Oxígeno

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La bombona de oxígeno se estaba acabando.

Laura–A28 suspiró, más apenada que asustada. Aquella era la última bombona de que disponía, ya que no podía permitirse el lujo de comprar una nueva. La semana anterior su precio había subido de los 10.000 a los 1.000.000.000 de serkas, cuando ella sólo cobraba 20.000 serkas al mes en su miserable puesto de secretaria.

Por supuesto que era una injusticia o, más bien, una aberración, pero nada podía hacerse. La demanda de oxígeno era totalmente inelástica y el único oferente, la Oxygenus Universalis, podía exigir el precio que quisiese. Los demandantes estaban sujetos a una cantidad de oxígeno necesaria para vivir, y pagarían lo que fuera, mientras pudiesen, claro. Ahora que había que importar el oxígeno desde Difión–3, los costos de transporte espacial se habían puesto, irónicamente, por las nueves.

Laura–A28 siempre había creído que al ser un bien útil general debería haber sido comercializado por el Estado, pero el verdadero Estado era también la Oxygenus Universalis. El otro Estado, el de antes, el que se ocupaba de sus súbditos, era un concepto que sólo perduraba en los libros de Historia, donde el ser humano aún tenía algún valor.

Ahora, si Laura–A28 moría asfixiada, que era lo más probable, ni siquiera se abriría un expediente. Su cuerpo sería incinerado y se entregaría su unidad domiciliaria hermética a otra persona. Laura trató de imaginársela; quizá otra muchacha con mejor suerte, la amante de un magnate de la Oxygenus Universalis; quizá un gordo contable de la fábrica de pastillas concentradas al que cualquier día le llegaría su hora, igual que a ella; daba igual, no estaría allí para recibirlos.

Comenzaba a sentir una opresión en el pecho, aunque sabía que era sólo sugestión, porque le quedaban más de dos horas de oxígeno. La cercanía de la muerte ya no la asustaba. La semana pasada, al enterarse de la subida y de que ni pidiendo un préstamo podía adquirir la tan necesaria bombona, sí, se había asustado, y había gritado hasta quedarse afónica. Tuvieron que administrarle un calmante en la oficina, pero no le ofrecieron ninguna oportunidad para vivir, la condenaron a morir con una triste sonrisa. A nadie se le ocurrió la idea de ayudarla.

Ella se rebelaba ante la idea de la muerte porque siempre había sido independiente y contestataria. Cuando en la casa–Cuna del Mundo Solar quisieron obligarla a comer una papilla de algas de gusto infernal rompió el plato en la cabeza de su robot–madre. En aquella ocasión Laura sólo contaba con dos meses de edad.

Más tarde, al realizar los test Psicoalpi, se la consideró como posible elemento perturbador de masas, por lo que se le administró un tratamiento consistente en pasar dos semanas con Jetho, el maquinomédico muy eficiente en los lavados de cerebro.

Laura fue dada de alta, pero se llevó consigo su rebeldía innata, eso llamado personalidad, algo que en el Mundo Solar era peor que la locura. Le signaron un trabajo de secretaria en un pequeño establecimiento y se olvidaron de ella. Había pasado el tiempo en que el ser llamado Laura–A28 merecía protección. Ya era lo suficientemente adulto para vivir o morir llegado el caso.

Oxígeno, siempre el oxígeno. Se consideraba normal que la gente muriese por su causa, ya a nadie le preocupaba el que hubiese al día trescientos o tres mil muertos por asfixia. Ni siquiera el canal 9901–XHK del circuito privado, en su noticiero, mencionaba el asunto. Había sido así desde hacía varios siglos… desde la Gran Hecatombe.

Pensó en hacer lo que muchas de sus amigas, si es que la amistad existía realmente, habían hecho, venderse por una bombona de oxígeno. Pero Laura dudaba en hacer lo por dos cosas: por una ética personal, que llegado el caso podría ser sumamente elástica, y por amor propio, el temor al rechazo, a no valer nada.

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