La muerte

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Cuando volví a la cabaña de mis abuelos nunca pensé que tendría de visitantes a tan variado grupo de personajes con los cuales tendría las mas extrañas y profundas conversaciones y enseñanzas.

La cabaña fue heredada a mi abuelo por el suyo y el terreno donde estaba construida era maravilloso. Son alrededor de 100 hectáreas de propiedad y desde el camino principal, pavimentado hace poco, corre un sinuoso camino de acceso con el ancho justo para un auto mediano. De tierra y rodeado de un bosque nativo que mi abuelo jamás toco, incluso para obtener leña para el invierno. Una vez me comento "siempre que lo necesité el bosque me regalaba algún árbol viejo para talar u otro perdía una gran rama que nos servía para quemar". Al final de este camino está la cabaña frente a un lago de aguas mansas y agradables.

Recuerdo de niño los juegos y competencias eternas con mis primos. El pan casero que todos los días mi abuela nos hacía a la manada de nietos que los visitaban año a año en la época de vacaciones. Las fogatas nocturnas y las historias más fantásticas que nos contaban antes de dormir rodeando el fuego. Algunas de ellas eran hermosas y emocionantes, otras de orinarse en los pantalones del miedo. Me encantaba ir a ese lugar. Pero pudimos disfrutarlo hasta la muerte de mi abuela y la posterior enfermedad del viejo. Por precaución y ante la implacable insistencia de nuestros padres por su situación, lo llevaron a un asilo con el mejor personal para atenderlo. Siempre lo visitamos ahí y yo, no sé porque me quedaba conversando largamente con el abuelo. Escuchaba sus historias de viajes por el mundo. Era un aventurero, al igual que mi abuela y la cabaña fue su último refugio cuando las fuerzas y las ganas habían menguado en sus cuerpos. Al entrar en ella era como vivir las aventuras locas que experimentaron. Recuerdos apilados por todos lados, libros llenaban paredes enteras, hasta en el baño. Máscaras de las más locas formas y colores, instrumentos mecánicos que nunca pude descifrar para que servían. Vasijas de distintas culturas, instrumentos musicales recolectados por todo el mundo, esculturas muy antiguas y algunas eras horrorosas de verdad. Pero lo que siempre me llamo la atención fue un brazalete que portaba mi abuelo. Era de oro macizo con letras de un alfabeto extraño. El abuelo sonriendo me dijo que era Lemuriano y su función era de llamar a cualquier entidad a tu presencia y protegerte si tenías la tonta idea de llamar un demonio. De niño me quede de una pieza cuando me lo comento, ya mayor estaba seguro eran juegos del viejo.

Eso hasta un día que nos llamó a todos cuando literalmente le quedaban 3 días antes de fallecer. Creo que el viejo sabia de su muerte y por eso nos convocó. Recuerdo que hablo de su vida, repaso brevemente su vida con la abuela y lo feliz que había sido junto a ella, la extrañaba profundamente, pero era creyente en otras vidas, así que lo tomo como su última aventura en este planeta. Estaba satisfecho y a pesar de lo enfermo nos inundó con un fuerte sentimiento de amor, paz y regocijo. Luego de su partida he vivido otros fallecimientos de parientes y amigos, pero nunca fue como el de mi abuelo. Lo admiro profundamente y es mi mentor aun cuando ya no está a mi lado. El tema es que ese día dejo claro lo que quería hacer en su funeral, básicamente armar una fiesta en grande y sus restos ser cremados y arrojados en su amado terreno, igual que nuestra abuela. Ese día convoco al abogado de la familia y en su presencia repartió los bienes a cada hijo. Pero, con el terreno hizo algo que descoloco a todo el mundo, a mi incluido. Me lo heredo completamente. Pero con una extraña condición. Jamás venderlo, ni por todo el oro del mundo y llegado el momento heredarlo a alguno de mis nietos. No a mis hijos, pero si a mis nietos. Solo a uno, al primero. Tal cual él lo había hecho.

Obviamente hubo algunas protestas, pero el viejo acallo todo murmullo al respecto. Nunca lo vi enojado en mi vida, pero ese día levanto la voz como nunca y el tema jamás se volvió a tocar y todos lo aceptaron sin rencores.

Pasamos la tarde oyendo y riendo de buena gana con algunas historias que el viejo nunca nos comentó y ese día las recordó con agrado. Ya tarde y cuando solo quedamos mi familia y yo, el amablemente pidió estar a solas conmigo.

La MuerteWhere stories live. Discover now