C a m i l a

Cuando cayó, se desarmó. Se quebró los huesos en el pavimento que había decorado de niña con tiza. Al caer, sus ropas se desintegraron y se volaron con sus amigos de los buenos tiempos. Miró a su alrededor, su piel manchada de tinta que formaba miles de palabras, ecos que oía incluso dormida: "Digas lo que digas, estará mal". "Hagas lo que hagas, no bastará". "Tu bondad es falsa". "Tu dolor es manipulador".
Mientras yacía en el suelo, soñó con máquinas del tiempo y venganzas, y con un amor que realmente fuera algo, no solo la ilusión de algo. Cuando por fin se levantó, lo hizo despacio, esquivando los lugares que frecuentaba y esquivando centavos brillantes. Temerosa de llamadas y promesas. De hombres encantadores, dandis y planes para hallar el amor rápido. Se puso de pie con desolada sabiduría. Se adentró en el oscuro y salvaje océano hasta el cuello. Se bañó en su quebramiento. Dijo una plegaria en agradecimiento por cada grieta en la armadura que no sabía que necesitaba. Erguido y tenaz junto a ella había un amor que realmente era algo, no solo la ilusión de algo. Cuando emprendió el camino a casa, oyó el eco de nuevas palabras: "Que tu corazón pueda volver a romperse, pero que no lo rompa la misma mano dos veces". Y aún más fuerte: "Sin tu pasado nunca habrías llegado, tan maravillosa y brutalmente, por designio o por violenta y exquisita casualidad, hasta aquí".