa era la única cierta.
Así que no entiendo porque sigo recordandola cuando ya no forma parte de mi vida, cuando hay alguien más que si vale el sacrificio.
Alguien que asegura que mi mente es maravillosa y no un simple cajón lleno de datos innecesarios.
—Sol.
—¿Mm?
—Cuando te pedí que te casaras conmigo— comienzo— ¿Dudaste al menos una vez sobre si aceptar era lo correcto?
Mantengo mi posición, pero escucho como se endereza en la cama y apoya el mentón en mi hombro, busca mis ojos pero no puedo solo mirarla mientras responde, deja salir un suspiro y besa el espacio que hay entre ambos omóplatos.
—No dudé, me emocioné.
—¿Te emocionaste?
—Lo hice. Pensé en que un hombre asombroso y lleno de elegancia estaba invitándome a vivir una aventura a su lado, por eso no lo pensé dos veces antes de aceptarte con todo lo eres y lo que llevabas contigo.
—¿Con todo lo que soy?
—Cada parte física, cada sentimiento positivo o negativo. Creo que me enamoré de tu manera de ver la vida, el como la percibes, el concepto que tienes de ella es bastante interesante teniendo en cuenta que eres un ser inmortal.
—Somos seres inmortales.
—Cierto, me casé con un ser inmortal y ahora también soy un ser inmortal.— me atrevo a mirarla de reojo y está sonriendo— No importa si tengo que decirte lo mismo todos los días, lo haré si de esa manera te sientes mejor y te enteras de una vez por todas que no hay nada malo en ti o en tú forma de ser. Sigues siendo el hombre del que me enamoré.
Asiento, un poco más aliviado.
—Gracias. Aunque creo que esas debo dárselas a mi hermano y a Katrina.
—Cierto, ese par se llevan todo el crédito. Me llevaron hasta un maestro sensual con pectorales de acero que se ponía nervioso cuando le hacía ojitos en clase.
Resoplo una risa.
—Vaya método de conquista.
—El más efectivo, funcionó.
—Definitivamente no puedo manejar tus comentarios atrevidos, así que a dormir estos treinta minutos que quedan.
—Ah, pero cuando estamos haciéndolo no te quejas de mis comentarios atrevidos.
La hago acostarse, ríe.
—No estamos en ese estado de ánimo, así que, a callar.
—Como ordene, profesor.
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