El chico misterioso

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Emma era un chica sumamente risueña. Su sueño de vida era viajar por el mundo escribiendo historias. Siempre fue la chica tímida que luego de tener confianza en alguien, no la callaba nadie. Se había llevado siempre muchos golpes de la vida por creer en la humanidad, por dar segundas oportunidades y aunque siempre se quejaba de los golpes, lo seguía haciendo: Emma creía que las personas necesitaban de un poco de amor para ser buenas. A sus 22 años aún creía en el amor verdadero y cómo no, si había conocido a un chico igual que ella: con los pies sobre la tierra y la cabeza en la luna.
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Emma no entendía por qué Leo estaba tan nervioso. Nunca en su vida lo había visto así. Y es que llevaban un año siendo pareja; bueno, amigos con derecho. Bueno, la verdad es que ni ellos mismos lo sabían. Él se iba a estudiar fuera por un año y ella estaba apenas empezando la carrera, así que no había mucho que hacer. Los dos habían salido recientemente de una relación y no querían nada serio, pero como siempre: la cosa se complicó.

—Lo siento, no puedo seguir comiendo -dijo él retirando su plato.
—¿Estás bien? Te noto algo raro -dijo Emma preocupada.
—Pues, la verdad -hizo una pausa larga-... la verdad es que me gustas, ¿vale?
—Si es que yo también me gusto -dijo ella bromeando. A lo que se dio cuenta que Leo hablaba en serio.
—Una parte de mí quiere estar contigo y otra parte de mí no quiere sentirse atado -continuó él.
—Bueno, ya veremos qué pasa...

Esa noche, Emma y Leo terminaron de cenar y él la llevó a su casa. Era la última noche de él en la ciudad antes de irse de intercambio a otro país y lo pasó con ella: cenando, caminando por la calle abrazados y cogidos de mano, riendo como la pareja perfecta que no eran... y ella sabía que lo que venía sería difícil, pero no lo quería afrontar. Así que terminó su noche con un beso de despedida y entró a casa.

Emma y Leo habían nacido exactamente el mismo día a la misma hora en dos partes diferentes del mundo y el destino los unió haciéndoles creer que eran uno para el otro. Ella llegó a casa con miedo. No sabía qué significaba que se gustaran a distancia y no le gustaba para nada que Leo pensara que tener una relación con ella supusiera una carga. Así que llegaron a la conclusión de que dejarían todo fluir y tomarían algo de distancia. Error número 1.

Poco después de un mes, Emma había llorado lo que pensaba que era el 70% de agua de su cuerpo y había decidido irse a la montaña con su mejor amiga a olvidarse del mal de amores. Error número 2.

—Em, yo de verdad no puedo creer lo gilipollas que son Leo y tú. Un par de cobardes -le reprochaba Samantha mientras hacían las maletas.
—Ya sé, Sam. No me lo recuerdes, que me deprimo. Suficiente tengo ya con trabajar y estudiar, que además debo preocuparme por el amor de mierda -suspiró-. Que yo no pensé que lo iba a querer, joder.
—Bueno, bueno, ya está. Ahora nos vamos el fin de semana a esquiar y a escaparnos un poco de esta ciudad de mierda. Venga, mueve ese culo, apúrate que sino llegamos tarde.

Sam tenía un carácter bastante muy atravesado y sin pelos en la lengua. Emma la adoraba porque sabía que siempre iba a obtener honestidad pura de ella y, sobretodo, amor y apoyo real. Sam era tatuadora profesional y tenía su propio estudio, le hizo a Emma cada tatuaje que lleva en el cuerpo, y llevaba el pelo color rosa chicle: una en un millón.

Se subieron al coche y emprendieron su viaje de 2 horas a la montaña. Mucho rock, mucha agua, muchas chuches y aire fresco de una ventana medio abierta. Llegaron a un hotel que estaba en una esquina de una zona residencial. Salieron y lo primero que hicieron fue respirar el aire gélido entre la nieve de febrero.

—Em, este va a ser el mejor fin de semana de tu puta vida -dijo Sam sonriendo con cara de psicópata a Emma.
—Mejor cállate ya y ayúdame a subir las maletas -dijo Emma entre risas.

El lobo solitarioWhere stories live. Discover now