Prólogo

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Año 527 a.C.

El aire comenzaba a mezclarse con el olor de la costa al despuntar el alba. Como era de costumbre, las ramas adaptadas a simular cortinas que separaban el largo pasillo de la gran habitación de la princesa, se movían y silbaban entre sí como si tuvieran vida propia.

Améliee era la segunda hija del gran Rey de Flekstone, siendo así la princesa de Pensinyard, el primer reinado que su padre le había adjudicado tras apenas tener unos segundos de vida. Su deber y obligación había sido nacer para gobernar, sin embargo, había factores que siempre intervendrían en su vida: compartir ese reinado y aceptar al hombre que su madre eligiese para ella, por supuesto, aprobado antes por su padre, el Rey.

Para los guerreros hada era aún mucho más difícil ganar ese título, especialmente si se consideraba el tiempo con el que las hadas contaban para gobernar. Si bien, no eran inmortales, su taza de mortalidad era muy mínima. Debían elegir un guerrero que tuviera la fortaleza y el ímpetu para gobernar a su lado por el tiempo suficiente y basto para que cumpliese con todas sus obligaciones.

En el reino hada existían familias importantes que rendían tributo al gran Rey de Flekstone y a su familia, a la dinastía Volksom, tanto como también existían familias de clase pobre que solo servían a las familias de mayor prestigio, pero que aún así, no perdían la oportunidad de ofrecer a sus mejores guerreros.

El Rey de Flekstone siempre había sido un hombre veneradoen toda la extensión de su territorio, tanto en Bexteward como en Pensinyard y todas sus naciones. Él era el máximo exponente y todos rendían sus plegarias por el bienestar de la dinastía que conformaba su familia.

Rogëly de Flekstone siempre había sido un hombre honesto, innato, amable con las clases bajas y recto con las familias de alto prestigio. Para Rogëly no existía un punto de comparación entre los habitantes de su pueblo y eso era algo que Améelie admiraba de su padre.

Imhara de Flekstone, por otro lado, era una mujer fría, calculadora y déspota en la dinastía. Su madre siempre había sido una mujer ambiciosa, especialmente porque el poder no radicaba en ella y había tenido que luchar por todas las clases sociales para posicionarse como la consorte del Rey y de quien había adoptado su apellido por derecho de cónyuge.

Améliee sabía que de su madre sólo había heredado su cabello liso y rojizo, sin embargo, era de su padre de quien había herederado el carácter, la fortaleza y los increíbles ojos color marfil que bien sabía que, en cualquier lugar que ella visitara, era imposible no saber qué título era el que ella portaba.

Si bien, Améliee había nacido para gobernar Pensinyard por su derecho a reclamar las tierras pertenecientes a su padre, Bexteward también era suyo y ella sería nombrada como la Reina legítima de Flekstone, sin embargo, era su padre quien deseaba que las cosas se hicieran así. Ella sería la gobernadora de Pensinyard mientras que su futuro esposo gobernaría Bexteward, por ello, debían tomar una decisión sabía y concisa pues ser el Monarca no siempre era un papel fácil y mucho menos, para cualquier persona.

Esa mañana Améliee había sido solicitada para tener una audiencia con el Rey, así que antes de que las trompetas del palacio anunciaran el inicio del alba, ella había despuntado y salido de la cama con prisa para despojarse de sus ropas y tomar un placentero baño con la ayuda de sus damas.

Había elegido la lavanda para perfumar su piel junto al agua que perfilaba el contorno de su cuerpo y se había decidido a no usar la vainilla habitual para lavar su cabello sino una esencia de chocolate, mismo que había enaltecido sus largos hilillos rojizos.

Al salir de los baños que reposaban en sus aposentos, se había encontrado con la sonrisa cómplice de sus muchachas al haber elegido para ella un vestido negro bordado en detalles de oro, el favorito de su padre puesto que resaltaba la herencia que más se asemejaba en su rostro.

Quiebre DesigualWhere stories live. Discover now