TRINCHERA

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Hacía mucho tiempo que en las pastosas tierras cerca de Verdún las líneas del frente no avanzaban lo más mínimo, por la mañana atacaban los alemanes, nos conquistaban una línea de trincheras y por la tarde éramos los franceses los que atacábamos y recuperábamos nuestras antiguas trincheras. Llevábamos casi un año ahí metidos, muchos de mis compañeros habían recibido un disparo, se habían quedado ciegos por el gas o se habían autolesionado para ser alejados del frente. Por mi parte, creo que jamás olvidaré aquel 15 de diciembre de 1916.

Abel Fleury era el capitán de mi compañía, un poilus de primera y su larga barba negra lo confirmaba. Era el hombre que más llevaba en Verdún de la compañía, él estaba aquí cuando empezó la batalla en febrero, por aquel entonces no era más que un simple soldado, pero la guerra lo hizo ascender rápidamente, sus compañeros iban cayendo y cuando los que empezaron a morir fueron los oficiales este poilu fue recibiendo condecoraciones y nuevos rangos aunque no hubiera hecho nada especial. Pese a esto Fleury era un gran soldado, valiente y dispuesto en momentos decisivos.

Abel había aprendido a no hacer amistades en el frente, por eso casi no hablaba con los soldados que habíamos ido reemplazando a los caídos en la compañía, algo que en ocasiones hizo que los soldados no le tuvieran mucho aprecio, estaba distante y a lo mejor solo escuchabas su voz dirigiendo el ataque o la defensa. Yo era su enlace con las demás compañías y con la división por lo que de alguna u otra forma tenía con él un contacto mayor que el resto de mis compañeros de la compañía. Quizá fue por esto que yo tenía una visión diferente que la de mis compañeros sobre el capitán, yo creo que era un buen hombre, alguien al que había afectado tantos meses de batalla en aquel lugar. Hacía ya varios días que nuestra artillería no paraba de bombardear las posiciones alemanas sin que estos pudieran hacer algo. El 14 el capitán me había pedido que preparara a los hombres para un ataque inminente, un ataque que ocurriría al día siguiente.

Eran las 09:55 de la mañana del 15 de diciembre de 1916, todos los hombres estábamos preparados en las trincheras para el ataque. Nuestra artillería había dejado de disparar, pero la aviación continuó bombardeando a los alemanes. El capitán salió del refugio donde se encontraba, con su cigarro en la mano y el arma a la espalda. Dio una calada y lanzó el cigarro al suelo, no le hizo falta apagarlo, el barro y el agua estancada lo apagó por el. Vino a mi lado, miró al cielo y después a su reloj. El sonido de las bombas cesó y fue sucedido por el de la lluvia.

A las 10:00 en punto se puso su silbato en la boca y lo hizo sonar, todos los soldados salimos de las trincheras, todas las compañías, todas las divisiones, empezamos a correr hacia las posiciones alemanas en Louvemont, miré a los lados, solo vi compañeros de otras compañías corriendo, todos tenían la misma cara, la cara que suplicaba no morir en el ataque. Los alemanes salieron de sus agujeros y empezaron a dispararnos con sus ametralladoras ligeras. Me coloqué en uno de los cráteres que había en todo el campo de batalla. Era la primera vez que pude mirar hacía atrás, desde que salí de mi trinchera, eran tantos los cadáveres que yacían ya en el suelo.

En ese momento el capitán llegó a mi trinchera, «¡Muévete Dumont!» y salió disparando de la trinchera, yo le seguí, había algo en ese hombre que me daba una seguridad estúpida, era como si fuera con un escudo protector por delante y ninguna bala fuera capaz de impactar en el. En ese momento fui a meter mi pie en un agujero lleno de agua y caí al suelo perdiendo de vista al capitán. Me había llenado la cara de barro y me quedé en el suelo durante unos segundos quitándome el barro de los ojos para poder ver.

