Arena y sangre inmortal

237 2 0
                                    

ARENA Y SANGRE INMORTAL

Un relato corto ambientado en El Mundo de las Sombras. Consíguelo completo siguiendo a @mundosombras y solicitándoselo. Lo tendrás en tu correo electrónico de inmediato.

El público se había convertido en un agradable manto de gargantas enfervorizadas. Sus gritos infundían energía renovada incluso después del combate más cruento. Sus miradas, sumisas, mostraban mayor devoción que al dios más poderoso, o al señor más cruel. Aquella pequeña masa coreaba el mismo nombre al unísono, aunque más allá del circo las discrepancias marcaban el devenir del reino. Porque en Kushia, miles de leguas más allá del reino cristiano más cercano, en el mismo corazón del ignoto África, la sangre es más valiosa que el oro.

Y no eran demasiados. Quizá unos cientos. Pero lo amaban con mayor pasión que cualquier mujer en su larga existencia.

Kushia. Un reino alejado de la civilización cristiana, de las leyes que gobernaban a los mortales y de aquellas que dirigían la vida de los habitantes de las Sombras, un reino en el que gobernaba un rey vampiro. Era un país temido por sus vecinos, alejado de la barbarie que reinaba a su alrededor como una isla en un inmenso océano. Allí había llegado un pequeño grupo de vampiros que huía de la violencia que asolaba el imperio romano. Un pequeño país construido a imagen y semejanza de la antigua Enoch, la ciudad en la que los antiguos señores vampiros gobernaron a los humanos. Un país donde el Equilibrio, el Velo y demás normas que gobernaban el Mundo de las Sombras no formaban más que un lejano susurro.

El paraíso de los vampiros.

Pero en aquellas tierras los humanos eran tratados con respeto, no como en la antigua Enoch. Eran vasallos útiles, manos que trabajaban los campos, que perforaban las entrañas de las montañas extrayendo el valioso diamante que otorgaba la riqueza y felicidad al reino. Y Reo Poncio era un señor generoso y justo en sus decisiones. Era un vampiro, pero antaño habían gobernado aquellas tierras señores humanos más brutales y crueles que él. Para los habitantes de Kushia, Reo era el mejor gobernante que habían padecido en largos siglos. Y el pequeño circo era el único recuerdo del pasado que mantenía, y sus súbditos mortales compartían con él el gusto por la sangre y la violencia. Mientras los diamantes que ellos mismos extraían con su sangre alimentasen con guerreros y fieras el circo, ellos sonreirían complacidos.

-Es un dios reencarnado en el cuerpo de un mortal -afirmó Alisse con admiración.

-¿Deseas conocerle de cerca, Alisse?.

Reo Poncio era un vampiro alto y delgado, de mirada firme y voz autoritaria. En ocasiones recibía pequeñas expediciones de poderosos señores vampiros procedentes de los reinos cristianos. Vampiros ansiosos por volver a disfrutar de la libertad que otorgaba caminar entre humanos sin ocultar su identidad, vampiros que pagaban generosamente con soldados, oro y otros lujosos presentes su estancia en el Sueño de Kushia. Navegaban durante incontables días y noches en los bajeles que el propio Reo había ordenado construir, naves que surcaban aquellas aguas en incontables ocasiones guiadas por una tripulación que conservaba el trayecto grabado en la memoria, sin planos que relataran su existencia. Lo único que podían descubrir los viajeros eran las largas jornadas de navegación, atravesando mares embravecidos y dirigiéndose más allá del horizonte.

Alisse sonrió. Era una muchacha hermosa, de cabello bermejo como el atardecer en primavera, piel blanca como el mármol y suave como la seda. Su padre, Goven de Metz, asintió complaciente. Un siervo se aproximó y Goven tomó su muñeca con delicadeza.

-Recuerda: es un Inmortal -aseveró con tono paternal-. No debes beber su sangre, puesto que morirías de inmediato.

Goven dirigió una última mirada a su chiquilla y mordió la muñeca con rapidez. Un soldado se aproximó hasta Reo: era alto y corpulento, de tez oscura como el resto de habitantes del reino, pero ligeramente pálida. Su rostro era cuadrado y pétreo como una estatua tallada en los antiguos tiempos, más acostumbrado a obedecer órdenes que a dictarlas. Vestía una túnica corta bajo una coraza de acero, grebas y guanteletes de cuero repujado.

-La primogénita de mi invitado desea conocer al León -dijo Reo-. Condúcela al salón carmesí y encargate de que no corra peligro. Respondes con tu vida.

Mumbay inclinó la cabeza en señal de respeto y se giró hacia los guardias. Gritó varias órdenes y condujo a la mujer vampiro hasta el interior de la villa. Alisse se incorporó y siguió al vampiro de cerca. Atravesaron un largo pasillo y llegaron hasta una estancia de paredes color carmesí. Toda la villa del Rey Reo se encontraba profusamente decorada: las estatuas vigilaban los pasillos con sus miradas ausentes, en las estancias una amalgama de muebles y enseres originarios de cualquier punto conocido de la civilización otorgaban a cada rincón un aroma único, un motivo por el que permanecer algunos minutos estudiándolo. Y así permaneció la hermosa Alisse en la habitación carmesí: admiró uno a uno los numerosos tapices que colgaban de una pared, luego observó maravillada un hermoso elefante tallado en un material suave de color oscuro y tomó asiento en un elegante sillón tapizado en seda carmesí. El León apareció tras la puerta cargado de cadenas y fue conducido hasta un pequeño nicho donde insertaron las cadenas en dos gruesas argollas. Era un hombre alto, de melena oscura como el azabache y ojos azules duros como el acero. Vestía un calzón corto y sus músculos poderosos lucían morenos por el sol africano. Su mirada se mantenía clavada en Alisse con un descaro impropio a un esclavo.

-Déjanos a solas -ordenó ella con tono condescendiente.

Mumbay abrió la boca para replicar la orden, pero prefirió guardar silencio y obedecer. Cerró una pesada puerta tras de sí.

-Pareces el mismo Hércules -dijo ella mientras se aproximaba lentamente.

La mirada del León se mantuvo fija en ella. Alisse aguardaba una mirada lasciva y lujuriosa, como la mirada que todos los hombres, vampiros o humanos, lanzaban cuando cimbreaba sus caderas o agitaba su sensual busto. Pero aquel hombre mantenía una mirada orgullosa, altiva y dura como la de un rey. Posó sus manos en su poderoso pecho: era duro como acero, pero despedía una suave fragancia dulce y melosa.

-¿Cuál es tu nombre?.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 12, 2013 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Arena y sangre inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora