La torre de los amantes (parte 8 y final)

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Un sonido en la escalera le alertó de que alguien se acercaba. Unos pasos cansinos, como los del reo que va arrastrando pesadamente los pies camino del cadalso. La piel de Laura empezó erizarse y un gusto amargo le inundó la boca. Se quedó muy quieta, para advertir si los pasos cesaban, pero, cuando quiso darse cuenta, ya no podía moverse… Se había quedado literalmente petrificada delante mismo del marco sin espejo, mirando el hueco que contenía la nada más absoluta. Su cuerpo estaba hierático y firme, sostenido por una fuerza invisible, semejando una estatua de sal. Así es como comenzaba a sentirse, como si poco a poco fueran extrayendo todo el agua que tenía su cuerpo y le fuesen quedando únicamente los pesados minerales. Es más, con la última conciencia que le iba quedando, todavía pudo observar cómo el marco de madera iba rellenando su vacío hueco con una fina película de algún líquido seroso e incoloro y cómo, de forma espontánea, este líquido se fue convirtiendo en algo de la consistencia del cristal. Al final, este cristal acabó reflejando la imagen de la misma Laura, que pudo observarse a sí misma en una mueca atroz y macabra. Los ojos abiertos como platos, la mandíbula desencajada, y su cuerpo cada vez más escuálido. La más espeluznante de las monstruosidades. Parecía un palo revestido con una lánguida sábana, que sostenía un balón de goma al que un grupo de niños hubiese pintado una cara deforme para la noche de Walpurgis…

Lo que no le daría tiempo de observar a Laura fue al metódico Gumersindo que, piedra a piedra, fue reconstruyendo de nuevo la pared, con sus manos añosas y huesudas. A medida que se iba cerrando la pared, se completaba el ciclo una vez más: Laura quedaría reducida a un pequeñito montón de cenizas y, justo al lado de éste, se depositó una columna de grasa informe extraída de su propio cuerpo. En el preciso instante en que Gumersindo ponía la última piedra sobre el muro, una llama se prendió y el bloque de grasa comenzó a arder. Era el último aliento del alma de Laura, que en forma de fuego alimentaría la llama de un amor eternamente duradero, que siempre se las ingeniaba para seguir ardiendo. Por los siglos de los siglos…

                                                                           * * *

Por la mañana, Rudi y Mona se encontraron a la hora del desayuno. Se dieron un fogoso beso y, mientras charlaban intrascendentemente de todas las cosas que harían ese día, reían con todo el encanto que les permitía su mutuo amor. Ninguno preguntaría por Laura, ya sabían de más lo que le había ocurrido a su amiga la noche anterior. Llegado un momento, Rudi se levantó de la mesa, se dirigió a la pequeña puertecita que Laura había intentado abrir cuando estaban bebiendo en la noche y guiñándole un ojo, dirigiéndose a su esposa, le preguntó: ¿Gustas…? Detrás de la puertecita se escondía una esbelta copa dorada, realzada con bellas piedras incrustadas de ricos colores. Dentro de la copa estaba el elixir destilado del amor de Laura, aquel amor que ella sentía con la pasión juvenil de sus años.

Mientras los esposos comían, reían, se besaban, Gumersindo hacía desaparecer el coche y las pertenencias de Laura en el estanque. Parecería como si Laura nunca hubiese estado allí, Mona estaba segura que nadie la echaría de menos. Ahora, su amor, el amor de Laura, formaba parte de ellos y así nunca se acabaría. Habían encontrado la fórmula perfecta para vivir un amor eterno. Y el secreto estaba escondido en lo alto de la torre de los amantes.

                                                                          * * *

Seguro que habrás pensado alguna vez cuál será tu última pregunta antes de morir. ¿Sobre qué versará: sobre la salud, los hijos, el amor…? ¿Sobre algo que habrás hecho ese mismo día o algo del pasado? ¿O quizás podrá versar sobre tu propia muerte…? ¿Sería una pregunta banal o algo más profundo? Y yendo más allá, también te preocupará saber si serás capaz de asistir de forma consciente al momento final en el que te vas diluyendo al vacío o te dormirás, sin más, una tibia e incierta noche y ya no volverás a despertar jamás… Posiblemente, te atormenten estas preguntas y más aún las respuestas que puedas dar. Pero por más que lo intentes, desde hoy no serás capaz de dejar de hacértelas; por mucho miedo, dolor o cansancio que te atenacen, querrás saber cuál es la respuesta final y definitiva. Como la protagonista de este relato, Laura. Ella quiso conocer las respuestas que siempre se nos escapan. Este es un relato que lo cuenta todo: Amor y Muerte se encuentran por una vez y así continúan su danza maldita por toda la eternidad…

Puro Terror (La Web del Terror)Where stories live. Discover now