La escena desde ese sitio era dantesca ya no era solo ver los cadáveres de los compañeros que acababan de morir en el ataque, en esos momentos muchos hombres se dieron cuenta de que caminaban sobre cadáveres, algunos descompuestos, de franceses, alemanes, de los caballos. Me puse de pie y continúe avanzando hacia las trincheras enemigas, al llegar a ellas salté dentro. No era el primero en llegar por lo que en mi interior pensé que me había librado de los combates cuerpo a cuerpo. Avancé por las trincheras, esquivando los cuerpos del suelo, las zigzagueantes excavaciones eran buenas defensivamente, pero había perdido por completo a mi unidad y cada vez más me perdía en las curvas sin saber muy bien hacía donde estaba avanzando.

Una granada explotó cerca de donde estaba, la onda expansiva y el barro que levantó me hicieron caer al suelo, no había disparado ni una sola vez y ya me había caído dos veces al suelo, mi uniforme llevaba sucio desde hacía mucho, pero el hecho de tener que levantarme me hacía sentir como que no estaba avanzando nada, como que no estaba ayudando a mis compañeros. La verdad es que no tengo nada más que contar de la batalla, más allá de que una bala perdida de un alemán me rozó el brazo, mi herida de la batalla de Verdún, todo un recuerdo, el ataque continuó hasta que logramos tomar la posición, todo el rato mojados por la lluvia. Cuando la calma llegó al sector donde me encontraba, me puse en camino para encontrar a mis compañeros, puede que el capitán necesitara que me pusiera en contacto con alguna compañía.

Caminando por las trincheras el escenario era el mismo, algunos soldados revisaban los cadáveres de los alemanes, comprobaban que estuvieran muertos y a la vez buscaban algún botín que llevarse de recuerdo. Otros simplemente fumaban o bebían el alcohol alemán. Llegué entonces a la zona de "mando" si se puede llamar así, dentro habían un montón de oficiales franceses, pregunté por mi unidad y por el capitán Fleury aunque no supieron darme una respuesta. Salí del puesto y me dirigí en busca del puesto médico, la herida en el brazo era leve, pero en esas trincheras una herida así podía matarte.

No encontré a ningún compañero, más tarde me enteraría de que estaban en la dirección opuesta, pero si logre llegar a los médicos. Me atendió un joven soldado, conversé con él mientras me trataba la herida, había terminado sus estudios hacía poco y se había enrolado en el ejército para ayudar a su país, como algunos pocos afortunados, él habría podido elegir quedarse en casa a salvo, pero ahí estaba él, intentando salvar las vidas de los soldados a kilómetros de distancia de su casa. Mientras estaba allí iban llegando camilleros con cadáveres, los amontonaban y poco a poco con carretas tiradas por caballos lograban llevar los cuerpos a un lugar mejor.

Fue entonces cuando lo vi, el último cuerpo que los camilleros subieron a una carreta era el del Fleury, la carreta partió y yo me quedé allí sentado, mirando como se alejaba el valiente capitán de mi compañía, ese que llevaba un escudo protector, ese que llevaba desde febrero combatiendo en Verdún, ese poilu, ese labrador que un día tuvo que partir de su casa sin quererlo.

Cuatro días después ganamos la batalla, a mi me habían ascendido y me habían puesto al mando de la compañía, la noche de la victoria me quedé mirando al cielo pensando en el capitán, cuatro días, llevaba aquí desde febrero, luchando, defendiendo, sobreviviendo y lo habían matado a cuatro días del final de la batalla. Tras el final de la batalla nos dieron permisos a todos, aproveché ese momento para buscar la dirección del capitán y escribirle esta carta a usted. Espero que reciba mi misiva antes que la oficial. No se como murió su hijo, pero quiero que sepa que pese a todo, fue uno de los mejores compañeros que he tenido en lo que llevamos de guerra. Puede sentirse orgullosa.

Atentamente Emile Dumont, Capitán de la 8ª Compañía.

Cartas de la GuerraWhere stories live. Discover now