El hombre y yo

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 Una vez en un lugar sin importancia, un hombre cualquiera coqueteaba con una chica cuyo nombre no viene al caso, este hombre (que pude haber sido yo) había iniciado un no sé si magistral cortejo, sin presentaciones, sin conocer el nombre de esta chica y sin que ella conociera el suyo, pero el desarrollo de este ligue no viene al caso, lo que compete es esa extraña e infinita pregunta que la anónima chica le hizo a nuestro peculiar y tal vez genial protagonista a la hora de despedirse.

 La chica le pregunto - ¿pero quién eres tu extraño hombre? -.

 A lo que nuestro héroe (aunque no sé si llamarlo así) refunfuño hacia sus adentros diciéndose a él y a sus múltiples él - ¿Por qué esta niña me pregunto tal cosa?-

 Y ese hombre cualquiera (que pude haber si yo) se fue de ese lugar sin importancia, dejando a esa linda pero desconocida chica, con la palabra en la boca y sin una despedida, para irse urgido a un donde sin relevancia, pero con la finalidad de atender ese enigma que le suplica tanto su atención y que sabe que no podrá descifrar, pero tanto fue el suplicio de esa incógnita que  no le importaba si la descifraba o no, lo realmente importante para él era planteársela para que se quedara quietecita al menos por un ratico. 

 Y así sin darle valor, a si este hombre cualquiera fuese acostarse a su cama, a sentarse en el banco más próximo o a caminar entre la gente. Solo contare que se fue preguntando quien será ese ser, camaleónico y amorfo que los niños llaman señor, y que el señor en la bodega lo llama cliente, y los mercados lo llaman consumidor, pero también están los publicitas y propagandistas que le suelen llamar masa, y ese anómalo ser que los políticos llaman pueblo y en las elecciones ya no es pueblo si no la voluntad del pueblo.

 Este hombre cualquiera (que sigue siendo cualquiera aunque podría ser yo), se siguió preguntando, quien es esa persona que se asoma al espejo cada vez que él se asoma, y que sus padres inocentemente se pusieron de acuerdo en ponerle un nombre... quizás para la gente no lo confunda con otras gentes, pero este hombre no piensa que el solo sea un nombre en equis partida de nacimiento, si no que esté hombre piensa que la definición de él mismo va más allá de la de ser un hombre.

 Y así nuestro héroe, nuestro protagonista, ese hombre cualquiera que coqueteaba con esa chica sin importancia; mientras profundiza en su enigma va dejando de pensar incluso de que es un hombre y siente que ya no es cualquiera si no que cualquiera es él, de que él y cualquiera son todos; y que él, cualquiera y todos soy yo. Y aunque yo no sea ninguno me gusta pensar que así es, porque siento que si descubro quien es él, quien es cualquiera o quienes son todos, también estaría descubriendo quien soy yo.

 Ahora me olvidare de ese hombre cualquiera, de ese nadie que podríamos ser todos, porque ahora él, cualquiera, nadie, alguien y todos... soy yo, pero... pero ya es tarde ser todos ellos para descubrir quién soy yo, porque caigo en el yo que ya no soy yo, sino un yo que es un ser vago, un algo etéreo sin definición alguna que le basta escribir un verso para ser ese verso, que alguien lo vea para ser una fotografía, que le es suficiente con amar a alguien para convertirse en el amor infinito (claro mientras este dure), que no necesita más que haber nacido para ser el milagro de la vida, que solo tiene que sonreír para ser la alegría misma; y le basta con que entierren su cuerpo y que su madre llore, para ser todo el dolor del mundo... pero incluso aquí en ese entierro no habrá acabado ese yo tan vago, tan amorfo, tan etéreo e indefinible, porque yo... ya me pregunte en vano quien soy yo, y ese momento tan breve que duro esa infinita pregunta fue suficiente para convertirme en la humanidad, lo cual basta para ser ese hombre que coqueteaba con esa chica.

Junior Velazquez

26/10/2012

(Ensayo)  BrevedadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora