2ª parte

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Dow recogió su cota de mallas. Antes de volver a salir su mirada regresó sin querer a la manta. Los restos de la virginidad femenina aún seguían allí y se preguntó cómo no lo había notado mientras la poseía. Se obligó a recordar que cuando había comenzado a penetrarla estaba dormido, y Breena había respondido a su pasión con una fogosidad nada propia de una virgen, por lo que en ningún momento había pensado que lo fuera. En su interior anidó una alegría y un orgullo indescriptible ante el pensamiento de que había sido el primero. Y el último, añadió una vocecita interior que lo reconfortó por primera vez en mucho tiempo. La certeza de que ella era la mujer que había estado esperando todos esos años, lo llenó de una calma y un sosiego que no había sentido antes. Ella era su suya. Ella tenía que ser suya. Ya había poseído su cuerpo, ahora quería su alma.

Su escudero se acercó a encargarse de la custodia de la cota de mallas y Dow recuperó su capa que dejó cruzada sobre el caballo. Con un grácil salto se montó sobre la silla y le tendió una mano a la mujer.

– Tendrás que sentarte a la grupa, necesito libertad de movimientos por si tengo que luchar. ¿Te sientes con fuerzas para agarrarte a mí?

Brandon sonrió. Ahora entendía las prisas de su amigo. Estaba protegiendo a su dama, porque aquella no era sólo una mujer especial. Conocía a su amigo demasiado bien y comprendió, viéndolos juntos, que él se esforzaba en atenderla como nunca había hecho con ninguna otra mujer.

– ¿Grupa? –fue la única respuesta femenina mientras aceptaba su mano. Dow señaló la parte trasera del caballo.

– Apoya el pie izquierdo en el estribo para que pueda ayudarte con el impulso –le señaló el lugar del que estaba sacando su bota y Breena llenó el vacío con su pie pequeño. En un instante se encontró sentada a horcajadas tras la espalda ancha, escapándosele un gemido de dolor al contacto con el caballo. Dow se volvió interrogante y preocupado, y Breena se ruborizó cuando le preguntó si se había hecho daño.

– Hoy me encuentro un poco… dolorida. La gripe, supongo.

– Sujétate con fuerza –le pidió por encima del hombro intentando no pensar en las verdaderas causas del cuerpo dolorido y en cómo explicárselo a ella, que parecía no recordar nada.

Al rodear el cuerpo masculino con sus brazos, su cuerpo reaccionó involuntariamente, como si miles agujas de placer se hubieran clavado en cada poro de la piel que estaba en contacto con el hombre. Jamás le había pasado algo semejante. Le recorrió una ola de calor que la excitó hasta el punto de que sintió como sus partes femeninas se inundaban de un doloroso placer que necesitaba ser saciado. A su mente acudieron imágenes de la fantasía de la noche anterior como única forma de aliviar ese dolor agradable. Y esas imágenes tan eróticas avivaron su deseo hasta el punto de sentir como humedecía las bragas.

La sorpresa ante semejante descontrol de sus hormonas, tomando el control de su cuerpo, hizo que se separara del hombre como si quemara, en el mismo momento en el que Dow espoleaba al caballo. Breena salió disparada hacia atrás, pero con reflejos rápidos Dow la agarró de un brazo, pegándola de nuevo a su espalda.

– ¿Qué haces? ¿Quieres matarte? –Bramó enfurecido, pero viendo su rostro sorprendido y la perplejidad que se reflejaba en sus ojos asustados, se le suavizó el semblante–. Sujétate bien, no quiero perderte por el camino.

Dow dirigió las riendas con una sola mano para no tener que soltarle el brazo, como si temiera que pudiera caerse si no lo hacía. Beena decidió que intentar relajarse con un contacto tan estrecho era tarea perdida, así que cerró los ojos y con resignación apoyó la cabeza en su espalda buscando un poco de comodidad.

El terreno se volvió más abrupto, por lo que frenaron la marcha, pero las sacudidas se hicieron más pronunciadas y Breena comenzó a moverse, buscando sin éxito una posición más cómoda que aliviara el sufrimiento de su vapuleado cuerpo. Con cada sacudida sus doloridas partes femeninas pasaron de un simple malestar a un tremendo dolor. Para acallar los quejidos que amenazaban con delatarla, hundió la cabeza en la espalda masculina y se mordió los labios hasta casi hacerlos sangrar.

El Caballero Negro (Versión para adolescentes hormonadas)Where stories live. Discover now