Capítulo I : Joven pintor

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"El mundo hoy día no tienen sentido, ¿por qué debería pintar cosas que lo tengan?".

Pablo Picasso.


Muchas veces, durante mis momentos siendo acompañado por la soledad y el silencio; me dedicaba a mirar al cielo negro-azulado, salpicado tenuemente por las minúsculas luces variables de azul y amarillo. Dentro de mi mente se vislumbraban todo tipo de ideas para rellenar ese espacio oscuro y frío. Darle vida y color a lo opaco que podía llegar a ser la existencia misma. Buscaba entre mis pensamientos divergentes el objetivo de vida, la razón del estar y plasmarlo en un lienzo vacío, tal como aparecía de forma etérea en mi mente caótica.

A veces me dejaba llevar por mis ideas discordantes y el resultado terminaba siendo un montón de cosas extrañas, sin forma ni definición. Solo un cúmulo de colores mezclados en un vórtice furioso de locura y frenesí. A pesar de no tener mucho sentido para mí, el resto del mundo lo veía como una obra de arte digna de las galerías más famosas en París o Florencia. Aun cuando solo se tratase de la expresión retorcida de una mente enrevesada, la gente le encontraba una belleza inusual. Tal vez, sin darme cuenta, plasmaba en el papel la forma literal del pensamiento humano.

Al final terminé por aceptar el caos en mi mente y usarlo en mi beneficio. Eso me terminó otorgando una beca y un futuro prometedor, tal como había imaginado en mi más primordial sueño.

A pesar de las críticas constantes por parte de mi familia, quiénes esperaban que siguiera el legado familiar y convertirme en médico, tal como lo hizo mi padre, su padre y aún más atrás. Para ellos, un pintor en la familia no tenía un espacio en la mesa. No poseía voz ni voto y mucho menos autoridad. Por perseguir mis sueños, terminé siendo el paria de la familia, el desadaptado, la oveja negra o como quisieran llamarlo. Aunque para mí solo eran susurros inaudibles que se oían desde la nada. Me había acostumbrado a dejar de escuchar las críticas de mi padre y el resto que profetizaban para mí un futuro mediocre.

Una vez habiendo dejado mi hogar por seguir mis anhelos, fue más sencillo continuar por el rumbo que quería. Ya no había conflictos ni peleas, tampoco comentarios hirientes sazonados con ironía. Todo era paz y silencio, lo que necesitaba para ponerle atención a los gritos de mi mente.

—Oye Dan, ¿Por cuánto tiempo vas a mirar ese retrato? —preguntó mi compañero de habitación. Interrumpiendo el momento justo cuando iba a tener una revelación.

—Por el tiempo que sea necesario, Logan. El igual como tú y ese juego raro en tu computadora. Te pegas a él durante horas, ni siquiera te levantas para ir al baño. Usas esa botella asquerosa para orinar.

Mi compañero de cuarto era un chico bastante delgado y pálido. Se hacía llamar Logan, pero en realidad su nombre era otro, el cual jamás me tomé el tiempo ni la molestia de memorizar. Al fin y al cabo, nunca lo llamaría por aquel, sino por el autoimpuesto.

Se creía un hacker profesional, aun cuando apenas llevaba el segundo año en la carrera de informática. No hacía más que hablar de cosas electrónicas y una jerga que los de su clase utilizaban para comunicarse entre ellos y por supuesto yo no comprendía. Mientras no tenía clases, se la pasaba dentro de su computadora, jugando en línea o haciendo otras cosas, que de seguro no eran tan legales.

—Es distinto. Yo por lo menos veo movimiento, acción, interactuó con otras personas en línea. Pero tú solo te instalas de mirar esas figuras extrañas e inmóviles durante horas y horas.

Yo no lo veía así. Para mí, las pinturas eran más que solo piezas inmóviles. Existía vida en ellas. Solo había que tomarse el tiempo y mirarla con atención.

El pintor de los malditosKde žijí příběhy. Začni objevovat