Prólogo

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La gente a su alrededor caminaba con apuro mientras que Sofía solo estaba allí mirando la puerta de vidrio algo nerviosa. Sabía que esto era necesario para seguir viviendo pero era tan difícil... Continuar luego de que falleciera su esposo era complicado, quería dejar de respirar y verlo de nuevo, acariciarlo para decirle cuánto lo amaba y extrañaba; él era lo que más necesitaba en ese momento y no estaba. ¿Por qué? ¿Por qué había tenido que morir de esa manera? ¿Por qué la vida se empeñaba en contra de ella? ¿No tendría nunca años de felicidad? ¿Por qué...? La bocina de un taxi sonó de repente, asustándola y sacándola de sus pensamientos pesimistas. Parpadeó algunas veces esperando despabilarse un poco mientras respiraba calmadamente, mientras alzaba la mirada a la edificación.

El edificio tenía una fachada algo anticuada y descolorida, además de que parecía de la década de los cincuenta si no veía mal; la entrada tenía unos maceteros con helechos secos que llenaban de hojas caídas y secas las escaleras, lo que la llevó a pensar que quizás no limpiaban tan a menudo pero no era algo que le importara. Detrás de las puertas de vidrio, podía ver el escritorio del encargado con una silla vacía y algunos sillones de espera viejos. Suspirando con cansancio, se preguntó cuánto más tardaría el de la inmobiliaria para mostrarle el departamento.

—¡Hola, hola! ¡Mil disculpas por la tardanza! —Una mujer vestida de traje gris venía trotando hacia ella agitada—. El tráfico es un infierno a esta hora y encontrar un lugar para estacionarse es imposible, casi termino peleándome con un tachero por el espacio —se detuvo delante de ella y acomodó rápidamente su pelo para presentarse—: Un gusto, Andrea Díaz, de la inmobiliaria. Mi compañero Mateo no pudo venir por problemas personales, espero que no te moleste que haya venido en su lugar —y finalizó la frase con una risita nerviosa.

Sofía sonrió de lado y estiró la mano para estrechársela, devolviéndole el gesto al instante Andrea.

—Por favor, no hay problema. El gusto es mío, soy Sofía Medina —con un gesto, la mujer dirigió a Sofía hacia la escalera—. Sabía por conocidos que Capital Federal es un desastre en horas pico pero creo que uno tiene que ver para creer.

—¡Claramente! Y es un día bastante tranquilo si me dejás comentar pero siempre hay que ir con cuidado—dijo mientras tocaba uno de los timbres de planta baja—. Igual, de quienes te tenés que cuidar en realidad son de los taxistas. ¡Agh, cómo los odio! Se creen los dueños de la calle y son peor que los de la barra brava, decirles mafiosos es poco —exclamó con rabia la porteña. De repente, entrecerró sus ojos y dirigió la vista hacia el escritorio del encargado —. Dios santo, los inquilinos gastan toneladas de plata en expensas para que Sergio se rasque el culo en la sala de máquinas —murmuró para, acto seguido, tocar repetidas veces el timbre—. Lo lamento, este hombre no tiene el sentido de la responsabilidad muy incorporado.

—No hay problema, no estoy apurada la verdad —sonrió tratando de calmar a la ansiosa mujer. Sofía giró sobre sí misma para observar los alrededores—. La zona parece ser muy bonita y me gusta mucho cómo el sol le da más vida a la cuadra —algunas hojas fueron arrastradas por el viento mientras terminaba su comentario. La brisa era fresca pero perdía efecto con la calidez del sol. Cerró los ojos un momento e inhaló un poco del aire de la ciudad tratando de calmar todavía su agitación interna.

A su lado, sintió cómo su compañera se daba vuelta para verla.

—Es verdad, le da cierta vida a la calle... Es raro encontrar este tipo de ambientación y a tan buen precio en Capital Federal, hay que aprovechar la oportunidad cuando está, ¿no? —Sofía supo lo que Andrea estaba haciendo: una sutil presión sobre la venta del departamento.

—Supongo que sí...

De repente, la puerta detrás de ellas se abrió de golpe, asustando a ambas mujeres. Un hombre con equipo de limpieza, rechoncho y canoso las miraba apenado del otro lado del umbral; parecía agitado, como si hubiera corrido apurado por las escaleras tratando de llegar hasta ahí. Detrás de él salió un repentino aire frío del edificio, como si de una exhalación se tratase, congelando por completo a Sofía y así perdiendo cualquier rastro de calor que le trasmitió el atardecer.

El reflejo del alma (+18)Where stories live. Discover now