9 - 'El pasillo secreto'

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9 - EL PASILLO SECRETO

—Se me está durmiendo un brazo.

Como todas las otras veces que he hablado desde que hemos salido de casa de Foster, tanto Ramson como Albert me ignoran categóricamente.

—Se me está durmiendo de verdad —protesto con una mueca.

Estoy atrapada en una chaqueta tamaño Ramson —que desgraciadamente huele bien— y que hace que no pueda mover los brazos por mucho que los retuerzo. Y sigo encima de su hombro.

Es de noche y estamos cruzando un bosque. ¿Debería estar asustada? Supongo que sí. Pero no lo estoy. Supongo que estos dos saben defenderse o no habrían vivido tantos años.

Albert y él sí que hablan, andando a la par. Al principio intento escuchar la conversación, pero no tardo en aburrirme y resoplar continuamente, buscando con la mirada algo a lo que agarrarme —aunque sea con la boca— y bajarme de su estúpido hombro.

Spoiler: no encuentro nada.

—Se me está subiendo la sangre a la cabeza —añado dramáticamente.

—A lo mejor así te funciona el cerebro —masculla Ramson.

Abro la boca, indignada, e intento darme la vuelta. Es inútil.

—¿Me estás llamando tonta? —casi le grito.

Puede llamarme lo que quiera, menos tonta.

Eso sí que me ofende a niveles estratosféricos.

—No —me dice, pero es obvio que se burla.

—Ya empiezan otra vez... —suspira Albert.

—¡Suéltame! —le exijo, furiosa, retorciéndome como un gusano—. ¡Te voy a...!

—¿...dar otra bofetada?

—¡No, porque tengo los brazos atrapados en esta camisa de fuerza de lujo!

—¿Y qué harás?

—¡MATARTE!

—¿En serio quieres amenazar a un vampiro estando en un bosque de noche?

Vale, mejor no.

Vuelvo a retorcerme, furiosa, y a él no le queda más remedio que subir la mano para sujetarme. Por un momento, no reacciono, pero mi cuerpo entero es muy consciente de esa mano tan peligrosamente cerca de mi culo y noto que mi cara se enciende.

—Deja de tocarme el culo —mascullo.

—No te lo estoy tocando.

—Sí lo estás haciendo, y ese derecho está reservado para mi novio, así que baja la mano antes de que te la muerda.

Noto que se tensa un poco, pero al menos baja la mano.

Nos pasamos el resto del camino en silencio, cada uno más irritado que el otro mientras Albert va silbando una melodía alegre a nuestro lado.

Honestamente, pensé que tardaríamos una eternidad en llegar a su casa, pero me sorprende ver que apenas tres minutos más tarde Ramson abre una valla de hierro que es de las pocas aperturas que tiene el pequeño muro que rodea su casa. Levanto la cabeza y, pese a la oscuridad, miro muy atentamente a mi alrededor.

El patio delantero es inmenso y me da la sensación de que, en algún momento, alguien lo cuidó. Ya no. Está casi todo seco o muerto. El camino principal es de piedra lista, y Ramson lo recorre hasta subir unos escalones del mismo tono de piedra. Me quedo mirando el suelo unos instantes en los que oigo una llave y una cerradura. Dios, las puertas de la entrada son gigantes y de roble oscuro. Ramson solo abre una, pero si abriera las dos podría entrar perfectamente un coche.

La reina de las espinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora